Tiempo OCTAVA DE NAVIDAD, Sagrada Familia

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Si 3,3-7.14-17a
2ª lectura: Col 3,12-21
3ª lectura: Lc 2,41-52

La fe de Israel consideró como inseparable la relación que el hombre debe mantener con Dios y la que le  une a sus semejantes,  en particular  a los padres (primera lectura). El cuarto mandamiento era particularmente importante para el judaísmo tardío: “El que maltrata a su padre y ahuyenta a su madre es un hijo infame y deshonroso” (Pr 19,29). “Llamóle y le dijo (Tobías a su hijo): “Si muero, hijo mío, me darás sepultura  y te guardarás de menospreciar a tu madre; hónrala siempre todos los días de tu vida, obra según su beneplácito y no le causes tristeza. Acuérdate, hijo, de los muchos trabajos que ella pasó por ti cuando te llevaba en su seno; cuando muera, dale sepultura a mi lado, en el mismo sepulcro” (Tb 4,3-4).

Esta relación, además de pertenecer a la realidad natural, la Biblia nos dice que es querida por Dios. En ocasiones insiste en las obligaciones de los padres para con los hijos acentuando, sobre todo, lo relativo a la educación (Si 30,1-13; 42,9-14). En la liturgia de hoy se pone de relieve el papel inverso: el respeto debido por los hijos a sus padres: es un medio para borrar los pecados y compensar el mal realizado. El que respeta a su madre acumula tesoros. Los tesoros acumulados se refieren a las buenas obras que serán recompensadas en el futuro (1Tim 6,19).

En la obligación de atender a las necesidades de los padres confluyen varios argumentos: les han dado la vida; lo que ellos han hecho por los hijos y, no en último lugar, se les recuerda que su comportamiento con ellos lo experimentarán en el que reciban de sus propios hijos. Algo así como laley del talión: Te tratarán como les hayas tratado a ellos. Las circunstancias actuales y las motivaciones aludidas pueden calificarse de “puntuales”. La ley, sin embargo, es invariable y está ahí.

El relato candoroso del pasaje evangélico correspondiente a la festividad de hoy (tercera lectura) es una composición lucana. Lucas es un verdadero especialista en la presentación de este tipo de historietas a las que transfiere gran encanto literario y no menor profundidad teológica. La demostración más clara, una verdadera exhibición, nos la ofrece en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Al tercer evangelista le bastan unos pocos detalles, una ligera información que le llegue sobre los detalles de la vida de Jesús y, sobre todo de su infancia, de tantos como circulaban por las comunidades cristianas para lograr una composición literaria admirable.

Los puntos de apoyo que nos ofrece el evangelio de hoy son de distinta naturaleza. El primero podía pertenecer al terreno psicológico-social, que ve en el niño de hoy  al hombre del mañana. También nosotros, al referirnos a los niños, afirmamos de ellos que son el futuro. El tercer evangelista podía haber conocido el caso similar narrado en la historia de la salvación, según la cual Samuel, el hijo de Elcana y de Ana (1S 1,3-21; 2,19) comenzó a profetizar a la edad de doce años, según Josefo. El detalle de su edad no nos lo ofrece la narración bíblica sobre Samuel. También se halla presente en la escena la profunda formación religiosa recibida por Jesús en su infancia. Lucas pretende dejar constancia anticipada en el presente relato, con sus indicaciones veladas pero intencionadas, de los grandes temas favoritos del tercer evangelio.

La ley judía exigía que todos los adultos, a partir de los 13 años, subiesen a Jerusalén con motivo de las tres fiestas mayores: Pascua, Pentecostés y Tabernáculos (Ex 23,14ss). Esta obligación era inculcada a los niños antes de esa edad para que fuesen acostumbrándose a ella. La familia de Jesús guardaba escrupulosamente las exigencias impuestas por la Ley. Sólo después de la celebración de la fiesta durante siete días se volvía a casa. Tanto la ida como la vuelta se hacía por la Transjordania para evitar el contacto con los samaritanos. Y la formación en grupos de la misma localidad estaba exigida por la necesidad de evitar los ataques imprevisibles, pero siempre temibles, de los salteadores. A su vez esto dificultaba el encuentro de algún miembro de la familia ya fuese en el camino de regreso a casa y, más aún, en la ciudad de Jerusalén, que se convertía en un auténtico hervidero humano con sus 50.000 peregrinos que la invadían durante aquellos días. Hasta aquí se puede hablar de verosimilitud histórica.

Donde sus padres lo encontraron fue en una sinagoga adosada al templo. El evangelista no pretende presentar a Jesús como un gran rabino que enseñaba en ella. Jesús no discute con los doctores, se limita a preguntar y responder. Era el sistema utilizado en la enseñanza. Eso sí, sus preguntas y respuestas sorprenden a los presentes. No olvidemos, sin embargo, que, a los doce años, los jóvenes estaban ya obligados al conocimiento de lo más importante de la Ley y a la interpretación personal de lo que a ellos afectaba más directamente. Si estas consideraciones no nos aquietan habría que recurrir a una hipérbole lucana, justificada desde la convicción y el reconocimiento del que, después de su resurrección, fue constituido en su Señor (Hch 2,36). Por entonces, los conocimientos de Jesús eran, y lo fueron siempre, muy limitados y estaban centrados en el campo de la especialización religiosa. El mismo evangelista lo descendió de ese podio glorioso afirmando el crecimiento de Jesús en todos los sentidos con la normalidad habitual (Lc 2,52).

Pretender atribuir a Jesús un conocimiento ilimitado partiendo de su identificación con la segunda persona de la Stma. Trinidad es propio de especulaciones de otros tiempos, inaceptables e implanteables hoy. El pensamiento teológico serio se desarrolla en otra dirección. “Si en Jesucristo no hay otro conocimiento que el divino, entonces no conoce nada. El conocimiento divino no es un acto del alma humana, pertenece a otra naturaleza”. Así se expresó ya santo Tomás. Para los escolásticos el conocimiento se adquiere por la naturaleza, y Dios y el ser humano conocen por distintos medios: Dios conoce inmediatamente y no conceptualmente; el conocimiento humano se hace por abstracción y es conceptual. Por tanto, el conocimiento divino no es transferible al ser humano. Precisamente por su limitación. Algunos escolásticos intentan “arreglarlo” recurriendo a la visión beatífica, a un conocimiento infuso. K. Rahner, U. von Balthasar, Galot... lo niegan. Su afirmación es terminante:Jesús no tuvo un conocimiento ilimitado.

El conocimiento sobrehumano que le fue atribuido a Jesús por sus intervenciones académicas en la sinagoga, que no en el templo, es lo que hoy llaman los doctores un teologúmeno, es decir, una afirmación que pretende poner de relieve una enseñanza teológica. Si examinamos seriamente el texto deberemos concluir que no pretende describirnos a un niño prodigio; que no intenta ofrecernos un milagro sensacional; que, al encontrarlo, los padres ni se alegran ni, mucho menos, se entusiasman, sino que se sorprenden y la ansiedad se apodera de ellos. ¿No había quebrantado Jesús el mandamiento de la sumisión a los padres que éstos le habían inculcado tan seriamente y desde su más tierna infancia? ¿No estaba faltando al respeto debido a los intérpretes de la Ley y a los organizadores del culto divino?

Las preguntas de María obligan a Jesús a situarse en un plano muy superior a aquel en el que ella le conocía. Porque Jesús, en su respuesta, afirma “Yo soy el Hijo de Dios” y, por eso, el lugar donde yo estoy y debo estar es la Casa de Dios. ¿Recurrió Jesús, al hablar así, a una forma retórica o metafórica de expresarse? En cualquier caso, tómense como se quiera, estas palabras le distanciaban de sus padres, algo que nunca había ocurrido hasta el momento presente. Pero, en realidad, es un pensamiento que se halla presente siempre en el evangelio de la infancia.

La dignidad de María es un  pensamiento que aparece de forma constante. Pero dicho pensamiento no es independiente o autónomo; se halla justificado por ser la madre de aquel Niño. La madre nunca se siente tan afectada como cuando pierde a su hijo. Al desaparecer José del centro de la escena la figura de María tiene que asumir toda la realidad del hijo sumiso y obediente hasta ahora y conjugarla con la difícil armonía de sus pretensiones que le sitúan al margen de su jurisdicción. Jesús deja de estar bajo la autoridad paterna, como era su obligación mientras el padre vivía. Y esto, ¿cómo se armoniza con un Mesías que no observaba el cuarto mandamiento? Jesús es obediente a Dios en la medida en que el Hijo de Dios sigue siendo hijo de José y de María.

Resulta de lo dicho anteriormente que la síntesis de toda la prehistoria del evangelio nos la ofrece el texto que culmina nuestro relato: Jesús continuaba progresando en sabiduría, en edad y en la complacencia de Dios y de los hombres (Lc 2,52). Jesús responde a los múltiples interrogantes planteados que la unión con Dios no rompe los lazos familiares. Puesto que Dios le había dado unos padres, su filiación divina pasa por su obediencia a ellos. Sólo cuando esto ha sido constatado puede terminar la composición lucana de la escena. Y sólo entonces puede ser comprendida la actitud de María: Su madre conservaba todas estas cosas en su corazón (Lc 2,51b).

María no podía entender inmediatamente toda la acción de Dios en Jesús (Jn 2,2-4.19; Lc 2,51b). ¿Acaso la entendieron los “discípulos” antes de la resurrección? Es el modelo de la fe trazado por la reacción de María. La intención del tercer evangelista pretende sintetizar varios aspectos del pensamiento lucano:

La relación de Jesús con Dios supera a la que él mantiene y está obligado a hacerlo con sus padres. Esto significa que se halla ya en acción la espada que atravesaría el corazón de María (Lc 1,35).

La sumisión total a sus padres anticipa la actitud del Siervo de Dios, que alcanzará su plenitud en la cruz. Y el viaje a Jerusalén es un ensayo también del gran viaje lucano (Lc 9,51-19,27) en el que instruye a sus discípulos y llega a su culminación en la cruz y, por tanto, del viaje redentor.

La presencia frecuente en el templo, por el que se interesa especialmente Lucas (1,5-25; 2,41-50; 24,53) invita a sus seguidores a la oración y a la valoración de Jesús como el nuevo templo.

El punto de gravedad lo constituyen las primeras palabras de Jesús. Ahora no habla Gabriel, ni María, ni Zacarías o Isabel, ni Simeón ni los ángeles; es Jesús mismo el que hace suautopresentación.

La obligación (= dei, el verbo griego que indica una obligación casi fatalista, lo utiliza Lucas 18 veces en el evangelio y 22 veces en el libro de los Hechos) indica la exigencia del plan divino, bien esté manifestado en la anticipación en la Escritura o en la conformidad a la voluntad divina en general.

El cumplimiento de la voluntad divina se realiza en la vida oculta de la actividad familiar, en su participación en el trabajo de cada día, en la inserción en el marco estrecho y casi imperceptible de una pequeña ciudad desconocida del Oriente próximo, no en los milagros sensacionalistas.

¿Tiene algo que decir la Sagrada Familia a nuestras familias? Creemos que mucho, con tal que las veamos desde la óptica de nuestro tiempo: el amor y la vida; la regulación de las relaciones mutuas fijadas no desde normas esclerotizadas impuestas desde fuera sino desde la entraña más profunda de una realidad sagrada en la que cada miembro tiene sus responsabilidades, al estilo del cuerpo que consta de muchos miembros, y del Cuerpo en el que cada miembro debe cumplir su propio carisma. Finalmente, debe tenerse en cuenta que las relaciones de Jesús con su familia no fueron fáciles: sus hermanos no sólo no creían en él (Jn 7,5) sino que, desde que inició la propia trayectoria encomendada por el Padre, le tuvieron por un perturbado (Mc 3,21,31-35).

Pablo se detiene (segunda lectura) en la descripción de la vida cristiana. El conjunto de virtudes mencionado tiene como denominador común  la superación del instinto innato a la autosuficiencia por la apertura a los demás. Es la condición necesaria para la pertenencia a la familia de Dios, al Cuerpo de Cristo. El modelo supremo lo ofrece él mismo. Desde él deriva hacia los cristianos la unidad fuerte del amor. Junto al amor como vínculo de convivencia, habla Pablo de otro principio: el de la paz. El es el que debe decidir, regir, impulsar en el camino. La vida cristiana no es acción, esfuerzo, realización humana con toda su alabanza y esplendor, sino donación, recepción, eco, frutos, acción de gracias.  Teniendo en cuenta su raíz más profunda: la palabra de Cristo.

El “machismo” paulino, hoy tan reprobable, tiene una respuesta que lo encaja dentro del marco descrito: La meta –la indiscriminación total- está todavía lejos. El estado de la evolución social se halla en vías de desarrollo. Sin embargo, deben ser valoradas en toda su dimensión las relaciones hoy inaceptables. La sumisión de la mujer al marido y del hijo al padre no es absoluta y arbitraria, tiene un límite: el Señor. Solamente Jesús es el Señor. Por eso, partiendo de este convencimiento se irá llegando a un equilibrio que permita acercarse lo más posible al ideal proclamado: “En Cristo no hay judío ni griego, varón ni hembra, amo ni esclavo” (Gal 3,28).

Felipe F. Ramos

Lectoral