PASCUA, Domingo II

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Hch 2,42-47
2ª lectura: 1Pe 1,3-8
3ª lectura: Jn 20, 19-31

 

Esta pequeña sección se abre con el primero de los célebres sumarios del libro de los Hechos. Se trata de afirmaciones o sentencias que, en forma de resumen o sumario, generalizan alguno de los aspectos de la vida de aquella primitiva comunidad cristiana. Mediante estos sumarios la primitiva comunidad cristiana es presentada como la comunidad ideal, tal como era entendida en el tiempo en que fue puesto por escrito el libro de los Hechos No deben entenderse ni como una realidad estrictamente histórica ni como fruto exclusivo de una elaboración idealizadora (primera lectura).

 

El primero de estos sumarios (v. 42) describe la vida cultual de aquella comunidad cristiana original. Nos ofrece un resumen del culto tal como entonces se celebraba. Comprende las partes siguientes:

 

a)     La ilustración o enseñanza dada por los apóstoles, que comprendía la exposición de la acción salvadora de Dios realizada de forma definitiva en la vida y actividad de Jesús y, más particularmente, en su muerte-resurrección.

 

b)     La unión o koinonía que, además de la unión espiritual, comprendía el socorro y ayuda de tipo material para los que lo necesitaban.

 

c)      La fracción del pan, que es la forma de describir la celebración  eucarística y que, probablemente, comenzaba con la fracción del pan para todos los asistentes. Este rito inicial pasó a significar toda la acción litúrgica.

 

d)     La oración. En las familias judías, la fracción del pan, la comida, estaba inseparablemente unida a la oración de acción de gracias. Lo mismo ocurría en estas comunidades cristianas de los orígenes. Las oraciones recitadas eran las mismas que rezaban los judíos. Naturalmente hay que suponer que muy pronto surgieron oraciones específicamente cristianas y, por supuesto, era recitada la oración enseñada por Jesús.

 

e)     El temor, y no miedo, que de todos se apoderaba, tiende a poner de relieve lo sobrenatural y extraordinario que los de fuera veían en los cristianos, particularmente en los apóstoles. Esto mismo ocurrió en la vida de Jesús. Admiración, sorpresa y estupor que provocaba en los de fuera este interrogante: ¿quién es éste?

 

f)     La comunidad de bienes, estaba exigida por la imagen ideal de comunidad,  la que ya impulsaba el A.T:  “No habrá pobres junto a ti” (Dt 15,4) y la soñada por los pensadores griegos: la expresión del libro de los Hechos pantakoiná, es decir, tener todas las cosas en común, la encontramos casi idéntica, en Aristóteles: “los amigos tienen  todas las cosas en común”. Del mismo modo pensaba Platón. La descripción ofrecida por Lucas pretendía acentuar que la comunidad cristiana realizaba también el ideal griego de comunidad. Para ello recurre a su tan querido principio de generalización: “lo que hicieron algunos se lo atribuyó a todos los que poseían  propiedades “. Evidentemente que no fue éste el sistema empleado para resolver la situación económica de aquella comunidad.

 

g)     Los últimos versos de esta sección añaden alguna precisión más sobre la vida cultual de aquella comunidad original. Participaban también en el culto judío celebrado en el templo y en las sinagogas.

 

h)      La vida de la comunidad era una alabanza a Dios, un servicio a Dios. Ello hacía que se ganasen el favor o “la gracia” de todo el pueblo. Exactamente  lo  contrario  a  lo  que ocurría  a  los dirigentes judíos (Hch 4,1ss; 5,17ss).

 

También el evangelio de hoy (tercera lectura) tiene su centro de interés en las dificultades y sobresaltos inseparables de los orígenes de toda institución, y en el contacto con el Resucitado y sus dones. En él se ha concentrado una carga tan densa de sucesos  misteriosos que nuestra frágil posibilidad de comprensión se siente abrumada. La hostilidad judía había eliminado a su Maestro. Era lógico pensar que ellos corriesen la misma suerte. El miedo común los reunió en un bunker donde buscaban seguridad.

 

De pronto el bunker se iluminó. El Mediador les ofrecía la Paz. Era el mismo Jesús, pero, ¡era tan distinto!. Había entrado en su escondite seguro sin llamar. Y, sin embargo, las cosas comenzaban a encajar. La primera parte del presente relato se halla marcada por la dialéctica entre promesa y cumplimiento: Lo que Jesús había prometido: “que volvería a estar con ellos”; “que volvería a verlos”; “que recibirían el Espíritu y les concedería la Paz”; “que iría al Padre, que sería también “su” Padre”, se está cumpliendo ahora de una forma inimaginable entonces por ellos. Este camino por la historia nos ha trasladado a lo metahistórico, a lo que está más allá de lo controlable por nosotros.

 

Su identificación estuvo acompañada por el don de la paz. Había sido una promesa en su partida: Os dejo la paz, mi propia paz (Jn 14,27). Dicha paz es la propiedad que surge del favor divino; es la bendición de la totalidad y de la plenitud de la vida; es el don permanente del Resucitado a sus discípulos; es la síntesis de los bienes mesiánicos ofrecidos y esperados; es “su” paz, porque él la ha logrado, porque es don y regalo, no premio que ellos hayan merecido.

 

El miedo se convirtió en alegría. No se trata de un sentimiento añadido a otros que pueda experimentar el ser humano. La alegría es sinónima de la existencia cristiana, la plenitud de la vida escatológica, a la que se puede renunciar, pero que nadie puede quitar (Jn 16,22). El encuentro de Dios con el hombre implica siempre una misión acreditada. Jesús la había recibido del Padre y ahora la transfiere a la Iglesia. Para llevarla a cabo era necesario el poder de Dios, la presencia operante del Espíritu.

 

El intento de describir el modo de su venida implicaba necesariamente el recurso al lenguaje metafórico: el Señor sopló, lo mismo que con motivo de la creación del hombre (Gn 2,7). El soplo, viento, aliento, pueden ser sinónimos de espíritu, tanto en la lengua griega como en la hebrea. El don del Espíritu que hace Jesús a sus discípulos es descrito de la misma forma que el don de la vida que Dios comunicó al hombre en sus orígenes. Y es que ahora estamos en el origen de una nueva humanidadante una nueva creación. Para que aparezca la vida tiene que ser removida la muerte. El don del Espíritu se comunica como poder contra el pecado. Este fue el poder que Jesús comunicó a los discípulos y a sus sucesores.

 

La resurrección es un acontecimients estrictamente sobrenatural. Nada tiene de particular que no todos los discípulos estuviesen convencidos de ella desde el principio. En Mateo se recoge lacónicamente una noticia muy significativa cuando es descrita la ascensión del Señor: algunos dudaron (28,17). Es un tema tan actual hoy como en el tiempo de Tomás. Hoy es presentado bajo el título de “el Jesús de la historia y el Cristo de la fe” y ha hecho correr mucha tinta durante bastante más de un siglo. Junto a la identidad es inseparable la diversidad. El evangelista Marcos es quien lo dice de forma más contundente. Jesús se apareció “en otra forma” (= én etéra morfé, dice el texto griego, Mc 16,12). De esta forma quiere contraponer la forma de “siervo”· a la forma de “ Dios” (Flp 2,6-12). Son la misma persona, pero ¡menuda diferencia!. Dos días de separación habían sido suficientes para que no lo reconociesen, para que creyesen que era un fantasma...

 

La actitud de Tomás tiene la finalidad de subrayar la identidad del Resucitado con el Crucificado. Una finalidad  que no puede ser trasladada ni, mucho menos, conseguida. El contacto físico con el Resucitado no puede darse. Sería una antinomia. Como tampoco es posible que él realice otras acciones corporales que le son atribuidas, como comer, pasear, preparar la comida a la orilla del lago de Genesaret, ofrecer los agujeros de las manos y del costado para ser tocados... Este tipo de acciones o manifestaciones pertenece al terreno literario y es meramente funcional: se recurre a él para destacar la identidad del Resucitado, del Cristo de la fe, con el Crucificado, con el Jesús de la historia.

 

El evangelio terminaba originariamente con Jn 20,30-31. Estas palabras tienen una clara forma conclusiva y afirman de forma terminante cuál fue la finalidad que se propuso el evangelista: llevar a los lectores a la fe en Jesús, descubriendo en sus hechos la flecha indicadora que apunta hacia la mesianidad y la divinidad. La consecuencia de tal descubrimiento y de la aceptación del mismo es la vida eterna.

 

Además de los “siete” signos narrados en el libro que lleva su nombre (Jn 2-12), en el mismo evangelio se nos cuentan otros, como el lavatorio de los pies, el nuevo templo, por poner un par de ejemplos. Al terminar su relato, el evangelista nos dice que Jesús hizo muchos más. Lo importante para el lector es entenderlos como signos que son, es decir, como acciones “significativas” que nos obligan a pensar en las realidades trascendentes de las que los hechos son únicamente un punto de referencia.

 

La referencia teológica nos la ofrece hoy la primera carta de Pedro (segunda lectura). Comienza con un himno de alabanza. Esta pequeña sección podría incluso ser calificada de una manifestación profunda de la fe cristiana. Una especie de credo abreviado del pueblo de Dios. Nuestra sección comienza con una alabanza dirigida a Dios. Al estilo judío. Estilo judío heredado por la Iglesia naciente. Tenemos un buen ejemplo de ello en Pablo (2Co 1,3; Ef 1,3). Esta costumbre tenía la ventaja de poner de relieve que la iniciativa en orden a  la salud  proviene de Dios. Para los cristianos era una forma eficaz de suscitar en ellos fuerza y optimismo, al saber que Dios les antecedía en el esfuerzo que la vida diaria les imponía para ser fieles a Dios. Su esfuerzo siempre será respuesta, reacción a la acción previa de Dios.

La alabanza es aquí fruto de la reacción ante el hecho fundamental cristiano: la resurrección de Cristo y lo que ella significa para el cristiano, un nuevo nacimiento (Rm 6,1-14). Por la resurrección de Cristo hemos sido engendrados por Dios a una nueva vida. Por ella participamos verdadera y realmente de la nueva vida del Resucitado (Rm 6,3ss). Se ha abierto un nuevo horizonte a la vida humana. La vida no se agota en la salud corporal ni en las relaciones sociales interpersonales. La resurrección de Jesús descubre el suelo firme en el que se asienta la verdadera vida y nos hace caminar por él,  dándonos el derecho  de ciudadanía  en la nueva  patria (Flp 3,20).

 

La nueva vida, el nuevo nacimiento (Jn 1,13; 3,3-3-15; 1Jn 2,29), es debido únicamente a la acción de Dios. Acción de Dios en Cristo para nosotros. Consecuencia de lo que Dios ha hecho en Cristo para nosotros es el gozo, la alegría. Es como la segunda parte de esta pequeña sección. El momento de la alegría y del gozo pleno nos está reservado para el futuro. Pero la seguridad de lo venidero (Rm 8,18) irrumpe en el presente dándole fuerza y eliminando una concepción pesimista de la vida. Una alegría victoriosa en medio de las dificultades de la vida presente, porque las dificultades y problemas proceden de los hombres, mientras que la seguridad y el consiguiente gozo nos vienen de Dios, ante quien los hombres no tienen acceso para despojarnos de ellos.

 

Felipe F. Ramos

Lectoral