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CUARESMA, Domingo I

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Gn 2,7-9; 3,1-7
2ª lectura: Rm 5,12-19
3ª lectura: Mt 4,1-11

 

La lectura de hoy se abre con el relato del Génesis sobre el origen imaginario de la primera pareja humana inexistente. La acción  de Dios consiste en modelar una estatua de barro e insuflar en ella el hálito vital, de lo que resulta el hombre; plantar un jardín para poner al hombre en él; dar complemento y compañía al hombre y para ello hacer pasar ante él a todos los animales y sacar de él mismo a la mujer; su verdadera compañía. El hombre expresa su señorío poniendo nombres a los animales y se reconoce completo a la vista de la mujer. Termina le prólogo con una afirmación de armonía del hombre con la mujer, con todos los demás seres y, por ellos, con Dios.

 

En el jardín en que es colocado el hombre hay sólo dos árboles de los que el hombre no puede disponer. Junto con los cuatro ríos, son ellos lo único que en el jardín aparece desfigurado, como elementos míticos, densamente simbólicos. Se trata del árbol del saber y del árbol de la vida, símbolos respectivamente del control de la totalidad por el saber y de la eterna juventud, las dos cualidades que en las mitologías diferencian a los dioses de los hombres. Comer de esos árbolessignifica intentar el salto desde la condición humana a la divina.. Tomados de la mitología por el autor, van a servirle para expresar cómo su hombre se comporta y se define a sí mismo frente a Dios.

 

Uno de los animales del jardín, la serpiente, dirige la palabra a la mujer, a propósito de la prohibición de comer del fruto de los árboles; en el diálogo la persuade de que la prohibición encubre el interés de Dios, pero que su interés propio es comer, pues conocerán el bien y el mal. La mujer come y da al hombre; a ambos se les abren los ojos; se ven desnudos y se esconden. La voz de Dios busca y acusa; ellos se excusan y acusan hacia atrás, el uno al otro y éste a la serpiente. Con la pena de la mujer hay también una promesa de victoria; Dios cubre su desnudez y los expulsa del jardín, para que no coman del otro árbol prohibido.

 

La situación paradisíaca no suena a nadie, ni al autor, como situación realmente adquirida; esun dato dialéctico dentro de la condición real del  hombre. El otro dato es el mal ¿Cómo lo introduce en escena el autor del relato? Las viejas mitologías ya lo habían hecho a su modo; también es objeto del discurso filosófico de todas las edades. Nuestro autor lo trata de un modo sencillo, ingenuo y elocuente: por una fábula en la que la serpiente dirige la palabra a la mujer. Esta palabra desencadena ambición, decisión y acción de la pareja representativa de todos los humanos.

La acción creadora de Dios es lo único que corresponde a la realidad objetiva. Es descrita con un encanto infantil y fabulado, con el recurso al mito de lo realmente inexistente. El centro de gravedad de una descripción tan frondosa e imaginativa es que Dios, el Dios bíblico-cristiano, es el  creador. Todo lo demás es adorno de esta única verdad. Pero los adornos pasan con el tiempo. La acción creadora de la Realidad Suprema nos es presentada hoy con otros recursos más objetivos y más cercanos al suceso objetivo. Así lo hacen hoy los científicos.

 

El Diseñador del plan supremo, en su primera salida de sí mismo, que llamamos creación, big bangSingularidad, impuso a lo que había brotado de sí mismo como consecuencia de su orden, cuatro leyes que lo rigieran: la gravitatoria, la electromagnética, la nuclear débil y la fuerte. La interacción entre las distintas fuerzas siguió aumentando los millones de grados de calor que produjo una especie de nube primordial que se esparció en nebulosas que, al concentrarse más, generaron las estrellas, agrupadas a su vez en galaxias. Unas y otras se convirtieron en la fragua de infinitos grados de calor y en el crisol acelerado donde se fundieron y se juntaron los distintos átomos, en número de 92, cuya lista cierra el uranio.

 

Ya disponemos de los ladrillos para la construcción de la casa, del Universo. Dichos ladrillos, a veces, son tan pequeños que necesitan unirse. Las concentraciones de átomos forman moléculas; éstas, a su vez, necesitan agruparse en nuevas concentraciones que llamamos células. Ya está la vida en marcha.

 

Las cuatro fuerzas de la física han dirigido la reunión de partículas, átomos, moléculas y de las grandes estructuras celestes. La fuerza nuclear suelda los núcleos, la fuerza electromagnética asegura la cohesión de los átomos, la fuerza de la gravedad organiza los movimientos de gran escala –los de las estrellas y las galaxias- y la fuerza débil interviene en el nivel de las partículas que llamamos neutrinos. Pero el calor disocia todo en los primeros tiempos y se opone a la formación de estructuras. Tal como, a nuestra temperatura, impide la formación del hielo. Fue necesario entonces que el Universo se enfriara para que las fuerzas pudieran actuar e intentar las primeras combinaciones de la materia.

 

La ciencia física nos dice que tanto la tierra como el hombre que la habita hemos sido hechos del polvo del bing bang, y del polvo de las estrellas, del polvo estelar. No sólo es más romántico que el ser tomados del polvo de la tierra sino, sobre todo, más exacto. También la tierra fue formada del polvo de las estrellas. Ellas se convierten en el crisol  por el que pasa todo el material del que estamos compuestos.

 

Durante los millones de años que siguen el centro de las estrellas se va a poblar, en efecto, de núcleos de carbono  y de oxígeno. Estos elementos desempeñarán un rol fundamental en la continuación de la historia. En particular el carbono, con su configuración atómica propia, se presta fácilmente para la fabricación de las largas cadenas moleculares que intervendrán en la aparición de la vida. El oxígeno entrará en la composición del agua, otro elemento indispensable para la vida.

 

Para llegar a donde estamos tuvo que formarse primero una generación previa de estrellas. Estas estrellas convirtieron una parte del hidrógeno y del helio originales en elementos como  carbono y oxígeno, a partir de los cuales estamos hechos nosotros. Las estrellas explotaron luego como supernovas, y sus despojos formaron otras estrellas y planetas, entre ellos los de nuestro sistema solar, que tiene alrededor de cinco mil millones de años.

 

La tierra se diferencia de los demás planetas en que es el único que posee agua líquida. Hay mucho agua en el sistema solar: bajo forma de hielo en los satélites de Júpiter y Saturno, donde la temperatura es muy baja; en forma de vapor, en la tórrida atmósfera de Venus, que está más cerca del sol. Su órbita mantiene a la tierra a una distancia adecuada para que el agua continúe en estado líquido. La formación del agua en la tierra es producto de esos torrentes de materia que se proyectan en el espacio al morir las estrellas. Se forma polvo en el cual se depositan trozos de hielo y gas carbónico helado. En este campo se mueven hoy los científicos

 

Cuando ese polvo se aglutina y nacen los planetas, el hielo se volatiliza y escapa afuera, como géiseres. Por otra parte, cometas constituidos básicamente por trozos de hielos van a caer sobre los planetas. El agua líquida desempeñó un papel crucial en la superficie de nuestro planeta. Esta capa acuática permitió que el gas carbónico de la atmósfera inicial se pudiera disolver y depositar en el fondo de los océanos, como carbonatos.

 

El hombre se movió desde los orígenes hasta hoy y mientras dure sobre la faz de la tierra sin poder eludir la tentación-prueba (tercera lectura).

 

Semejante en todo a nosotros, menos en el pecado. Así presenta a Jesús la carta a los Hebreos (4,15). Partiendo de su plena humanidad, la tentación-prueba es algo absolutamente  natural en él. Otra cosa muy distinta es el modo y las tentaciones concretas que experimentó. Jesús fue tentado en el desierto. Un hecho en cuya afirmación coinciden los tres sinópticos. Lo aceptamos, pues, como histórico. Pero cuando del hecho pasamos a la forma peculiar de cada evangelista en su narración nos encontramos con grandes sorpresas. Y esto nos hace pensar en una historicidad muy peculiar, en un concepto de historia muy distinto al nuestro, que se aparta de la simple narración sucesiva de los  hechos que han tenido lugar en un tiempo y espacio determinados.

 

Para aquietar los interrogantes que de alguna manera han podido suscitar las afirmaciones anteriores creemos oportuno hacer las consideraciones siguientes:

 

a) Jesús fue tentado (Hb 4,14ss);

 

b) fue tentado en el momento previo al comienzo de la realización de su misión. Es normal que, precisamente en ese momento, reflexione sobre la misión que va a emprender  y el modo de llevarla a cabo;

 

c) nuestro relato precisa el hecho de la tentación, no el modo. Éste ha sido sometido a una escenificación tan fantaseada que únicamente es válida y aceptable si la consideramos como un mero recurso pedagógico; d) debe afirmarse, en consecuencia, tanto el hecho vivido por Jesús como la forma estilizada y legendarizada del mismo. Por otra parte, es necesario hacer caso a Lucas quien nos dice que  “el diablo se alejó de él  hasta otra ocasión propicia” (Lc 4,13). Esta ocasión “propicia” suele situarse al final de su vida.

 

No debemos olvidar, sin embargo, que toda la vida de Jesús fue una lucha contra Satanás,  al que debía despojar  de su señorío  sobre el mundo presente (Jn 12,31). El “pulso” que ahora se echan es simplemente programático de lo que ocurrirá hasta que “el más fuerte”, que es él mismo, venza al “fuerte”, que es Satanás. Toda la vida de Jesús fue un SÍ inmutable a la voluntad de Dios (por eso Pablo define a Jesús como el “Sí”, 2Co 2,18) y un No rotundo a Satanás y a los espíritus inmundos de menor cuantía. Estos dos polos opuestos crean la tensión permanente de la prueba y de la tentación.En la vida de los grandes hombres suele haber un espacio abierto entre la toma de conciencia de su misión y el comienzo de la misma. Los cuarenta días en el desierto ofrecen adecuadamente este espacio abierto en la vida de Jesús. Durante ellos fue tentado, fue puesto a prueba en el desierto.

 

En las tres tentaciones clásicas, tanto Mateo como Lucas -Marcos no las menciona- nos presentan las tentaciones de Jesús en forma de una lucha dialéctica entre dos especialistas en Sagrada Escritura, de la que Jesús es mejor conocedor y más agudo intérprete que su adversario.Ambos se han servido del esquema teológico creado por Marcos. Lo han utilizado en su totalidad: el Espíritu presente y actuante en Jesús, el desierto, los cuarenta días, el ayuno, la especial protección de Dios, su morada entre las fieras y el servicio de los ángeles.

 

Las tres tentaciones clásicas que cada uno de ellos ha añadido proceden de la fuente Q, que ha sido utilizada por ellos de forma independiente, como suelen hacer cuando se sirven de este documento común de información. Existe plena coincidencia entre ellas, y su semejanza, casi identidad en el texto literariamente considerado, es un argumento definitivo de que ambos dependen del mismo documento escrito. La única diferencia entre ellos es que Lucas invierte el orden de la segunda y de la tercera tentación. Lo hace así para seguir la línea general de su evangelio, que comienza en el templo y termina en el templo. De ahí que la última tentación no sea la del “monte altísimo desde donde se veían todos los reinos de la tierra” (como nos dice Mateo), sino la invitación que Satanás hace a Jesús de arrojarse  del alero del templo abajo. A las propuestas de Satanás, Jesús contesta siempre con un argumento de Escritura: “escrito está”. Y ya ésta contiene una respuesta preciosa: la palabra de Dios es inapelable y cierra toda posible discusión. La palabra de Dios se acepta o no, pero no se discute.

 

a) Tentación de materialismo. La primera tentación es rechazada por Jesús utilizando un texto del Deuteronomio (8,3). Originariamente, el texto del Deuteronomio quería inculcar la gratitud de los israelitas a Dios por los beneficios que de él habían recibido, entre los que enumera el maná en el desierto. Se ponía de relieve la omnipotencia de la palabra de Dios en el caso concreto del maná del desierto, pero podía verse, igualmente, en otras múltiples ocasiones. En este sentido utiliza Jesús las palabras del Deuteronomio: la confianza en la omnipotencia divina en función de otra vida a la que hay que atender preferentemente. Si la vida corporal se sustentó con el maná, gracias al mandato de la omnipotencia de Dios, hay otra vida espiritual que es preciso vivir en la obediencia a sus leyes y mandatos, en la aceptación de su palabra vivificadora.

Jesús salió vencedor, y como es habitual en esta forma de aducir la Escritura, no hubo réplica por parte de su adversario. No obstante debe concedérsele al vencido la sagacidad con que había urdido la propuesta tentadora. Por un lado, si Jesús era Hijo de Dios no podía sucumbir a las necesidades y debilidades humanas. Debía echar mano de su poder para librarse de ellas. Su vida no podía ser tan vulgar como la nuestra.

 

Tentación no siempre superada por nosotros cuando nos imaginamos a Dios y, por supuesto, también a su Hijo, muy por encima de la insignificancia humana. Tentación permanente de materialismo. Bajo el pretexto de la unión del alma y del cuerpo, dar preferencia al cuerpo. Y preferiríamos un Dios que garantizase nuestra prosperidad material y nuestra seguridad económica. Por otra parte, si hubiese accedido a la petición del tentador, hubiese remediado el hambre de tantos millones de seres humanos que mueren diariamente por falta de alimento.

 

En la respuesta de Jesús no se niega esta lamentable situación: sus palabras no significan que el hombre no tenga necesidad de pan. Él mismo lo multiplicará cuando llegue la ocasión. Sin embargo, debe acentuarse, en primer lugar, que el interés principal del hombre debe ser la palabra de Dios; que su principal aspiración debe tender hacia arriba, no hacia abajo, que no permita que el Espíritu se vea sofocado y asfixiado por la materia. Cristo, como palabra de Dios que es, quiere aplacar el hambre más profunda del hombre, el hambre de Dios; que el hombre pueda superar su pequeñez y llegue a alzarse hasta las alturas a las que Dios le ha destinado. Jesús no trajo a este mundo la finalidad de convertir las piedras en pan, sino la de transformar a los hombres carnales en hijos de Dios.

 

b) Tentación de sensacionalismo. La frase de la Escritura citada por el demonio se refiere a la protección divina de la que es objeto Jesús. Y la aduce para incitarle a que abuse de ella enemistándole así con Dios. Jesús rechaza la propuesta y recurre a otra cita bíblica (Dt 6,18, en alusión a Ex 17,2: el pueblo tentó a Dios porque no creyó que iba a ser protegido  y asistido). Jesús afirma que Dios ayuda con su providencia, y, dentro de ella, a veces hasta con el milagro. Pero el milagro no está al servicio de la comodidad y, menos todavía, de la temeridad. Arrojarse temerariamente desde una gran altura esperando que Dios haga un milagro no es confiar en su providencia sino salirse de ella y, por tanto, pecar.

Esta tentación obligaría a que Dios entrase por nuestros caminos y se ajustase a nuestra voluntad. ¡Una gravísima prostitución de la divinidad! Es el hombre el que debe ponerse al servicio de Dios e intentar conocer su voluntad y conformarse con ella, no viceversa. Un Dios puesto a nuestro servicio para que haga  lo que en cada caso necesitamos no es el Dios bíblico revelado en Jesús de Nazaret, es un Dios utilitario fabricado por nosotros a nuestra imagen y semejanza.

 

El reino de Dios no viene con espectacularidad ni sensacionalismos. El reino de Dios está dentro de nosotros (Lc 17,21). El milagro ha de ser algo excepcional y no el modo habitual de mostrarse el Señor. La gente debe creer y no ver, escuchar la palabra de Dios y no seguir la sensación de lo maravilloso. Ha de aprender a transformar la vida creyente de cada día, con fe sencilla, como un servicio prestado al Señor, en vez de considerar esencial en la religión lo extraordinario, lo maravilloso, lo que está fuera de lo común.

 

c) La tentación de idolatría. En la tercera tentación, que es de idolatría, Cristo  destruye de nuevo  la propuesta  de Satanás  con palabras  de  la  Biblia (Dt 6,13), aunque cambiando ligeramente el texto. En lugar de “teme a Yahvé, tu Dios, y sírvele a él”, Jesús ha sustituido el “teme” por “adorarás”. El objeto de la sustitución es claro: pretende poner de relieve que sólo Dios puede ser adorado. El cambio era necesario si tenemos en cuenta que esta tentación es la más grave y la más difícilmente superable. Contra el virus del poder, llámese político, social, doctrinal, económico, eclesial... los científicos no han encontrado ningún fármaco eficaz. El deseo del poder y del mando suele estar al servicio de Satanás, del príncipe de este mundo (Jn 12,31). Frente a los deseos de mando y de un ejercicio despiadado del poder se pronunció Jesús diciendo sencilla y llanamente: “vosotros no seréis así; antes bien, el que quiera ser grande entre vosotros sea vuestro servidor” (Mc 10,43).

El poder del evangelio se ha convertido muchas veces en un dominio político del mundo y en una idolatría de las personas que lo ejercen. La idolatría de las personas es la suplantación de Dios por su parte. Es peor que cualquiera de las idolatrías procedentes de las antiguas religiones. Un pecado difícilmente superable. Los anunciadores del evangelio deben ser cristales transparentes y no pantallas impenetrables y oscurecedoras. El poder del pecado fue quebrantado por la impotencia de la cruz. En esta tentación, Satanás quiere reducirlo todo a los demonios del poder a fin de que los que lo ostentan no honren al Dios omnipotente, sino que abandonen la autorredención de la humanidad a merced del señorío terreno. El reino de Dios no es un conjunto de reinos humanos en el campo de la potencia terrena. Los sueños del poder terrenal de Israel y el ansia de poder humano no están en las vías de Dios (Mc 10,43).

 

Esta tercera tentación es una evocación de lo ocurrido en el paraíso terrenal. Pero el señorío humano se extiende sobre la tierra, no sobre Dios y sólo es justo si sirve a Dios y a su causa. Por eso todo poder que no esté al servicio de Dios y de su causa se convierte en opresión de la tierra y de los propios súbditos.

 

La tercera tentación, aparentemente más grave, nos la ofrece  el primer intérprete cristiano llamado Pablo (segunda lectura). En su carta a los Romanos nos expone el mayor peso que abruma al hombre. Con evidente exageración morbosa se ha afirmado que la enseñanza principal de la carta a los romanos es la doctrina sobre el pecado original. Nada más distante ni nada más opuesto a la realidad. El peso que abruma al hombre es el pecado propio, no el ajeno. Dentro de los límites obligados destaquemos los puntos siguientes del pensamiento paulino:

 

a) Pablo distingue claramente entre el pecado y los pecados. El primero, que él llama amartía, y utiliza siempre en singular este vocablo, es el poder del mal, que es una fuerza hostil a Dios, que se halla presente en el mundo. Los pecados individuales son llamados por Pablo de múltiples formas: iniquidad, injusticia, desobediencia, impiedad, violación o transgresión de la Ley, impureza, falta...

 

b) La fuerza o el poder del pecado, personificado en el término amartía, es como un señor que ha esclavizado a la humanidad entera (1,21-23; 2,1ss; 3,10ss.23; 7,14). Tanto judíos como gentiles se hallan bajo su dominio. La culpabilidad es universal. Nadie ha logrado escapar a ella.

 

c) Pablo no enseña la doctrina del pecado original. La célebre frase de Rm 5,12ss. es unacomparación -no una definición- en la dirección siguiente: lo mismo que , según la mentalidad de la época, el “pecado de uno” –de Adán-había afectado a todos, así, afirma el Apóstol, la gracia de uno solo, Cristo, redunda en beneficio de todos.

 

d) El pecado del mundo es el resultado de la amartía o poder del mal y de  los pecados personales. El primero sería ineficaz sin el segundo, y éste sería inoperante sin aquel.

 

e) La afirmación principal y la enseñanza paulina propiamente dicha del célebre texto tiene su centro de gravedad en “el don, el don gratuito, el don de la justicia, la gracia, la gracia de Jesucristo, la sobreabundancia de la gracia, la justificación de la vida, la vida eterna por nuestra Señor Jesucristo”. Son estas ocho expresiones cumulativas (Rm 5,15-21) las que constituyen el centro de gravedad de la enseñanza de apóstol Pablo.

 

Felipe F. Ramos

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