PASCUA, La Ascensión


Evangelio: Mc 16,15-20:

En aquel tiempo se apareció Jesús a los Once, y les dijo: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán en mi nombre demonios, hablarán lenguas  nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos.

El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban.

 

Comentario: Última manifestación del Resucitado, recriminación a los discípulos por su falta de fe, mandato de la misión evangelizadora. Aunque ya aludimos a ella más arriba, al hablar de la “aparición”, su importancia extraordinaria justifica que volvamos sobre la misma para poner de relieve otros contenidos.

Aparición “oficial”. Se trata, en primer lugar, de la manifestación de Jesús resucitado a los Once. Es la manifestación oficial pública a la Iglesia naciente que ellos,  los  once,  representan.  Este encuentro  oficial  y  público -claramente diferenciado por los evangelistas de las apariciones particulares- constituye la base más sólida sobre la que se apoya nuestra fe en la resurrección de Jesús y, precisamente por eso, perteneció desde el principio al kerigma original cristiano. Es el testimonio oficial de la Iglesia naciente. Él constituye la vía razonable de acceso al Resucitado. Es importante poner de relieve la absoluta sobriedad de la narración. Se renuncia a la descripción de cualquier tipo de sentimientos y emociones. Su esquematismo es frío y casi escalofriante. Se nos refieren simplemente los hechos puros y desnudos, desprovistos de todo lo anecdótico y personal. Una comparación con las apariciones particulares resulta instructiva al respecto.

Hay un segundo detalle en el texto evangélico que tiene particular significación. La aparición o el encuentro de Jesús con los discípulos tiene lugar cuando estaban sentados a la mesa. Una clara referencia  a la celebración de la cena del Señor. ¿No había encargado Jesús a sus discípulos que celebrasen la Cena, la eucaristía, como memorial-actualización de su misterio? En dicha celebración, “recostados a la mesa”, el Señor se les hizo presente de una forma patente. Las apariciones del Resucitado se hallan frecuentemente enmarcadas en el contexto de una comida.

Otro rasgo bien significativo es que Jesús se apareció de otra forma ( = en etéra morfé, Mc 16,12, dice el texto griego). Esto no significa que Jesús se vistiese con distinto atuendo en cada una de sus manifestaciones. Se afirma con ello que la figura o el aspecto del Resucitado era distinto al que había tenido mientas vivió corporalmente entre los suyos. Con ello se nos está diciendo que el Resucitado no es un cadáver vuelto a la vida; es de “otra forma”; es una figura celeste, sin punto alguno de referencia humana para su identificación; es un ser que pertenece por entero al mundo de Dios y participa de todas sus cualidades, entre las que destaca su invisibilidad.

La incredulidad de los discípulos. Jesús recrimina a sus discípulos por su incredulidad y dureza de corazón. Dos palabras durísimas. Para nuestro evangelista únicamente son aplicables a los enemigos de Jesús. Aplicadas a los discípulos ponen de relieve su incomprensible falta de fe.  Debían haber creído. Cualquier testimonio fehaciente debería haber sido suficiente. Esta consideración genérica nos lleva a descubrir la causa de dicha recriminación. Con ella se trata de subrayar la magnitud del milagro de la resurrección. Los discípulos debían  haberlo aceptado inmediatamente.

Además, ¿cómo podían anunciar el misterio cristiano, que  adquiere todo su sentido desde la resurrección?  Por otra parte, debía quedar claro que este hecho tan extraordinario no se impone por sí mismo; no pertenece al terreno de la evidencia que nos entra por los ojos de la cara o de la razón; no es una realidad demostrable mediante pruebas tangibles y concretas. El testimonio que los discípulos deben dar del Resucitado; el anuncio del Evangelio; la gracia de la salvación; la intervención salvadora de Dios en nuestro mundo son acciones de Dios que han llegado a imponerse a pesar de toda la resistencia humana no han sido invenciones de los hombres.

La misión de los discípulos. El mandato de misión se halla implicado en la misma manifestación del Resucitado y en la consiguiente superación de la incredulidad. Cuando el acontecimiento de la gracia envuelve a alguien, éste debe convertirse en instrumento de su transmisión. En el mandato de misión se acentúa la universalidad de destino de la gracia salvadora. El evangelio debe ser anunciado y ofertado a “todos los pueblos”, al “mundo entero”. Nuestro evangelista tiene, también aquí su matiz peculiar al añadir “ a todo criatura”.  Mediante esta variante quiere acentuarse un pensamiento teológico importante. Cristo es presentado como Señor de toda la creación ; su señorío se extiende a los hombres, por supuesto, pero también  a la creación en cuanto tal. En todo caso, son los hombres los directamente afectados por el anuncio. De esta forma se está describiendo el camino de la fe. Un camino difícil.

La “incredulidad y dureza de corazón” de los discípulos fue superada  por la presencia del Resucitado en medio de ellos. A su vez, ellos, los discípulos, deben ser testigos del Resucitado; los anunciadores de su vida; los que inviten a otros a participar en su discipulado. Es un mandato que deriva de la gracia que a ellos les fue concedida. Es un mandato que afecta a todos los creyentes.

La fe y la increencia. Junto al mandamiento de la misión evangelizadora de la Iglesia, nos ofrece el texto el contenido esencial de la misma. Es el mensaje de la salvación el que debe ser anunciado. Un mensaje que se hace eficaz mediante la decisión de la fe. Un mensaje que es privado de su fuerza salvadora mediante la incredulidad. El ser o no ser de la oferta divina se resuelve en la fe o en la incredulidad. Y la oferta divina  se pone de relieve en la mención del bautismo. La decisión positiva de la fe se manifiesta en el bautismo: el bautizarse significa la  aceptación voluntaria y libre de la oferta divina de la salvación. La oferta divina llega al hombre en el bautismo, en la invitación a participar en el misterio de la muerte y resurrección de Jesús; el bautizarse significa entrar dentro de dicho misterio. Así la fe nos es presentada como la respuesta exigida al hombre ante la acción previa de Dios realizada en Cristo y puesta a disposición de quien quiera aceptarla.

Hechos significativos. La palabra evangelizadora irá acompañada de hechos significativos; los anunciadores de la palabra de Dios, los proclamadores del evangelio, harán cosas extraordinarias, cuya finalidad estará en su poder significativo, no en lo sensacional de lo realizado. Los hechos extraordinarios que se nos cuentan en este relato -que hayan ocurrido realmenrte así o sean, más bien, un clisé o un recurso literario es completamente secundario- quieren ser flechas indicadoras de una realidad más profunda y trascendente. Los llamamos hechos “significativos” porque “significan” otra realidad existente más allá de la que aparentemente describen. Anuncian, significan, actualizan, presencializan el reino de Dios. Son “señales”.

Así los llama el evangelista Marcos en nuestro texto. Detrás de ellos existe, en este primer momento de la vida de la Iglesia, la convicción inquebrantable de que el Resucitado ha comunicado a sus discípulos, a los creyentes en general - no sólo a los doce o a la Iglesia jerárquica- el poder de hacer milagros: echaban (los apóstoles y los enviados de Jesús) muchos demonios y, ungiendo con óleo a muchos enfermos, los curaban (Mc 6,13). El apóstol Pablo habla del “poder de milagros y de prodigios y del poder del Espíritu Santo”  (Rom 15,18).

En el fondo era lo que había sido anunciado en el AT. El lector que está medianamente familiarizado con la Biblia sabe que estos hechos extraordinarios habían sido prometidos para cuando llegase el momento de la última intervención de Dios en la historia humana. Por otra parte, la realización de algo realmente extraordinario era lo que se esperaba de alguien que tuviese la pretensión de hablar y de actuar en nombre de Dios.

La expulsión de los demonios es el primero de los cinco hechos mencionados. Así se describela fuerza liberadora del evangelio; se afirma la libertad alcanzada por el hombre para ser él mismo, e incluso para ser más de lo que él podía pensar, cuando el evangelio prende en su ser  y determina su conducta; la alienación esclavizadora del hombre es reemplazada por la realización plena del propio yo con un “plus” que el hombre no puede sospechar y que Dios le regala por pura gracia.

El hablar lenguas nuevas es mencionado en segundo lugar. Algo verdaderamente extraño. ¿A qué se refiere? Creemos que esta “novedad”, el hablar lenguas “nuevas”, hace referencia al ser “nuevo” del hombre en el que prende la fuerza del evangelio. Este nuevo signo o señal describiría de este modo, mediante el recurso a hablar “lenguas nuevas”, la nueva creación o la obra de Cristo considerada como una nueva creación. La lengua, la voz, la palabra de Dios designan el soplo divino en cuanto principio vital de las cosas. Ella, la lengua-voz, convirtió el caos sin vida en cosmos organizado y vivificado. Pues bien, partiendo de esta mentalidad o concepción cultural, las lenguas nuevas apuntan a la nueva realidad que Dios ha creado en nuestro mundo con su evangelio. Esta es la gran noticia que quiere comunicarse al lector del evangelio al mencionar las “lenguas nuevas”.

Tomar en las manos las serpientes, parece algo absurdo. Nadie lo hace. Es propio de prestidigitadores o de quienes practican  las artes mágicas, pero no de los creyentes en Cristo en cuanto tales. ¿Por qué es mencionado aquí? Por dos razones. En primer lugar, porque designa la presencia de los tiempos mesiánicos, tal como habían sido designados por Isaías: El niño de teta jugará junto a la ura del áspid y el recién destetado meterá la mano en la caverna del basilisco (Is 11,8). Por otra parte, la expresión y la imagen eran utilizadas para designar la especial providencia de Dios sobre los discípulos, a los que no dañará ni el peligro más gravemente mortífero: Yo os he dado poder para andar sobre serpientes y escorpiones y sobre toda potencia enemiga, y nada os dañará ( Lc 10,19). Este tercer signo es simplemente una variante de los dos que hemos citado para enmarcarlo.

El beber veneno sin sufrir daño debe ser valorado en la misma línea. Es el único del que no tenemos antecedentes bíblicos. Sin embargo, debió ser muy importante en la época de Jesús y en la inmediatamente siguiente, ya que es mencionado frecuentemente.

La curación de los enfermos es el último de los signos citados. Estamos en la más pura línea evangélica. Se atribuye a los anunciadores del evangelio lo que hacía Jesús, que curaba a los enfermos. Es un signo que el apóstol Pablo menciona entre los carismas:... luego el poder de milagros(1Cor 12,28).

Todos los signos mencionados tienen mucho que ver con el bienestar del hombre, con su plena realización, con la necesaria y deseada liberación del peligro, de la necesidad y de la muerte. Es una buena forma de decir que el evangelio no empobrece al hombre, sino que lo dignifica de una forma inesperada e inimaginable para él. Cuando Dios interviene en la vida del hombre no es para aprovecharse de él, sino para beneficiarle.

El gran final. Lo constituyen únicamente dos versículos. A pesar de todo, merecen con toda justicia el calificativo que les hemos dado. Por primera y única vez en los evangelios encontramos unidos el nombre y el título que mejor sintetizan la esencia de la fe cristiana: El Señor Jesús o Jesús es el Señor (1Cor 11,23).

La ascensión al cielo y la sesión, el estar sentado a la derecha del Padre., acentúan el comienzo del señorío o reinado del “Señor Jesús”. Entre este victorioso momento inicial y la parusía o su segunda venida se halla el tiempo de la Iglesia, realizando las obras que él hizo.

Sólo faltaba añadir el cumplimiento, por parte de la Iglesia, del mandamiento recibido del Señor Jesús. Y lo hace nuestro texto recurriendo a afirmaciones terminantes. Frente al mandamiento, que sonaba así: Id por todo el mundo... se constata el cumplimiento del mismo con una parquedad absoluta: ellos fueron predicando por todas partes. Frente a la promesa de la presencia del Señor Jesús entre los suyos, se constata el cumplimiento de la misma: y el Señor cooperaba con ellos, confirmando la palabra con las señales que la acompañaban. Una gran novedad. En todo el NT sólo aquí es presentado el Señor como “colaborador”. La presencia operante del Señor significa colaboración en la predicación-palabra de los apóstoles. Y esto se hace cognoscible en los “hechos significativos” que la acompañan. Estos hechos significativos dan fuerza, fortalecen, confirman la palabra, rubrican la verdad de lo enseñado, situándola, más allá de la esfera humana, en el nivel de la veracidad divina.

El gran final recoge, de forma estrictamente kerigmática, los aspectos esenciales de la figura de Jesús: es el Señor, el maestro-revelador, partícipe, también en su realidad humana, de la dignidad que Dios le ha concedido sentándolo a su derecha. La Iglesia es presentada como la continuación de Jesús.

Felipe F. Ramos

Lectoral