PASCUA, Domingo II

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Hch 5, 12-16
2ª lectura: Apc 1,9-11. 12-13. 17-19

3ª lectura: Jn 20,19-31

El breve relato que inicia la liturgia de hoy (primera lectura) es un canto de victoria entre la narración de la persecución de la Iglesia que antecede y la presentación de la que sigue. Se nos habla del éxito de los apóstoles aplicando el milagro realizado por Pedro en la historia de Ananías y Safira (Hch 5,1-11) a los demás apóstoles. Pedro es como la personificación de los apóstoles, y lo que hacía él podía afirmarse de todos los demás. Al fin y al cabo su actividad milagrosa era continuación de la actividad de Jesús. Por eso es mencionada también aquí la enseñanza de los apóstoles en el pórtico de Salomón, al estilo de los filósofos paganos.

 

Este grupo de cristianos es presentado como rodeado y protegido por una especie de temor respetuoso, de modo que “los otros”, es decir, los no cristianos, no se atrevían a mezclarse con ellos para oír la enseñanza de los apóstoles. Junto a esta afirmación, resulta chocante esta otra: el pueblo los apreciaba. Con ella quiere afirmarse que aquella lejanía o separación entre el grupo de los cristianos y “los otros” se hallaba producida no por enemistad hacia ellos, sino por una especie de temor sagrado. Por otro lado, tampoco convenía exagerar. Aquella distancia no quería decir que nadie se atreviese a ingresar en la comunidad cristiana. De ahí la afirmación del verso 14: “aumentaban más y más los creyentes”. La línea va desde el temor, como punto de partida, pasa por la estima, para llegar a la aceptación.

 

Al final del sumario se insiste en el gran número de curaciones realizadas, de modo que llegaba a Jerusalén mucha gente atraída por el poder curativo de los apóstoles. La fama del poder curativo de los apóstoles  había llegado ya muy lejos de la ciudad santa. Probablemente estas últimas afirmaciones (versos 15-16) sean una adición al sumario propiamente dicho y que ya había generalizado este aspecto de la actividad apostólica. Es una insistencia nueva sobre la gran estima y consideración en que eran tenidos los cristianos.

 

El evangelio de hoy (tercera lectura) llega a nosotros con una carga tan densa de sucesos misteriosos que nuestra frágil posibilidad de comprensión se siente abrumada. La hostilidad judíahabía eliminado a su Maestro. Era lógico pensar que ellos corriesen la misma suerte. El miedo comúnlos reunió en un bunker donde buscaban seguridad. Hasta aquí caminamos con firmeza por las vías ofrecidas por la historia. La guerra había terminado, pero no había sido firmada la paz. Ellos no habían sido beligerantes; habían intentado ser neutrales, aunque no lo habían logrado.

 

De pronto el bunker se iluminó. El Mediador les ofrecía la Paz. Era el mismo Jesús, pero,¡era tan distinto!. Había entrado en su escondite seguro sin llamar. Y, sin embargo, las cosas comenzaban a encajar. La primera parte del presente relato se halla marcada por la dialéctica entre la promesa y el cumplimiento: Jesús había dicho: Volveré a estar con vosotros (Jn 14,18); el evangelista constata ahora: Se presentó en medio de ellos (Jn 20,19); Jesús había prometido: Dentro de poco volveréis a verme (Jn 16,16ss); el evangelista afirma: Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor (Jn 20,20); Jesús había anunciado: Os enviaré el Espíritu Santo (Jn 14, 26; 15,26; 16,7ss), y tendréis paz(Jn 16,33); el evangelista recoge las palabras de Jesús: Paz a  vosotros... y recibid el Espíritu Santo(Jn 20, 21ss). Jesús afirmó: Voy al Padre (Jn 14,12) y el evangelista se encarga de recoger otras palabras de Jesús que significan el cumplimiento de lo que había prometido: Voy a mi Padre, que es también vuestro Padre (Jn 20,17). Este camino por la historia nos ha trasladado a lo metahistórico, lo que está más allá de lo controlable por nosotros.

 

Naturalmente, tuvo que identificarse. Lo hizo enseñando las partes más heridas de su cuerpo. La identificación estuvo acompañada de un saludo singular: la paz. Había sido una promesa en su partida: Os dejo la paz, mi propia paz (Jn 14,27). Dicha paz es la propiedad que surge del favor divino; es la bendición de la totalidad y de la plenitud de la vida, es el don permanente del Resucitado a sus discípulos; es “su” paz, porque él la ha logrado, porque es don y regalo, no premio que ellos hayan merecido.

 

El miedo se tornó en alegría. Una alegría que no es un sentimiento añadido a otros que pueda experimentar el ser humano. La alegría es sinónima de la existencia cristiana, la plenitud de la vida escatológica, a la que se puede renunciar, pero que nadie puede quitar: Vosotros ahora estáis tristes, pero volveré a veros y de nuevo os alegraréis, con una “alegría que nadie podrá quitaros (Jn 16, 22). El encuentro de Dios con el hombre implica una misión acreditada. Jesús la había recibido del Padre y ahora la transfiere a la Iglesia. Para llevarla a cabo era necesario el poder de Dios, el Espíritu.

 

El intento de describir el modo de su venida implicaba necesariamente el recurso al lenguaje metafórico: el Señor sopló, lo mismo que con motivo de la creación del hombre (Gn 2,7). El soplo, viento, aliento, pueden ser sinónimos de espíritu, tanto en la lengua hebrea como en la griega. El don del Espíritu que hace Jesús a sus discípulos es descrito de la misma forma que el don de la vida que Dios comunicó al hombre en sus orígenes. Y es que ahora estamos en el origen de una nueva humanidad, ante una nueva creación. Para que aparezca la vida debe ser removida la muerte. El don del Espíritu se comunica como poder contra el pecado. Este fue el poder que Jesús comunicó a los discípulos y a sus sucesores.

 

La resurrección es un acontecimiento estrictamente sobrenatural. Nada tiene de particular que no todos los discípulos estuviesen convencidos de ella desde el principio. En Mateo se recoge lacónicamente una noticia muy significativa, “algunos dudaron” (Mt 28,17). Es un tema tan actual hoy como en el tiempo de Tomás. Hoy es presentado bajo el título de “el Jesús de la historia y el Cristo de la fe” y ha hecho correr mucha tinta durante un siglo. Junto a la identidad es inseparable la diversidad. Son la misma persona, pero ¡menuda diferencia!. Dos días de separación habían sido suficientes para que no lo reconociesen, para que creyesen que era un fantasma...

 

La actitud de Tomás tiene la finalidad de subrayar la identidad del Resucitado con el Crucificado. El contacto físico con el Resucitado no pudo darse. Sería una antinomia. Como tampoco es posible que él realice otras acciones corporales que le son atribuidas, como comer, pasear, preparar la comida a la orilla del lago, ofrecer los agujeros de las manos y del costado para ser tocados... Este tipo de acciones o manifestaciones pertenece al terreno de lo literario y es meramente funcional: se recurre a él para destacar la identidad del Resucitado, del Cristo de la fe, con el Crucificado, con el Jesús de la historia.

 

El evangelio terminaba originariamente con Jn 20, 30-31. Estas palabras tienen una clara forma conclusiva y afirman de forma terminante cuál fue la finalidad que se propuso el evangelio: llevar a los lectores a la fe en Jesús. descubriendo en sus hechos la flecha indicadora que apunta hacia la mesianidad y la divinidad. La consecuencia de tal descubrimiento y de la aceptación del mismo es la vida eterna.

 

Además de los “siete” signos narrados en el libro que lleva su nombre (Jn 2-12), en el mismo evangelio se nos cuentan otros, como el lavatorio de los pies. Al terminar su relato, el evangelista nos dice que Jesús hizo muchos más. Lo  importante para el lector es entenderlos como signos que son, como acciones “significativas” que nos obligan a pensar en las realidades trascendentes de las que los hechos son únicamente un punto de referencia.

 

La visión del Invisible debe hacerse mediante los símbolos que eran inteligibles y habituales en el tiempo en que escribe el Vidente (segunda lectura). La garantía para el lector la ofrece el Vidente en su autopresentación. Es un hermano y compañero de la tribulación.. No es un apóstol; no pertenece al círculo de los Doce; no es obispo ni presbítero. Los cristianos que se negaban a dar culto al emperador o eran martirizados o eran desterrados, según los casos. Este es el cuadro que presenta Plinio el Joven en una carta al emperador Trajano. Al Vidente le correspondió la “suerte” del destierro.

 

La  experiencia o el éxtasis místico lo tuvo el domingo, en una unión intensa, aunque vivida a distancia, con la comunidad cristiana mientras ésta celebraba la eucaristía. La voz que oye nos sitúa en el terreno de la revelación y la trompeta mencionada es un instrumento frecuentemente asociado por los apocalípticos con los acontecimientos del fin de los tiempos. Así lo hace también el apóstol Pablo (1Ts 4,16).

 

Describe a Jesús en cuanto Hijo del hombre en su estado glorioso, como sacerdote. En esa línea apunta la túnica talar que viste (Ex 28,4; Za 3,4); como rey. El ceñidor de oro era un privilegio regio (1M 10, 89); destacando su eternidad, recurriendo para ello a la imagen de los cabellos blancos, cuya inspiración tiene su antecedente en el libro de Daniel (7,9 ); afirmando que es omnisciente, tal es el significado de los “ojos llameantes” o como llamas de fuego (1,14); poniendo de relieve suestabilidad, que se halla insinuada en sus pies de metal. También aquí se ha inspirado en Daniel (Dn 2,31-43); en su presentación como eco fiel de la palabra de Dios. El Vidente puede hacer referencia al libro de Ezequiel cuando habla de la venida de la gloria de Yahvé (Ez 43, 2); al destacar que essuperior a todos los espíritus, ya que tiene en su mano las siete estrellas (Ap 1,16); sin olvidar su aspecto de juez de los impíos, simbolizado en “la espada cortante de dos filos que salía de su boca” (1,16).

 

La reacción del Vidente es normal: en la confrontación con Dios el hombre siente su pequeñez hasta caer derribado por tierra. Este fue el caso de Pablo camino de Damasco, el de Ezequiel, el de Daniel..., cuando entraron en contacto con Dios. Reanimado el Vidente por la mano del Hijo del hombre éste le revela el misterio pascual y se autopresenta como el autor de la vida y de la muerte: ·”Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre”...

 

Felipe F. Ramos

Lectoral