TIEMPO ORDINARIO, Domingo XVIII

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Qo 1,2; 2,11-23
2ª lectura: Co 3,1-5. 9.11
3ª lectura: Lc 12,13-21

El Eclesiastés, Qohelet o Predicador (no litúrgico, sino sapiencial) es el autor pesimista por excelencia de la Biblia. Fuera del gobierno de Dios sobre el mundo, el Qohelet no admite nada estimulante; todo carece de sentido; todo es “vaciedad”, “decepción”, “absurdidad”. (primera lectura). El hombre no es capaz de descifrar el sentido del mundo que le rodea y pone en tela de juicio los valores tradicionales: la sabiduría, la ciencia, la justicia, la piedad...; todo ello no conduce a nada y es puro absurdo. El Qohelet constata que el ritmo del mundo es desesperante: unas generaciones suceden a otras; los astros salen y se ponen; los vientos giran y vuelven a girar; los ríos van allá de donde vuelven a fluir. Además de exasperante, este movimiento es inútil, pues “los ríos caminan al mar y el mar no se llena”.

 

El Qohelet aplica estas consideraciones a dos actitudes o aspiraciones del hombre: el instinto de inventar cosas nuevas y la curiosidad ante las nuevas invenciones. Ambas aspiraciones son asimismo absurdas. Nada hay nuevo bajo el sol. ¿Y qué saca el hombre de todo su trabajo y de los afanes con que trabaja bajo el sol?

 

En resumen, el Qohelet concluye que el esfuerzo, la fatiga y el penar no guardan proporción con los resultados que se obtienen, pues nunca llegan a satisfacer plenamente las aspiraciones del hombre, nunca se llega a la meta final. Por lo tanto también las riquezas y el trabajo son vaciedad y absurdo.

 

De haber escrito en nuestros días, ¿habría sido tan radical el Qohelet al ver al hombre recorrer los espacios interplanetarios y descubrir los secretos más ocultos para él? Sin duda que su tesis seguiría siendo válida para él, aunque se viese obligado a matizarla en muchos aspectos.

 

La reflexión del Eclesiastés la profundiza e ilumina el evangelio de hoy (tercera lectura). La predicación, la actuación y la actitud de Jesús le había rodeado de un prestigio singular. Pero, a veces, la gente se confunde generalizando o extendiendo la fama, la categoría, la competencia, a todos los terrenos. La presentación del evangelio de hoy nos habla de “uno” del público que había caído en esa trampa. Acude a Jesús para que intervenga a su favor, y en contra de su hermano, para que el reparto de la herencia entre ellos se haga adecuadamente. Tal como es presentada la cuestión parece obligado deducir que el que acude a Jesús había sido engañado por su hermano. Pero, para estos casos, había unos peritos profesionales a los que había que acudir: eran los escribas. Ellos tenían la competencia en las cuestiones legales y jurídicas.

 

La negativa de Jesús, por increíble que parezca, se halla suficientemente justificada. Él no quiere convertirse en servidor de la codicia humana. Evidentemente que no puede deducirse de su actitud que no le interese el tema de la justicia, pero, en este caso, no se trata de eso. Lo que él quiere acentuar en esta ocasión es el peligro de la riqueza. Y Jesús quiere liberar al que pide su influencia de la codicia que le amenaza. ¿Pretendía que “los bienes” que le correspondían se convirtiesen  en la garantía aseguradora de su vida? La negativa de Jesús obedece a que él no quiere convertirse en instigador de la autosuficiencia humana. La parábola del Rico insensato tiene la finalidad de iluminar estas situaciones, actitudes y apetencias.

 

Esta narración ejemplar aborda la cuestión del sentido de la vida. ¿Tiene su justificación en amasar fortuna y almacenar bienes? Parece que éste sería hoy el voto de la mayoría. El evangelio se había manifestado explícitamente en esta cuestión al hablar de la providencia y al condenar como afán supremo el atesorar riquezas en este mundo en lugar de esforzarse por adquirir aquellas que pueden seguir poseyéndose en el otro (Mt 6,19-34). Lucas introduce la presente narración ejemplar en una gran catequesis sobre la avaricia.

 

El “comer y beber” son la expresión de una vida disipada. Así reaparece en Lc 12,45, con motivo de la parábola sobre el siervo responsable. El evangelio copto de Tomás (evangelio apócrifo) nos la cuenta con pocas variantes, pero con el mismo centro de interés: “Dijo Jesús: “Un hombre rico tenía muchas posesiones”. Y dijo: “emplearé mi fortuna en sembrar, recoger, plantar y llenar de frutos mis graneros, para no carecer de nada”. Esto es lo que pensaba en su corazón. Aquella misma noche murió. ¡Quien tenga oídos para oír, que oiga!.

 

La insensatez del rico de la parábola estriba en su seguridad. Ha tenido una gran cosecha. Aumenta sus graneros para poder recogerla y se sonríe complacido ante ella. No tiene por qué preocuparse ante posibles cosechas deficientes, que sumirían a otros en el hambre y la miseria. El disfrutará, despreocupado de todo, de su gran fortuna.

 

Según el lenguaje bíblico, el rico insensato de la parábola es un hombre que prácticamente niega a Dios. No le preocupa. No cuenta con él; vive completamente al margen de su existencia y de sus exigencias. Por eso, cuando Dios interviene en su vida, trastornando por completo sus planes, no reacciona. La parábola queda en suspenso. Quiere acentuar precisamente la sorpresa inesperada del hombre ante un  futuro incierto que él no había previsto. Entra en acción un personaje no anunciado en el programa. Y ya todo va a la deriva. Carece de importancia quién haya de disfrutar los bienes que él había almacenado. Sólo hay una cosa cierta e importante: los bienes almacenados no serán disfrutados por él. El propietario se hunde y desaparece.

 

La parábola hace recaer el acento de su enseñanza en la insensatez del hombre que se siente seguro y satisfecho. Y que ha buscado la seguridad de su vida precisamente en sus bienes. No ha contado con la posibilidad de la muerte. Y cuando esta posibilidad se convierte en una realidad inmediata, el hombre queda en suspenso. Con una incertidumbre proporcionada a su anterior seguridad. El propio evangelista añade, en el verso 21, la moraleja de la parábola: “Así sucede a quien atesora para sí mismo, en lugar de enriquecerse con vistas a Dios”. El hombre no puede construirse su propia vida independientemente de Dios. Sus bienes deben hacerlo rico también ante Dios. De lo contrario correrá la misma suerte que el rico insensato de la parábola.

 

¿Quiénes son los destinatarios actuales de la parábola? En la narración ejemplar vemos a los discípulos como destinatarios implícitos. El contexto anterior (habla de la valentía de los discípulos en el anuncio del evangelio, quitando de este modo la máscara de los dirigentes del pueblo y poniendo de relieve el significado de Jesús y del Reino que él inaugura, Lc 12,1-12) y posterior a nuestra historia (una serie de proverbios sobre cuál es la verdadera preocupación y cuál es la condenable, Lc 12,22-34) se refiere a ellos.

 

Entre los “maestros” cristianos, a los que la gente acudía confiadamente para resolver sus problemas, los había de procedencia y tendencia farisea, que se mofaban de la enseñanza de Jesús sobre la avaricia (Lc 16,14-18: “Oían estas cosas los fariseos, que estaban apegados al dinero, y se mofaban de él. Y él les dijo: “Vosotros os hacéis pasar por justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones, pues lo grande a juicio de los hombres resulta despreciable para Dios”). Debe acentuarse un tercer aspecto según el cual los falsos maestros son caracterizados en el mundo grecorromano por su avaricia y soberbia (1Tm  6, 10-17).

 

Esto nos lleva a concluir que también son destinatarios directos los discípulos de Jesús; aquellos que se encontraban en una situación social desahogada: deben evitar la avaricia y hacerse “ricos para Dios”, abriendo sus riquezas a las necesidades ajenas. La autosuficiencia retrata de modo especial a los dirigentes eclesiales cuyo “yo” desplaza su verdadero centro de interés hacia otros que deberían estar superados por ellos, y que podemos reproducir con expresiones de la misma parábola: “¿Qué haré?, no tengo, mi cosecha, ya sé, demoleré, los haré más grandes, almacenaré, mi grano, mis bienes, me diré, tienes, descansa, come, bebe y regálate” (Lc 12,17-19).

 

Descalificada la falsa religión Pablo expone la verdadera (segunda lectura). Habiendo participado de la muerte y resurrección de Jesucristo en el bautismo, los cristianos deben abandonar lo propio de la condición no cristiana. Su actual condición les obliga a realizar lo que ya son. ¡Esa es la paradoja de la vida cristiana!.

 

El “revestirse” de nuevo, ¿hace referencia a desnudarse previamente para ser bautizados por inmersión? Incorporados al Cuerpo de Cristo los creyentes deben renovarse progresivamente hasta llegar a ser imágenes del Creador. Y esta renovación debe llevarlos al conocimiento de lo que Dios quiere.

 

Felipe F. Ramos

Lectoral