Tiempo NAVIDAD, Natividad del Señor

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª: lectura: Is 52,7-10
2ª lectura: Hb 1,1-6
3ª lectura: Jn 1,1-18

Buena anticipación del Magnificat: “Ha derribado de su trono a los poderosos y ensalzado a los humildes” (Lc 1,52; las siguientes palabras de Isaías constituyen la excelente anticipación a la que nos hemos referido: “Desciende y siéntate en el polvo, virgen hija de Babilonia. No más trono, siéntate en la tierra, hija de los caldeos. Ya no te llamarán jamás la delicada, la voluptuosa” (Is 47,1). La “reina” Babilonia es destronada; la “esclavizada” Sión, Jerusalén, ocupa su trono:”Echa en torno a ti los ojos y mira, todos se reúnen para venir a ti. Por mi vida, dice Yahvé que te revestirás de ellos como de ornamento y te ceñirás de ellos como novia” Is 49,18).

Iluminado por el Espíritu, un discípulo del profeta Isaías describe el retorno del pueblo desterrado a su patria (Is 40,9; 41,27) (primera lectura). Es la gran noticia, el “evangelio”, la manifestación de la realeza divina en Sión (Is 24,23: ”La luna se enrojecerá, el sol palidecerá cuando Yahvé Sebaot sea proclamado rey. Y sobre el monte de Sión, en Jerusalén, resplandecerá su gloria ante sus ancianos”). Los centinelas descubren a los anunciadores de la paz y describen con gritos de alegría la restauración de lo que había sido demolido por sus enemigos. El retorno de Israel a su tierra significa la restauración  de la ciudad y del templo, la vuelta del pueblo a la tierra que se había convertido en símbolo de la presencia de Dios y de su reino. Yahvé es presentado como un guerrero que se arremanga las mangas y se  ajusta  el  vestido   para  tener  más  desahogo  en  su  trabajo  de libertador (Is 42,13). Todos los pueblos pueden ser testigos de la lucha (la liberación de Israel de Babilonia, repetición de la de Egipto) y de la victoria (la salud-salvación) de Dios. Es el anuncio de la victoria del Bien sobre el Mal.

Aquello fue una anticipación significativa. La realización plena la celebramos hoy con un maravilloso himno a la Palabra de Dios (tercera lectura). El término Logos o “palabra” estaba muy difundido a finales del siglo primero. Aplicado a Jesús, le presenta como un ser sobrenatural, que reúne en sí las características que el judaísmo atribuía a la Ley y a la Sabiduría. La palabra participa de todos lo poderes y atributos de Dios. Es Dios mismo hablando. Dios mismo se expresa en ella. Ella manifiesta el plan de Dios sobre los hombres; es como el retrato de Dios acercado a los hombres. Dios se hace inteligible en su palabra, en Jesucristo. En ella, en El, en su Palabra se da a conocer, se revela, se comunica. Todo lo que Dios tenía que decir al hombre, cuanto quería hacer por él, su auto-presentación como don gratuito y como regalo inmerecido lo ha concentrado en él.

En relación con el mundo, la palabra es presentada como el medio por el cual Dios creó todas las cosas. La idea se expresa en una antítesis perfecta: todo fue hecho por ella y “sin ella no se hizo nada de cuanto ha sido hecho”. Se afirma la intervención de Dios en la creación. No se describe el modo de la misma, pues éste excede la competencia del mundo de la Biblia. La creación es la primera salida de Dios hacia fuera de sí mismo. El modo como tuvo lugar esta salida, entonces era imaginado como la actuación de un Dios antropomorfo, trabajando como lo hacen los hombres y utilizando como medida del tiempo la semana: seis días de trabajo y el fin de semana. Tendrían que pasar muchos siglos para que el hombre pensara en el big bang.

En su referencia a los hombres, la palabra es la vida y la luz. Se afirma de este modo que la realidad plena de la existencia, la vida auténtica, no se halla en el hombre mismo, sino en aquel que es la Vida y, consiguientemente, es el autor de la vida. La realización o el fracaso de la existencia humana depende de si está o no en relación con la palabra, en referencia al Logos. La oposición del hombre a la luz significa caminar en las tinieblas, independientemente de Dios. Comienza la lucha entre la luz y las tinieblas, que se desarrolla a lo largo de la historia y es tema mayor dentro del evangelio.

La acogida de la palabra en la fe significa la participación en ella, en la vida de Dios. Comienza una relación nueva entre el hombre y Dios, que aquí se expresa en términos de filiación. Nuevos lazos unen al hombre con Dios. La filiación divina es posible gracias a un nuevo nacimiento. Las dos negaciones: “no nacen (los creyentes) por vía de generación humana, ni porque el hombre lo desee” (Jn 1,13) lo diferencian radicalmente del proceso de la generación natural y afirman que es debido a la iniciativa divina. Eso en el caso de que el texto citado (Jn 1,13) deba leerse en plural. También es posible, e igualmente probable, leerlo en singular. Se referiría entonces no a los creyentes, sino al logos o palabra hecha carne, no por el proceso de la generación natural, sino por la iniciativa y el poder de Dios. Se afirmaría, por tanto, el nacimiento virginal de Jesús. El nuevo ser cristiano supera al simplemente humano en la misma proporción en que la gracia supera a la Ley, en la misma medida en que Cristo supera a Moisés (Jn 1,16-18).

Lo que originariamente fue un himno excepcional e insuperable fue utilizado por el evangelista como prólogo de su evangelio. Para ello dedió hacer los arreglos pertinentes. Mencionamos los que le parecieron más esenciales, en razón de su contenido: La adición más destacada nos la ofrece el evangelista en 1,14.16-18. Estos versículos nacieron de la necesidad de afirmar el modo concreto como la palabra llegó a nuestro mundo, mediante la asunción verdadera y real de nuestra misma naturaleza; que ésta fue el vehículo utilizado por nuestro Dios para su aterrizaje en nuestra historia; que en ella se manifiesta Dios mismo, al que podemos experimentar como gracia, verdad, luz y vida, superando infinitamente otros ensayos e intentos de acercamiento, como el que se realizó a través de Moisés. Una corriente clara de este evangelio es su lucha contra la gnosis.

La corriente gnóstica dio origen a la primera herejía cristológica. Según ella el Cristo celeste se había servido de Jesús de Nazaret como de un “medium” para comunicar su revelación. La utilización duró desde el momento del bautismo hasta el comienzo de la pasión en que le abandonó. En consecuencia, Jesús de Nazaret había sido una persona irrelevante, carecía de importancia. La gravedad de esta doctrina justifica la tendencia antignóstica de nuestro evangelio y la insistencia en la identidad entre la palabra eterna y Jesús a lo largo del mismo. Tenemos el mejor resumen sobre el particular en la frase El Verbo se hizo carne. Es la formulación más clara y cruda de la encarnación y es debida a la necesidad de rechazar las afirmaciones gnósticas.

El autor de la carta a los Hebreos, en su maravilloso prólogo sintetizador de la actividad salvífica de Dios (segunda lectura) nos lleva a la contemplación de un proceso en el que las palabras-acciones de Dios culminan en la manifestación concreta, visible y tangible de la Palabra. La venida de Cristo inaugura una nueva época. Según la concepción judía, el mundo presente sería sustituido por una era nueva y gloriosa. Cuando los cristianos descubrieron en el acontecimiento de Cristo toda la importancia salvífica que tenía, no dudaron en utilizar aquella creencia judía. Cristo es quien verdaderamente inaugura esa era nueva. ¿Por qué? Sencillamente porque Cristo nos habla de Dios. Pero nos habla de Dios por alguien que tiene la categoría de Hijo de Dios y que, por tanto, es capaz de transmitirnos una revelación plena y completa.

El Hijo puede comunicar la plenitud de Dios porque es “el esplendor de su gloria y la gloria de su sustancia”. Tiene que haber una identidad –al mismo tiempo que una distinción- entre el Hijo y el Padre, para que el Hijo pueda darnos totalmente al Padre. Para describirlo son utilizadas dos imágenes: según la primera el Hijo se relaciona con el Padre como el rayo de luz de la luz de la que procede; según la segunda, se trata de una figura que únicamente puede lograrse por la impresión directa mediante algún objeto para grabar.

Una vez que se ha dado la razón última por la cual Cristo puede ser en verdad la plenitud de la revelación, el autor nos introduce en lo que va a ser el tema central de la carta: después de haber hecho la purificación de los pecados. La obra de Cristo es descrita sirviéndose de un patrón sacerdotal. Pero debe quedar claro que quien ha llevado a cabo esta obra no es una idea sino una persona histórica. El Hijo no pertenece al mundo de las ideas emanadas de Dios (al estilo como habla Filón de Alejandría); más bien, el Hijo sostiene el mundo con su poder creador.

Felipe F. Ramos

Lectoral