TIEMPO ORDINARIO, Domingo III

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Is 9,1-4
2ª lectura: 1Co 1,10-13.17
3ª lectura: Mt 4,12-23

 

Cuanto mayor es la desgracia, con más fuerza surge la esperanza. La humillación del país de Zabulón y el país de Neftalí alude a la devastación llevada a cabo por Tiglat-Pileser III el año 733 (2R 15,29). El ensalzamiento del “camino del mar, al otro lado del Jordán,  y la Galilea de los gentiles” corresponde a las tres provincias en las que los asirios había dividido este territorio: Dor, Guilead y Meguiddo. Las tres regiones devastadas serán  reconstruidas y enaltecidas. Esta realidad histórica se convierte  en la infraestructura teológica de la más gloriosa esperanza. Así lo describe la segunda parte de esta pequeña sección mediante el recurso a las imágenes más esperanzadoras.

 

El caminar a oscuras, tanteando nuestro pasos intenta palpar hitos invisibles e inseguros, la ausencia de la luz, la cobardía engendrada por la oscuridad, cambia repentina y gozosamente ante la aparición de la luz. Su presencia nos garantiza la seguridad. Y el trabajo agotador y casi inhumano  de los antiguos labradores se convertía en alegría incontenible ante el carro cargado de gavillas, que simbolizaban el premio al trabajo de todo el año. Y las penalidades de los que “hacían la guerra” se hallaban compensadas en el reparto del botín.

 

Las imágenes aducidas y otras descripciones pertenecientes a la sección que estamos comentando –y que no han sido incluidas en la lectura de hoy-  son de gran importancia para la comprensión de la esperanza mesiánica de Israel. Se hallan no en el contexto de un oráculo dinástico, sino en la entronización del rey, que era aclamado como hijo de Dios (Sal 2,7: “Yahvé me ha dicho: Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado yo. Pídeme y haré de las gentes tu heredad, te dará en posesión los confines de la tierra”). Los salmos regios o reales celebran varios motivos similares (Sal 2. 21. 72. 89. 110. 132). La base teológica de la monarquía en Judá fue la alianza eterna con David (2S 7; 23,1-7; Sal 89).

 

En la ascesión de un rey al trono se experimentaban y reafirmaban las promesas hechas a David. Estas sucesiones alimentaban la expectación de la esperanza mesiánica. Recordaban, evocaban y actualizaban la ruptura del yugo de la opresión, como había tenido lugar en las batallas de Gedeón (Jc 6-9) que derrotó a los madianitas. Toda esta imaginería frondosa y el recuerdo de las victorias del pasado se convierten en la mejor referencia para el triunfo del presente, del que nos habla el evangelio (tercera lectura).

 

Mateo coincide con Marcos al afirmar que Jesús comenzó su actividad en Galilea, después de haber sido encarcelado el Bautista. Nuestro evangelista narra muy sumariamente lo ocurrido en el principio de la predicación de Jesús, porque le interesa caminar con rapidez hacia los grandes cuadros con que nos va a pintar al Maestro: el Mesías de la palabra, el predicador, nos será presentado en el discurso o sermón del monte (cap. 5-7). Aquí queda esbozado este cuadro con afirmaciones de tipo general: “comenzó Jesús a predicar, recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas, predicando...”. El Mesías de los hechos, médico-curador de toda enfermedad, aparecerá en los cap. 8-9. Aquí se adelantan únicamente las grandes líneas de su actuación: “curando toda enfermedad; le traían los enfermos...”.

 

Tenemos en esta pequeña unidad literaria lo que Mateo consideró como esencial al ministerio de Jesús:

 

a) Su predicación y enseñanza a los gentiles en Galilea “de los gentiles”. Había sido anunciado de antemano que el Mesías actuaría en Galilea, cerca del país de los paganos (Is 9,1-2). Para que quede constancia de que la profecía se ha cumplido, Mateo afirma expresamente que Jesús se trasladó desde Nazaret a Cafarnaún, donde se estableció.

 

Tendríamos la impresión de que el ministerio de Jesús se realizó exclusivamente entre los paganos. Así nos lo haría suponer el presente texto. La realidad, sin embargo, fue distinta. Tanto los Sinópticos como, sobre todo, Juan afirman que Jesús trabajó casi exclusivamente entre los judíos. ¿Por qué, pues, esta noticia de Mateo? Sencillamente porque el evangelista tiene delante el encargo de la misión universal: el evangelio será predicado al mundo entero (29,18ss). Quiere, además, poner de relieve que la actividad de Jesús estaba destinada a todos los hombres y que, ante Dios, nadie puede pretender tener la exclusiva. La cita de Isaías, además, apunta a una presentación de Jesús que captará en plenitud el cuarto evangelio. Jesús es la luz. El misterio de la universal oscuridad humana se iluminará desde él.

 

b) Jesús anunció el reino de los cielos. El sumario de su predicación coincide literalmente con lo afirmado por el Bautista (3,2). Volveos a Dios con toda la profundidad y radicalidad de la auténtica conversión, porque Dios se vuelve a vosotros. La única diferencia entre la predicación del Bautista y la de Jesús consiste en que la proximidad del Reino, que anuncia Juan, se convierte en presencia en la persona de Jesús.

 

c) Jesús eligió discípulos. Esta acción del Maestro la explicaremos más abajo. Jesús realizó milagros de curación. Son mencionadas en particular las enfermedades más graves: posesos, lunáticos y paralíticos (4,24). Se está describiendo así al siervo de Yahvé, que cargaría con todas nuestras enfermedades (8,17). ¡Jesús es el Siervo de Yahvé!.

 

La predicación de Jesús produjo un gran impacto en el norte (Galilea), el sur (Judea y Jerusalén) y el este (la Decápolis). Si es importante presentar a Jesús como curador de toda enfermedad, es más importante anunciarlo como predicador y portador de la Palabra. El evangelista Mateo ha preparado así el auditorio que escuchará a Jesús en su primer gran discurso, el sermón de la montaña, que viene a continuación del evangelio que hoy nos ofrece la liturgia.

 

En esta presentación sumaria que ha hecho Mateo del ministerio de Jesús, unas veces se dice que Jesús “enseñaba”, otras que “predicaba”. La distinción es acertada. La “enseñanza” presentaba la palabra de Dios, bien en forma expositiva bien en forma de discusión, tal como ocurría en las sinagogas. La “predicación” está siempre unida al anuncio del evangelio, la buena nueva que es llamada así porque se centra en  el reinado de Dios, su presencia entre los hombres. Jesús aparece así como el heraldo divino que anuncia la presencia del Reino. Un anuncio que siempre produce alegría.

 

Tres de los cuatro discípulos mencionados formaron el círculo de los íntimos de Jesús (17,1-8; 26,37). De Simón se dice que fue llamado Pedro. Mateo indica así que el nombre de Pedro le fue dado posteriormente. Los cuatro discípulos son pescadores y, sobre todo, según la versión de Marcos, vivían en Cafarnaún.

 

Las palabras que Jesús les dirige: “venid conmigo”, “los llamó” son las técnicas para definir el discipulado más estricto. También el verdadero discípulo entre los judíos se formaba en el seguimiento de su maestro y su vida era moldeada aceptando el yugo que el maestro le imponía (11, 29; 23,4). Existe un paralelismo entre el discipulado judío y el cristiano: entrar en la escuela de un maestro, vivir con él, aceptar sus enseñanzas, renunciar a muchas cosas. Sabemos de algunos judíos que renunciaron, incluso, al matrimonio para dedicarse más libremente al estudio de la Ley en la escuela de un maestro famoso. Pero, junto a estas semejanzas, existen profundas diferencias: la iniciativa en el discipulado judío partía del alumno que quería “matricularse” en una determinada escuela; en el discipulado cristiano, la iniciativa parte siempre de Cristo que es quien llama. Aquellos discípulos se hacían tales con la esperanza de dejarlo un día para convertirse también ellos en maestros; el discipulado en la escuela de Cristo es permanente. La suerte que el discípulo judío corría podía ser muy distinta a la de su maestro; el discípulo cristiano tiene que correr la misma suerte que su maestro, beber el cáliz que él bebió.

 

La frase clave en esta pequeña sección la tenemos en el encargo que Cristo piensa encomendarlos: “os haré pescadores de hombres”. La frase, sin paralelo conocido en ninguna de las literaturas del entorno judío, es original del cristianismo y significa la misión al servicio de la palabra de Dios, que Jesús encomendará a sus discípulos. Y es la palabra absoluta y vinculante de Jesús la que confía este servicio a los llamados por él. Jesús aparece así situado en el mismo plano en que nos es presentado Yahvé en el AT, llamando a los profetas  para este mismo servicio a la palabra. De forma irresistible, obligatoria, aun dentro de la misma resistencia y repugnancia que el llamado a tal servicio experimentase por las complicaciones que el anunciar la palabra de Dios entraña.

 

Como le ocurrió a Jeremías (20, 7ss), a Pablo (1Co 9, 16) y, tal vez, de modo menos visible y sensible, a todo anunciador de la palabra de Dios. Porque deben recoger la misma palabra de Jesús y transmitirla, urgir la exigencia de conversión profunda, sufrir las consecuencias que su rechazo implica, anunciar el reino de Dios y la necesidad de ajustarse a sus leyes y exigencias. Como contrapartida, participar en la misma dignidad de Jesús.

 

Pablo habla de la unidad necesaria (segunda lectura) a propósito de las divisiones existentes en Corinto. Entre los problemas que Pablo tiene que solucionar a la comunidad de Corinto, uno de los más graves era el partidismo y la sabiduría cristiana. El partidismo existente en Corinto (1Co 1,10-12) giraba en torno a los predicadores, a los que consideraba como retóricos ambulantes o mercaderes de sabiduría humana. La sabiduría era el baremo único para medir la valía de los hombres y de las ideas. Los corintios pensaban que el cristianismo podía ser juzgado también desde esas categorías y lo hacían depender del prestigio de las personas que lo anunciaban.

 

Pablo condena la sobrevaloración de las personas en el quehacer evangelizador y rechaza el partidismo existente en Corinto con sólidos argumentos, entre los que descuella su oposición a la unidad de Cristo, que murió por ellos y en cuyo nombre han sido bautizados (1Co 1,13-17).

 

Felipe F. Ramos

Lectoral