PASCUA, Domingo V

Evangelio: Jn 15, 1-8:

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí.

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: el que permanece en mí y yo en él, ése, da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí, lo tiran fuera como al sarmiento, y se seca, luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseáis, y se realizará.

 

Comentario: Unas palabras introductorias suavizarían el comienzo del evangelio de hoy. Tal como las leemos recibimos la impresión de un comienzo abrupto e injustificado. Sin embargo no es así. Teniendo en cuenta el contexto inmediatamente anterior en el que está hablando Jesús -es el discurso de despedida- literariamente no se hacen necesarias las mencionadas palabras introductorias. Sencillamente porque sigue hablando Jesús Y lo hace mediante el recurso a uno de sus “Yo soy” clásicos, que puede ser considerado como una fórmula epifánica o de reconocimiento (R. Bultmann). De este modo su lenguaje se asemeja al parabólico.  El Maestro sale de sí mismo y se proyecta sobre aquellos que le siguen. El “Yo soy la vid” anticipa la naturaleza de sus seguidores en un discipulado incipiente, cuando se autopresentó por primera vez con estas palabras. Entre la vid y los sarmientos existe una intercambiabilidad tal que los hace inseparables. Así lo demuestran las palabras explicativas de Jesús.

La pequeña unidad literaria que hoy nos corresponde comentar se centra en la definición del verdadero discípulo de Jesús. Tanto la persona como el discipulado como tal son definidos por lapermanencia. No en vano se recurre a la fórmula de la inmanencia, que es utilizada para definir la relación entre el Padre y el Hijo. Recordémoslo a propósito de la intervención de Felipe: ”Señor, muéstranos al Padre; eso nos basta. Jesús le contestó: Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y aún no me conoces, Felipe? El que me ve a mí, ve al Padre. ¿Cómo me pides que os muestre al Padre?  ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?” (Jn 14, 8-10). A  esta última expresión se le ha dado el nombre de la inmanencia mutua.

Esta definición es igualmente válida para presentar la verdadera naturaleza del discípulo  y del discipulado cristiano. ¿Será una casualidad que en los versos que tenemos delante, vv. 4-8, el verbo correspondiente (=ménein,en griego, “permanecer) sea utilizado siete veces? No creemos en esas casualidades. El número septenario ha sido elegido intencionadamente porque indica la perfección de la realidad que sea, en este caso del discípulo o del discipulado cristiano. Permanencia mutua,inmanencia mutua, inseparabilidad de los discípulos, de los sarmientos, unidos a la vid  y de la vid a los sarmientos. Y, naturalmente, unión con el Padre porque, al fin  y al cabo, él es el dueño de la vid y de los sarmientos. Tampoco podemos admitir como casualidad que dicha permanencia en la unión de los sarmientos con la vid sea descrita en forma imperativa. Dicha forma verbal acentúa y pone de relieve la unión moral. Sin embargo cuando se habla de la permanencia de Él en nosotros el tono se desplaza para subrayar, no la unión moral, sino que “El es la vid”, y que los sarmientos no pueden separarse de él si quieren dar frutos.

¿A qué obedece la repetición de la fórmula de reconocimiento “Yo soy la vid”?  Probablemente se pretende resaltar la unión de los sarmientos con la vid: a mayor unión más frutos. El prerequisito preliminar y esencial para dar frutos es la unión mutua porque él, como la vid, la cepa llena de vida, es el canal por el que discurre la savia, la vida, a los sarmientos. ¿Y qué pasa cuando se produce la separación, cuando los sarmientos dejan de estar unidos a la vid?  Pues que no dan fruto, son cortados y arrojados fuera de la viña para ser quemados. No creemos que se trate de la excomunión ni de la condenación.  Está muy claro lo que realmente ocurre: dejan de ser sarmientos, se secan, no dan fruto, son arrojado de la viña, son utilizados para encender el fuego. Repetimos que, al hablar así, no estamos hablando ni de la condenación ni del infierno.  Lo que se quiere poner de relieve es que un discípulo o un discipulado separado de la vid es inservible.

La belleza del árbol limpio, cuidado, podado, atendido, frondoso, se deteriora por la carcoma producida por pequeños insectos roedores aunque sean invisibles. O mueren ellos por la poda y tratamiento adecuado o mueren las hojas o los sarmientos cuya utilidad no pasa de servir para ayudar a que, gracias a ellos, el fuego adquiera fuerza hasta consumirlo todo.

El verdadero discípulo debe permanecer en la palabra de Jesús o en Jesús en cuanto Palabra. Este es el aspecto esencial para aceptar la veracidad de las palabras sobre la eficacia de la oración(Jn 15,7; como ocurre en 14,13-14).  La metáfora de la vid y los sarmientos tiene tras de sí una larga historia. El punto de partida es el árbol, en general, símbolo de lo viviente. Sigue la utilización que hace el AT de la metáfora (Jer 2,21-22; Is 5; 27,2-5; Sal 80, 9-15). También el judaísmo utiliza el símbolo, incluso para designar a personas individuales (Ex 17,5; 19,10). Lo aplica al Mesías en el Apocalipsis de Baruc (Bar 36,40). Algo parecido tenemos en  la Sabiduría (Eclo 24,17-21).

Junto a estos paralelos debe ser mencionada la semejanza singular con determinados textos de la gnosis mandea, en los que la vid es presentada como el árbol de la vida y las almas como sus ramas. Estas reciben el poder vivificador gracias a su unión con la vid. Así ocurre en esta alegoría. La diferencia está en que este árbol de la vida (la vid) es una persona histórica en el evangelio de Juan, yen la gnosis la vid es una idea vinculada a un revelador impersonal y atemporal. R. Bultman, tan propenso a ver la influencia de la gnosis mandea en el evangelio de Juan, en la explicación de nuestro texto se inclina, más bien, por la influencia del “árbol de la vida” que, en algunas mitologías, por ejemplo en la mandea, es la vid. Aquí lo rechaza porque el texto no habla para nada del vino. Aduce como posibilidad la idea cristiana de la cruz como “el árbol de la vida”, frecuentemente identificado con el vino, aunque esto pueda explicarse desde las categorías bíblicas. Tal vez lo más importante en su interpretación sea la afirmación según la cual la alegoría se centra absolutamente en la relación personal, de tal manera que las categorías de pensamiento son morales, no gnósticas (como es sabido los gnósticos vivían al margen de la moral).

¿Hay que ver también una alusión a la eucaristía?  Si el “Sitz im Leben” o el contexto  en el que era anunciada la alegoría de la vid hubiese sido la celebración eucarística habría que concluir que no era posible imaginar un lugar más adecuado. Si no era así habría que afirmar que, al menos, la metáfora en cuestión tendría su base en unas palabras eucarísticas de Jesús: “En verdad os digo que Yo no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en  que lo beba nuevo en el reino de Dios” (Mc 14,25; Lc 22,18). Sería la comunión en la misma mesa lo que impondría a los discípulos la obligación del amor mutuo (Jn 13,34-35). Y, en cualquier caso, éste sería el pensamiento que Jesús intentaría exponer en la alegoría de la vid.

También debe ser tenida en cuenta, al menos, una alusión al culto, teniendo en cuenta la preocupación que existe por este tema en el evangelio de Juan (Jn 4,20-25). La revelación sobre el lugar del culto (Jn 2,21-23) supone la unión de los redimidos con el Redentor, tal como lo describe la alegoría de la vid. El lugar en el que ha sido situada la alegoría nos parece intencionado:  se halla a media distancia entre el lavatorio de los pies y la oración sacerdotal. Según todos los relatos, la cena de despedida se halla impregnada por el misterio de la muerte. Ahora bien, la acción eucarística de Jesús nos hace participar en el sacrificio de Cristo. Y esto nos lleva al sacramento. El misterio de la vid tiene su eficacia y su representación adecuada en el misterio de la eucaristía. En la celebración del sacramento experimenta la comunidad reunida la presencia del Redentor y la permanencia en él de los participantes (Jn 6,56).

Felipe F. Ramos

Lectoral