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PASCUA, Resurreción

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Hch 10, 34ª. 37-43
2ª lectura: Col 3,1-4

3ª lectura: Lj 20,1-9

Para que pueda ser aceptada por el hombre, la resurrección del Señor, acontecimiento estrictamente sobrenatural, que no tuvo ni podía tener testigos, lo mismo que para aceptar el Evangelio o la Palabra, exige ser datado espacialmente (ocurrió en Palestina; Judea tiene aquí un sentido amplio, como en otros pasajes del libro de los Hechos) y temporalmente (el tiempo del Bautista). Puede incluso constatarse el punto de partida (Galilea) (primera lectura).

Los datos esenciales mencionados vienen a continuación. La unción de Jesús por Dios (Is 61,12). La presentación de Jesús, poseído por el Espíritu de Dios, caracteriza la cristología de Lucas. Se menciona el paso de Jesús haciendo el bien, en alusión al título de evergetes, bienhechores, dado a los reyes, sobre todo en Egipto. Se aduce el testimonio apostólico sobre su muerte y resurrección. La importancia de este testimonio se pone de relieve mediante el recurso a la triple repetición (versos 39. 41.42). Estos testigos han sido elegidos por Dios o por Cristo (9, 15; 13, 12).

 

Se pone de relieve lo que hicieron los hombres –le dieron muerte- (cuando se habla de los judíos, lo que hicieron los hombres con Jesús, se pone en segunda persona del plural: vosotros le disteis muerte..., de lo contrario, como ocurre aquí, es utilizada la tercera persona, y es presentada haciendo alusión a Dt 22, 21) y lo que hizo Dios (se habla de la resurrección en forma confesional, que está expuesta como un artículo del credo; puede verse en la comparación del verso 40 con 1Co 15,3). También es presentado, en forma confesional, el aspecto judicial de Cristo.

 

Este kerygma se halla ya pre-anunciado por los profetas, cuyo testimonio es aducido como confirmación de la predicación apostólica. Y dentro del contenido del evangelio se menciona tambiénel perdón de los pecados, mediante la fe en Cristo. Perdón ofrecido a todos los hombres, no sólo a los judíos.

 

La fe de los primeros discípulos en la resurrección de Jesús se apoyaba, en última instancia, en el encuentro personal con él después de la muerte. Aquellos que no lo habían encontrado personalmente se fiaban del testimonio fidedigno de quienes lo afirmaban. Como nosotros. En nuestra búsqueda de argumentos a favor de la resurrección no podemos llegar más allá de la credibilidad de los testigos que lo afirman y cuya fe pasó a ser normativa para la Iglesia.

 

A pesar de los dicho, debe tenerse en cuenta la información que recogen los cuatro evangelios sobre un acontecimiento que precedió a las apariciones o encuentros personales con el Señor: el descubrimiento del sepulcro vacío. Cómo fue descubierto  y por qué no provocó inmediatamente la fe en la resurrección son cuestiones a las que cada evangelio responde de distinta manera. En definitiva, siguen siendo cuestiones abiertas. Posiblemente el suceso no adquirió tanta importancia porque el encuentro personal con Jesús resucitado tuvo lugar muy pronto. Entonces el sepulcro vacío pasó a ser considerado como algo muy secundario.

 

La narración del cuarto evangelio aparece muy estilizada. Se dan muchas cosas por supuestas, por ejemplo, que el sepulcro había sido sellado. Más aún, él presenta el suceso haciéndolo progresar del pensamiento de la simple consternación hacia la fe. Veamos el progreso:

 

a) La reacción de María Magdalena –que acude sola al sepulcro, no con otras mujeres como nos cuentan los Sinópticos- es de consternación. Y es debida a que el sepulcro no estaba en las condiciones en que lo habían dejado el viernes después de la sepultura de Jesús.

 

b) La segunda reacción es la del discípulo a quien amaba Jesús. Llega corriendo al sepulcro (llega primero, y esto indica no su juventud ni su mejor entrenamiento para las carreras; este aspecto sería demasiado frívolo para que figure en una de las narraciones más serias del evangelio- ; se afirma que llegó primero para poner de relieve su preeminencia sobre Pedro. El cuarto evangelio se la da y necesitamos saber por qué: siempre aparece en relación con Pedro y siempre, incluso, de alguna  manera, superándolo.

 

Para nosotros la razón es evidente. El evangelio de Juan no duda de la autoridad suprema de Pedro. Pues bien, al colocar al discípulo amado a su altura e incluso con una cierta preeminencia sobre él se sirve de este aspecto para prestigiar al evangelio que se halla cobijado bajo su nombre y que tardó en ser aceptado como tal evangelio a nivel de la Iglesia universal. Al presentar al discípulo amado como garante de la tradición joánica recogida en el cuarto evangelio, nadie debía atreverse a dudar de él. Se halla refrendado por una autoridad comparable a la de Pedro. En esta misma escena la reacción decisiva es la del discípulo al que Jesús tanto quería, no la de Pedro. En todo caso, la actitud del discípulo amado frente a Pedro demuestra que le considera como la máxima autoridad en la Iglesia. Esto explica su deferencia hacia él. No entra en el sepulcro hasta después de haberlo hecho Pedro.

 

c) El otro discípulo comprobó, lo mismo que Pedro, cómo habían quedado las cosas: vio las fajas, el sudario... Era inadmisible  que un ladrón hubiese dejado tan ordenadas las cosas. Ha tenido que ser algo distinto. La conclusión no iba, por cierto, muy lejos. De esta conclusión a que Jesús hubiese resucitado había todavía un buen trecho que recorrer.

 

d) Pero el otro discípulo vio y creyó. Es la única ocasión en que se afirma en todo el NT que alguien creyó al ver vacío el sepulcro donde había sido sepultado Jesús. Posiblemente lo que puede afirmarse es que fue ese discípulo el primero que creyó en la resurrección de Jesús, antes que María Magdalena e incluso antes que Pedro. Teniendo esto en cuenta  habría que plantearse el problema de forma inversa a como ha sido planteado habitualmente: no fue el sepulcro vacío lo que creó la fe en la resurrección. ¿No sería la resurrección la que creó el hecho del sepulcro vacío?.

 

De hecho, el discípulo al que amaba el Señor no saltó a la fe en la resurrección al ver el sepulcro vacío. De momento no llegó más allá del descubrimiento hecho por Pedro: no era aceptable pensar que los ladrones de sepulcros, tan frecuentes en la época, lo hubiesen profanado para apoderarse de lo que considerasen útil para su vida. El discípulo al que Jesús tanto quería catalogó el sepulcro vacío como uno de los “signos” que impulsan a buscar la verdadera realidad más allá de lo simplemente visto.

 

La resurrección de Jesús fue la intervención suprema de Dios en la historia humana, el milagro máximo. Nada tiene de particular que, por un lado, la realidad de la resurrección haya sido considerada como el principal argumento apologético de la verdad del cristianismo y, por otro, haya sido puesta en duda o simplemente negada. Fue un tremendo error valorar la importancia de la resurrección de Jesús casi exclusivamente desde la fuerza que el hecho tenía en orden a demostrar la verdad del cristianismo. Su importancia real consiste en ser la culminación del hecho de Jesús: la trayectoria de la vida de Jesús, la pasión, la muerte, la resurrección y ascensión  constituyen una acción indisoluble para la salvación del hombre. Estamos, por tanto, ante la culminación del hecho salvífico como tal; ante el acontecimiento constitutivo del Evangelio, de la fe cristiana.

 

La resurrección de Jesús no es la vuelta de un cadáver a la vida. Dicho cadáver vuelto a la vida estaría regido por las mismas leyes biológicas y fisiológicas anteriores y, en consecuencia, estaría necesariamente abocado a la muerte. Por eso las resurrecciones narradas en los evangelios no sirven en absoluto para explicar la de Jesús. La resurrección de Jesús es la participación plena en la vida de Dios, sin ninguna clase de limitación, también en su naturaleza humana. Una verdadera creación. Y ahí está precisamente la dificultad para describirla. ¿Cómo puede ser descrita semejante acción de Dios?.

 

La resurrección de Jesús es el cumplimiento y la plenitud de la vida. En ella había demostrado su poder y jurisdicción en el terreno de la muerte (resurrecciones realizadas, que nos cuentan los evangelistas). Incluso había afirmado que él podía comunicar la vida en toda su plenitud.(Jn 10,10). La resurrección introduce plenamente a Jesús en el terreno de la vida de Dios.

 

La resurrección de Jesús es el fundamento mismo de la predicación y de la fe, de tal manera que sin ella no hay liberación del pecado. La vida “en Cristo”, la vida creyente, carecería por completo de sentido, y los que edifican su vida sobre él, sobre esta creencia decisiva, serían dignos de lástima y los más desgraciados de todos los hombres, según palabras bien conocidas del apóstol Pablo (1Co 15,19).

 

La resurrección de Jesús es la gran demostración del poder de Dios, la victoria sobre la muerte (1Co 15,55-57). En este poder se apoyan y confían  con razón los creyentes (Rm 4,17). Por tanto, el primer protagonista en el hecho de la resurrección no es Jesús, sino Dios mismo. La primera dimensión de la resurrección es teológicano cristológica. Los primeros cristianos lo entendieron muy bien y, de forma obsesiva, lo formularon en los  credos abreviados del pueblo de Dios que abundan en el NT. La frase que lo expresa dice: Dios le resucitó. Uno de los textos más significativos al respecto lo dice así: “Si afirmas con tu boca que Jesús es el Señor y si crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos serás salvo...” (Rm 10,9-10). Una frase que quedaría después desdibujada, incluso hasta nuestros días, por otra que apareció en los catecismos: “Jesús resucitó por su propia virtud”. En el NT esta frase es muy secundaria en relación con la primera.

 

La resurrección de Cristo  es su entronización como Señor. Por ella Jesucristo, que era Hijo de Dios desde el principio (Rm 1,3-4), es constituido en Hijo de Dios según el Espíritu de santificación y se sienta a la derecha de Dios (su humanidad participa plenamente en la vida de Dios y en plano de igualdad con él). Esto es lo que significa su “sesión” o el estar sentado a la derecha del Padre.

 

La resurrección de Cristo es el principio de la nueva creación. Él es “el primogénito de entre los muertos” (1Co 15,25; Col 1,18). La resurrección de Jesucristo está así en una particular relación con la nuestra. Nuestra futura resurrección ha sido ya incoada. En el bautismo (Rm 6,5.11.22) por la inserción en el misterio de la muerte y resurrección de Jesús.

 

La importancia de la resurrección de Cristo la resume san Pablo con estas palabras: “Para mí la vida es Cristo” (Flp 1,21). Principio originante de la vida cristiana y base segura sobre la que se debe construir. Este aspecto salvífico-teológico, y no el apologético, es el que puso en la pluma del Apóstol la frase siguiente: “Si Cristo no resucitó, nuestra predicación es vacía y también es vacía vuestra fe” (1Co 15,14).

 

El acceso al misterio fundante de nuestra fe lo tenemos fundamentalmente en las apariciones. Es aquí, y no en la resurrección, donde tenemos el aspecto apologético del acontecimiento. Para ello es necesario distinguir entre la aparición y las apariciones. La primera se halla esencialmente unida desde el principio a la predicación, al kerygma (1Co 15,3-5). En ella se afirmaba: Cristo vive, resucitado por Dios. Dicha aparición (expresada con el verbo griego ófze –aoristo del verbo “orao”, que significa “ver”- equivale a una teofanía o manifestación de Dios: el “se apareció” o “fue visto”, expresadas con el verbo mencionado, significa que Dios ha sacado a la luz, ha revelado o manifestado una verdad que de otro modo no es posible conocer). La resurrección de Jesús no sería cognoscible sin la revelación.

 

De esta aparición fundamental y original deben ser distinguidas las apariciones. En ellas debe acentuarse lo siguiente: tienen la finalidad de vestir la desnudez del dato anterior, que expresaba la “aparición” mediante el esquematismo frío de una única palabra, ófze.- La resurrección se les impuso a los discípulos y a todos los que contaban las apariciones como un hecho indiscutible a pesar de su resistencia a aceptarla.- Se hallan en la última fase del anuncio del evangelio. Distanciadas, por tanto, del hecho que testimoniaban. Esta distancia obligó a utilizar unas categorías tan materiales como fuese posible para evitar que el hecho cristiano se convirtiese en una ideología más del entorno cultural, al estilo de la ideología gnóstica. Las apariciones adquirieron así el aspecto deescenificaciones realistas de la resurrección. Para ello se hacía necesaria la presentación del Resucitado con las mismas categorías materiales de antes de morir: comía, paseaba, hablaba con las personas, como con la Magdalena.- Las apariciones, al igual que el sepulcro vacío no son presentadas como “prueba” de la resurrección, sino como manifestaciones del Resucitado. Se hallan subordinadas no al mundo como “prueba”, sino a la iniciativa del Resucitado, que se da a conocer a los que están dispuestos a aceptarle mediante la fe.

 

Después de descartar una religión falsa, Pablo describe el aspecto positivo de la misma (segunda lectura): los cristianos han participado ya en la muerte y sepultura de Cristo; en su bautismo dijeron adiós al hombre viejo, a la naturaleza caída; se han unido a la Muerte de Cristo con todo lo que significa, la Resurrección. Esta es su situación actual (Col 3,9-10). Y aquí viene la paradoja: “Sed lo que sois”. Sólo Col y Ef (2,6) utilizan el tiempo pasado para describir la resurrección de los cristianos; es una viva expresión para poner de relieve la participación aquí y ahora de la vida de Cristo resucitado. El “aspirad a las cosas de arriba” hace referencia a todo aquello que significa la voluntad y el plan de Dios, todo lo opuesto a lo trivial y autosuficiente.

 

Felipe F. Ramos

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