SEMANA SANTA, Ramos

I.- Evangelio preparatorio. (Mt 21,1-11).

 

Hoy el evangelio propiamente dicho es el relato de la pasión. Éste se lee como preparación de la fiesta de los Ramos. Esta solemne celebración dominical la iniciamos con la repetición de un rito multisecular, precristiano. El antiguo pueblo de Dios peregrinaba gozosamente a Jerusalén para renovar la alianza con su Dios. Entre otros cantos litúrgicos figuraba el estribillo siguiente: “Este es el día que hizo Yahvé. Alegrémonos y disfrutemos en él” (procedente del Sal 118,24).

El “día del Señor” es día de victoria, de júbilo, de fiesta, de alegre y gozosa relación de Dios con su pueblo y del pueblo con él. En el tono festivo de acción de gracias se mezcla la alegría de la salvación: “No moriré; viviré para cantar las obras de Dios” (Sal 118, 15-17); sus costumbres culturales: la entrada litúrgica en el templo por la puerta de la justicia: “Abridme las puertas de la justicia, y entraré por ellas para dar gracias al Señor” (Sal 118, 19-20); la procesión litúrgica con la bendición y la danza festiva: “Bendito sea el que viene en el nombre del Señor; nosotros os bendecimos desde la casa de Yahvé. El Señor es Dios, él nos ilumina; ordenad la procesión “con ramos en las manos”, hasta el altar” (Sal 118,26-27).

 

Los rasgos descritos son particularmente adecuados para describir el misterio cristiano. Por eso el salmo citado aparece frecuentemente en el NT, y, particularmente, era aplicado a la entrada de Jesús en Jerusalén. Y el mismo Jesús lo cita como anuncio de dicha entrada (Mt 23,39: “De ahora en adelante no me veréis más hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor.

 

Ofrecemos a continuación el comentario a este evangelio preparatorio teniendo en cuenta el significado tan profundo del mismo. Una vez terminado entraremos en el ritmo habitual de nuestros comentarios señalándolo con el II. Lecturas Bíblico-Litúrgicas.

La entrada de Jesús en Jerusalén es presentada por Mateo con gran exactitud geográfica. Viene desde Galilea, atravesando la Perea y entra por la parte oriental. Así evitaba el pasar por Samaría. El camino que subía desde Jericó a Jerusalén, antes de llegar al monte de los Olivos, se desviaba a la izquierda para pasar por Betfagé y después por Betania.

 

Todos los evangelistas han descubierto el simbolismo de este último tramo del camino de Jesús a Jerusalén. El monte de los Olivos era presentado en la escatología judía como el lugar donde aparecería el Mesías y donde tendría lugar la resurrección de los muertos. La gran batalla escatológica tendría lugar en el monte de los Olivos. Este era el pensamiento judío, que se apoyaba en el texto del profeta Zacarías: “Luego se pondrá en campaña Yahvé, y combatirá a esas naciones como se combate el día de la batalla, al tiempo de la guerra. Aquel día se afirmarán sus pies sobre el monte de los Olivos, que está frente a Jerusalén, al lado de levante, y el monte de los Olivos se partirá por en medio, de levante a poniente, como un gran valle, y la mitad del monte se echará al norte, y la otra mitad al mediodía” (Za 14,3-4). Esta creencia sugiere que con Jesús ya ha tenido lugar el acontecimiento escatológico y que él constituye la clave para interpretarlo. La escena es utilizada por los evangelistas para demostrar que Jesús es el que viene o “el que viene en nombre del Señor”

 

Jesús mismo dispone todos los preparativos para su entrada en Jerusalén. Manda a sus discípulos que le preparen la montura. Los discípulos son meros ejecutores de sus órdenes y Jesús demuestra un conocimiento sobrehumano de todo lo que se le avecina. En el evangelio de Juan el conocimiento sobrehumano de Jesús se halla presente  prácticamente en todas las páginas. En la escena de la entrada en Jerusalén prescinde de él para que su relato se desarrolle con mayor naturalidad: "Jesús encontró sobre la marcha un asno y montó en él” (Jn 12,14). El anuncio que hace Jesús a sus discípulos de que encontrarán un borrico... es un “teologúmeno”, es decir, una sentencia o frase utilizada para demostrar el conocimiento sobrehumano de Jesús: que todo estaba bajo su control y que debía cumplirse tal como estaba previsto por Dios a cuya voluntad él era absolutamente obediente.

 

Marcos, Lucas y Juan narran la entrada de Jesús en Jerusalén en el contexto de lo previsto por la Escritura. Lo mismo hace Mateo, pero este evangelista, utilizando los mismos textos que los demás, les precede con una de esas citas tan suyas llamadas por los intérpretes “citas reflejas”: aquellas que suponen una especial reflexión teológica sobre el sentido profundo de algún texto de la Escritura: “Todo esto ocurrió para que se cumpliese lo que dice el profeta: “Decid a la hija de Sión: Mira que tu rey viene a ti humilde y montado en una borrica y en un pollino, hijo de un animal de carga” (Mt 21,4-5). La cita de la Escritura resulta de la fusión de dos textos: Za 9,9, a la que se antepone una introducción de Is 62,11.

 

La entrada misma en la ciudad santa es descrita utilizando un cliché bíblico: o se hace referencia a la fiesta de los tabernáculos -que tenía conexión directa con las especulaciones mesiánicas- o a la fiesta de la dedicación del templo, la hanuka (1M 13,51). Sorprendentemente Mateo no menciona las palmas. En este marco estrictamente bíblico encaja el grito del Hosanna, que es una cita del Sal 118,25-26. El salmo es citado en varias fiestas judías (Tabernáculos, Dedicación del templo y Pascua).

 

El grito de homenaje: “Hosanna. Bendito el reino de nuestro Padre David. Hosanna en las alturas”, procede del Sal 118. La exclamación ¡Viva el Altísimo! Se refiere a Dios. La palabra “hosanna” significa Dios salva, Dios ayuda, Dios da la victoria. Y el mismo salmo sirvió de base para poner de relieve la realeza de Jesús. No obstante, ya entonces, como ocurre entre nosotros, tenía una aplicación más significativa y general, en el sentido siguiente: “salud y bendición”; “la salud y bendición de Dios vengan sobre nosotros”. En el relato evangélico sobre la entrada de Jesús en Jerusalén, este grito tiene un sentido claramente mesiánico. La exclamación que gritaba la multitud presentaba a Jesús realizando la bendición, la salud, la victoria que Dios había prometido a su pueblo. La venida que Dios había anunciado se cumple por medio de el que viene. Con esta expresión se designaba al Mesías. Recordemos las palabras del Bautista: “Detrás de mí viene otro”. “¿Eres tú el que ha de venir?”.

 

La exclamación del pueblo se halla estrechamente unida a la tradición litúrgica dentro del judaísmo. El “Hosanna” era cantado en las grandes fiestas de peregrinación. Entonces no era una mera oración de súplica, algo así como “ayúdanos, Señor”, sino un homenaje a Aquel que venía en el nombre del Señor. El Hosanna, en labios cristianos, equivale a una confesión de Jesús como el Mesías. Precisamente por eso nuestra liturgia se encarga de que lo proclamemos cada vez que celebramos el misterio eucarístico. Seguimos así la pauta marcada por Mateo, que repite dos veces la palabra a modo de inclusión, para resaltar aquello que se encuentra entre la misma voz mencionada dos veces.

 

Se nos narra en este episodio la entronización mesiánica de Jesús. El sentido de la misma sólo podía ser comprendido después de la pascua y desde ella (Jn 12,16). Él es un rey singular, no encaja en las categorías habituales sobre la realeza (Mc 10,41-46). La gente sale de la ciudad con palmas. En la ciudad no las había. ¿De dónde las tomaron? Forman parte del ritual de la entronización: así eran recibidos los reyes y los vencedores por los notables de la ciudad cuando regresaban victoriosos, en el momento de su llegada, de su “adventus”. De ellos nos habla en texto bíblico al mencionar al que viene. El Hosanna sonaba en estas ocasiones a ¡Viva el rey!.

 

Es sorprendente que en un evangelio, que es el de Juan, que no utiliza la categoría de “reino de Dios” para expresar el mensaje cristiano, en los relatos de la pasión nos presente con tanta frecuencia a Jesús como rey. Ello ocurre así porque, a partir de este momento, no existe ya ningún peligro de ser mal entendida su realeza. Es el cuarto evangelio el que afirma que los discípulos comprendieron aquel acontecimiento después de la pascua. Desde la luz de la resurrección es desde donde únicamente puede ser entendido el suceso. Nadie había comprendido qué clase de Mesías era Jesús. Esto significa que estamos ante un acontecimiento que, en la más pura línea joánica, debe ser catalogado entre los “signos”; el hecho narrado es sólo la base sobre la que se apoya el evangelista para orientar a sus lectores hacia otras enseñanzas más elevadas.

 

Al citar el salmo se añade el título de “hijo de David”. Para el evangelista Mateo es importante acentuar el mesianismo de Jesús diciendo que es descendiente de David. Lo ha hecho en varias ocasiones, comenzando por la genealogía del cap. primero. Quien entra en Jerusalén de esta forma no es un peregrino cualquiera; es un Jinete muy especial; la cabalgadura era autorizada  únicamente para el Rabino, al que seguían a pie sus discípulos. La descripción del pollino encaja también perfectamente en este contexto mesiánico. Era ya un axioma indiscutible que un animal utilizado para fines sagrados, fuesen los que fuesen, no podía haber sido utilizado para otros menesteres. En consecuencia, en nuestro caso, tenía que ser nuevo, no haber sido montado por nadie.

 

En el evangelio de Marcos la aclamación no se dirige tanto al rey, al hijo de David, al que viene en el nombre del Señor, cuanto al reino mismo: “Bendito el reino de nuestro padre David que llega” (Mc 11,10). No tiene como punto de partida una cita del AT; es un comentario utilizado por la gente para dar al acontecimiento un sentido mesiánico en la línea expresada por los Salmos de Salomón que, en el 17, aclaman al glorioso dirigente davídico que restaurará el reino de David y llevará a Israel a todo el esplendor soñado que alcanzaría sobre la tierra. En la bienvenida al rey, que viene en nombre del Señor, Lucas omite su relación con David (Lc 19,38).

 

El entusiasmo de la muchedumbre parece apagarse ya dentro de la ciudad: en lugar de hablar de Jesús como Mesías, el hijo de David, se limitan a presentarlo como el profeta de Nazaret. La expresión indica una cristología elemental. Ello sirve para acentuar la mayor verosimilitud del relato dentro de la ornamentación ya constatable en el mismo.

 

 

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Is 50,1-11.
2ª lectura: Flp 2,6-11.

3ª lectura: Pasión según San Mateo.

 

En el tercer canto del Siervo de Yahvé (primera lectura) se hallan incluidos el antiguo Israel, el profeta que habla y el Siervo de Dios, Jesús, al que, en última instancia, se refiere. He aquí sus características: la certeza de la fe en la acción de Dios, en contra de la duda expresada anteriormente (Is 49,14.25); el Siervo de Yahvé tiene el oído y el corazón abiertos a Dios y al profeta Isaías: el verdadero siervo de Dios es un discípulo suyo; la acentuación de los golpes y desprecios sonmencionados como signos de la aceptación obediente de la historia de Israel, en contra de sus anteriores rebeliones e infidelidades; la confianza en la ayuda de Dios es  el  eco repetido  en todos los poemas  dedicados  al  Siervo  de Yahvé (Is 41,10.13.14; 42,2; 49,5). El pueblo de Dios, el Profeta y Jesús tienen su punto de apoyo en La Roca de Israel.

La historia de la pasión según Mateo (equivalente a la tercera lectura) explica el origen y el fundamento permanente de la Iglesia como el pueblo de Dios de la nueva alianza. En relación con el pueblo de Dios, la pasión es el traspaso de la elección de Israel a la Iglesia, sin que se nos defina con exactitud cuál fue el momento decisivo del traspaso (¿la crucifixión?, ¿la resurrección?); por un lado, es el establecimiento de la salud-salvación (Jesús como sacramento) y, por otro, es el  ejemplo para los creyentes (Jesús como modelo).

 

Lo más característico es la perspectiva cristológica, que se pone de relieve en lo siguiente: a) la frecuencia con que utiliza el nombre de Jesús como título, no sólo como nombre: siete veces al comienzo de los relatos y cuatro en el centro de los mismos; José de Arimatea no sólo esperaba el Reino (Mc 15,43), sino que es “el discípulo de Jesús” (27,57),  porque Jesús  es la  presencia misma del Reino; b) Jesús es el Señor de su suerte, actúa con pleno conocimiento previo de lo que va a ocurrirle  y tiene “poder” para evitarlo (26,53-56); c) en las afirmaciones sobre el templo, Jesús es el único que “puede” destruirlo (26,61); d) la naturaleza atestigua la dignidad de Jesús cuando se manifiesta con grandes prodigios en el momento de su muerte (27,51-54...); estamos, en consecuencia ante la pasión gloriosa del Hijo de Dios (26, 63; 27,40.43.54).

 

El interés eclesiológico ocupa un lugar muy destacado. Su relato de la pasión está destinado a la asamblea de los creyentes, a la Iglesia: en el relato de la pasión el lector no ve a un Jesús misterioso, como Marcos. El velo ha sido levantado: el lector sabe, a través del evangelio, que Jesús es el cumplimiento de Israel y, precisamente por eso, ha sido rechazado por Israel. Ve a Jesús en una comunidad que se ha separado del judaísmo y que es independiente. En el relato de la pasión de Mateo se consuma el rechazo de Jesús por Israel y su consiguiente sustitución. En Jesús, Israel muere y resucita.

 

El relato de la pasión de Mateo no es tanto un relato kerigmático (como lo es el de Marcos) cuanto un relato eclesiástico; el creyente aprende a contemplar la culminación del conflicto entre Jesús e Israel, mediante el cual Jesús lleva a su culminación a Israel y las promesas de Dios. El rechazo  por el Israel “histórico” hará que se genere el “Israel de Dios”. Mateo invita de este modo a sus lectores a la admiración y al culto debido al Señor, que es el “dueño” de su suerte.

 

En el contexto de la introducción de la fiesta y el relato de la pasión aparece san Pablo (segunda lectura), como siempre, con su serena y profunda reflexión teológica. En su célebre himno cristológico -tomado muy probablemente de uno de los credos abreviados de la fe existentes en la primitiva comunidad cristiana- pone de relieve los pensamientos teológicos en los que se refleja todo el significado de la vida, muerte y resurrección de Jesús.

 

El mencionado himno cristológico nos inculca la imitación de Cristo, acentuando la renuncia al poder y la conducta a seguir por el camino de la obediencia. Es lo específico de Pablo: aborda situaciones concretas recurriendo a principios trascendentes y permanentemente válidos. Así lo demuestra este célebre himno cristológico, cuyo contenido exponemos, muy sintéticamente, a continuación:

 

a) Cristo fue un hombre con el “plus” de la divinidad. Estaba en condición de Dios, es decir, como hombre-Dios podía haber estado exento de toda limitación humana. Lo que asombra es que haya renunciado a todos los privilegios que le correspondían. Siendo  Dios -destaquemos  el pensamiento de  la  prexistencia, Jn 1,1-2-, no quiso aferrarse a su dignidad única. Se halla subyacente la contraposición  al hombre que,  siendo tal,  pretendió  y pretende hacerse Dios (Gn 3,5).

 

b) En un segundo momento, el himno afirma la total encarnación de Dios, haciéndose uno de los que iba a redimir. El Señor se hizo esclavo. El que participó y participaba de la humanidad asumida mediante la  coexistencia (fue y vivió toda su vida como verdadero hombre en una existencia común con la nuestra).

 

c) El tercer momento acentúa la exaltación. El “nombre sobre todo nombre” es sencillamenteKyrios. Así lo reconoce la confesión cristiana de la fe. Esta tercera fase, en correspondencia a las dos ya mencionadas, recibiría el nombre de posexistencia. El evangelio de Juan lo dice así: “Salí del Padre y vine al mundo, ahora dejo el mundo para volver al Padre” (Jn 16,28).

 

 

PRESENTACIÓN GLOBAL DE LA PASIÓN

El acontecimiento salvador enraizado en la historia

Desde muy pronto, no más tarde del año treinta y siete, comenzó a circular por las distintas comunidades cristianas un breve documento escrito, compuesto por la iglesia oficial de Jerusalén, sobre la pasión del Señor. Comenzaba con el arresto de Jesús en Getsemaní y terminaba con la narración de la muerte y el anuncio de la resurrección. Otros episodios, como el que celebramos el domingo de Ramos, se añadieron posteriormente a dicho relato original o bien como preludios de la pasión, a la que debían ofrecer un pórtico más digno, o bien como complemento y enriquecimiento de la misma.

 

La entrada de Jesús en Jerusalén fue un hecho histórico. Su reconstrucción nos ofrecería las grandes líneas siguientes: Jesús subió a Jerusalén con sus discípulos; como maestro o rabino más o menos famoso entró en la ciudad santa seguido y aclamado, de alguna manera, por sus discípulos o seguidores; probablemente este hecho suscitó algún entusiasmo entre sus conocidos y admiradores; los acontecimientos de los últimos días aceleraron su muerte. Todo esto responde a lo ocurrido.

 

La pregunta importante es la siguiente: la primitiva comunidad cristiana, ¿se hubiese interesado en la reconstrucción de esta pequeña historia sólo por el hecho de saber cómo había entrado Jesús en Jerusalén?. Evidentemente que no. Esto le interesaba únicamente como el andamiaje sobre el que se reconstruye y profundiza la dignidad de Aquel que había llegado a la ciudad santa en medio de una expectación más o menos llamativa: es el Señor, y todo sucede como él lo había previsto y dispuesto. En consecuencia, el relato se halla determinado más que por el interés histórico por el teológico. Esto encuentra su demostración en las consideraciones siguientes:

 

La mención del monte de los Olivos conecta directamente con la esperanza judía según la cual Dios aparecería en dicho monte para la salvación de Jerusalén y para realizar el juicio sobre sus enemigos. La escena es utilizada por los evangelistas para demostrar que Jesús es el que viene o "el que viene en el nombre del Señor".

 

Jesús se movía de un lugar a otro caminando. Ahora lo hace, excepcionalmente, sobre un pollino. Esto entraña una serie de dificultades casi insalvables si entendemos la escena únicamente desde su vertiente histórica: no resulta fácil cabalgar sobre un pollino. La dificultad se acrecienta si el pollino es nuevo, si no ha sido montado por nadie, si todavía no ha sido domado. Más difícil aún resulta imaginar el viaje montado sobre dos pollinos, como afirma el evangelista Mateo. La intención de los evangelistas es la siguiente: quien entra en Jerusalén es el rey salvador. Así lo había anunciado y descrito el profeta Zacarías (9, 9-10).

 

Quien entra en Jerusalén de esta forma no es un peregrino normal; es un Jinete muy especial; la cabalgadura era autorizada únicamente para el Rabino, al que seguían a pie sus discípulos. La descripción del pollino encaja también perfectamente en este contexto mesiánico. Era ya un axioma indiscutible que un animal utilizado para fines sagrados, fuesen los que fuesen, no podía haber sido utilizado en otros menesteres. En consecuencia, en nuestro caso, tenía que ser nuevo, no haber sido montado antes por nadie.

 

El grito de homenaje: "Hosanna. Bendito el reino de nuestro padre David que llega. Hosanna en las alturas", procede del Sal 118. La palabra "Hosanna" significa Dios salva, Dios ayuda, Dios da la victoria. No obstante, ya entonces tenía, como ocurre entre nosotros, una aplicación más amplia y general, en el sentido siguiente: "salud y bendición"; "la salud y bendición de Dios vengan sobre nosotros". En el relato evangélico sobre la entrada de Jesús en Jerusalén, este grito tiene un sentido claramente mesiánico. La exclamación que gritaba la multitud presentaba a Jesús realizando la bendición, la salud, la victoria que Dios había prometido a su pueblo. La venida que Dios había anunciado se cumple por medio de el que viene. Con esta expresión se designaba al Mesías. Recordemos las palabras del Bautista: "Detrás de mi viene otro". "¿Eres tú el que ha de venir?".

 

La exclamación del pueblo se halla estrechamente unida a la tradición litúrgica dentro del judaísmo. El "Hosanna" era cantado en las grandes fiestas de peregrinación. Entonces no era una mera oración de súplica, algo así como "ayúdanos, Señor", sino un homenaje a Aquel que venía en el nombre del Señor. El Hosanna, en labios cristianos, equivale a una confesión de Jesús como el Mesías. Precisamente por eso nuestra liturgia se encarga de que lo proclamemos cada vez que celebramos el misterio eucarístico.

 

La exclamación entonada por la multitud estuvo asociada, desde el principio de la Iglesia, a la celebración de la Cena. Esta tradición cristiana, continuadora de la tradición litúrgica del judaísmo, pretendía acentuar que el Hijo de David no entró en Jerusalén como un guerrero victorioso y triunfante, sino como el Siervo de Dios, que viene en nombre del Señor. Si hubiese entrado triunfal y victoriosamente, inmediatamente hubiese sido arrestado por los soldados romanos. Sin embargo, el que viene en el nombre del Señor, aunque lo hace en la más absoluta humildad, será quien decida la suerte última del hombre por la postura que se haya adoptado ante él. La expresión tiene una esencial referencia al acto judicial del Hijo del hombre, que cumple su quehacer en el último momento de la vida del hombre, en el último encuentro con el hombre en su existencia terrena.

 

En resumen: La llegada de Jesús a Jerusalén es presentada como la entrada del rey; es una entrada regia. En esta línea apuntan una serie de detalles: el hecho de llamar "Señor" a Jesús: "el Señor lo necesita"...; el follaje que, a modo de alfombra, se tendía por el camino al pasar el Soberano; el pollino sobre el que cabalga Jesús, del que se dice que estaba "en el camino", preparado ya para que Jesús pueda utilizarlo cuando guste; las referencias al A. Testamento y, en particular, al profeta Zacarías (9,9).

Felipe F. Ramos

Lectoral