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TIEMPO ORDINARIO, Domingo XXXI

Evangelio:  Jn 14, 1-6 ( El comentario a esta pequeña unidad literaria lo haremos incluyéndolo en la primera parte del discurso de despedida de Jesús, dentro de la cita de Jn 14,1-14).  El texto lo copiamos a continuación:

 

No se turbe vuestro corazón. Confiad en Dios y confiad en mí. En la casa de  mi Padre hay sitio para todos; de no ser así, ya os lo habría dicho; ahora voy a prepararos un lugar donde vivir. Una vez que me haya ido y os haya preparado el lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que podáis estar donde voy a estar yo. Y ya sabéis el camino para ir donde yo voy”. Tomás le replicó: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?”. Jesús le respondió: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar al Padre, sino por mí” (Jn 14,1-6).

 

 

Comentario: El tema global es el de la partida de Jesús; se hace, siguiendo la intención del evangelista, en la forma literaria llamada inclusión: todo lo que se dice queda “incluido” dentro de la misma frase que, en nuestro caso, es la siguiente: No se turbe vuestro corazón ( Jn 14,1.27: ampliamos los versículos hasta el 27 para que se vea más clara la “inclusión”.). Todo el relato gira en torno a dos verbos: “me voy”  y “vuelvo”. El “me voy” indica el “lugar” hacia el que va (Jn 14,1-17) y el “camino” para llegar a él: Jesús es el camino para llegar al Padre. El “vuelvo” (14,18-27) se refiere a la venida o vuelta de Jesús en la Pascua. La Pascua condena y supera la orfandad de los discípulos. La vuelta no es, por tanto, la tradicional que tendría lugar al final de los tiempos.

 

En una especie de conclusión (14, 28-31) se resumen los grandes temas: partida y retorno de Jesús; la fe y el amor y la relación entre el Padre y el Hijo. Esto, a su vez, hace que aparezca un tema nuevo: el de la alegría. Dentro de esta estructura y contenido fundamentales deben destacarse también estos otros aspectos:

 

La necesidad de creer en Jesús. Sólo así se puede entender que su partida sea para el bien de los discípulos. Jesús es el único camino hacia el Padre; es todo lo que el hombre necesita para la salvación. La fe en Dios -y es desde ella de donde están hablando Jesús y el evangelista- implica la fe en Jesús. Dos actitudes fundamentales inseparables en el hombre. Si creemos en Dios debemos creer también en su Enviado, en su preocupación por hacer llegar hasta nosotros el medio dispuesto para que esta apetencia humana se convierta en auténtica realidad.

 

La aclaración sobre el lugar al que se dirige Jesús.  El va a la Casa del Padre. Como representación espacial de la Vida, del Reino, aparece aquí la “casa” por primera vez en todo el NT. Sabemos que Dios no tiene limitada su existencia y su vida a un lugar determinado. Si existiese un Censo universal, fuera de cualquier ciudad, allí habría que ir a buscarlo. Tampoco lo tiene Jesús. La Casa de Dios es él mismo. Lo mismo debe decirse de Jesús resucitado. Ir a su Casa, a la de cualquiera de los dos, significa vivir su propia vida en la medida en que puede hacerlo el ser humano y eliminadas todas las dificultades y obstáculos que la existencia humana comporta.

 

Las representaciones mencionadas requieren una explicación. En la muerte y resurrección de Jesús, en lugar de acentuarse su valor y significado salvíficos, se pone de relieve el aspecto de su ida al Padre a preparar el lugar para los discípulos. Una vez lograda dicha finalidad, Jesús vuelve para tomar consigo a los discípulos (Mt 24,40s); el tiempo salvífico es el de la unión con Jesús en las moradas... En lugar de la fe se pone de relieve la esperanza.

 

El texto evangélico pone de relieve la continuación de la obra de Jesús en la acción de los discípulos. Porque creen en él harán incluso “obras mayores” que las suyas (14,12). Ellos seguirán predicando y anunciando la conversión para que otros tengan también la oportunidad de vivir en las moradas celestes. Puesto que Jesús va al Padre, los discípulos ampliarán, “harán mayores obras”, la obra de Jesús a lo largo del tiempo. Para ello se hace necesario destacar el poder intercesor de Jesús por su presencia ante el Padre (14,13).

 

Las preguntas de los discípulos (14, 5.8.22) son funcionales y cargadas de intención; no expresan la ignorancia de quien las hace, sino la necesidad que todo el mundo tiene de escuchar la respuesta de Jesús, que ellas provocan. A la pregunta de Tomás responde Jesús presentándose como el camino, la verdad y la vida. Evidentemente, una persona no es un camino, pero sí puede ser el camino para llegar a otra. Esto es lo que significa la autopresentación de Jesús: él es el medio único para llegar al Padre. Y en el momento de decidirse a entrar por el Camino, el “caminante”, el creyente, está disfrutando ya de la Verdad, que es la revelación-manifestación-comunicación de Dios y la Vida.

 

La respuesta dada a Felipe alude a todos aquellos que se consideran a sí mismos como reveladores o manifestadores de Dios. El caso más claro, que subyace a la pregunta de Felipe, era el de Simón Mago (Hch 8, 9ss), que se presentaba a sí mismo como una emanación de la divinidad, algo “grande”. Frente a todos ellos se afirma que el único revelador de Dios es Jesús. Y se hace recurriendo a la fórmula de la inmanencia: El Padre está en mí y yo en  el

Padre. Nadie, por tanto, puede conocer mejor a Dios ni hablarnos con mayor objetividad de él que el Hijo. El “está en el seno del Padre”; una metáfora que indica la máxima intimidad imaginable entre los humanos.

 

En la pregunta de Judas se halla latente el deseo de todo cristiano: que Jesús haga una demostración inequívoca de su poder. Y que lo haga no sólo dentro de la comunidad, sino en el mundo. La respuesta de Jesús purifica estos deseos tan bien intencionados como equivocados: para el Revelador lo importante es la fe, guardar su palabra; dentro de ello no entra el esperar demostraciones ostentosas.

 

Felipe F. Ramos

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