NAVIDAD, Vigilia de la Navidad

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Is 9,2-7
2ª lectura: Tit 2,11-14
3ª lectura: Lc2,1-14

 

Aclamación clamorosa en la entronización del Rey. Era una gran fiesta (primera lectura). En ella se proclamaba su filiación divina: “Voy a promulgar su decreto: Yahvé me ha dicho: Tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado yo” (Sal 2,7; los salmos reales o regios celebraban su extraordinaria dignidad, Sal 21. 72. 89. 110. 132). La base de una monarquía “divina” residía en la alianza eterna establecida con David (2Sam; 23,1-7; Sal 89). En el acceso al trono de un nuevo rey se reafirmaban las promesas hechas a David. El ideal davídico se convirtió en la esperanza mesiánica. A ella se había vinculado lo mejor que el hombre podía esperar.

 

El tiempo mesiánico  es comparado con una luz grande que disiparía las tinieblas en medio de las cuales vivía el hombre; con la alegría que celebraba la recolección de una gran cosecha; con el reparto que los guerreros valientes hacen del botín alcanzado; con la liberación del opresor, descrita sobre el esquema de la victoria de Gedeón sobre los madianitas (Jc 7). La razón de estas celebraciones alegres reside en el nacimiento de un niño en el que confluyen todas las características del Rey esperado; es el nacimiento del descendiente esperado de David. Los diversos nombres que recibe designan sus características esenciales: es un Dios “fuerte”, un héroe divino o revestido con poder divino; algo así como la encarnación de la Sabiduría, del poder, del cuidado o gobierno paternal y de la armonía de la paz, que era lo más deseado para los tiempos mesiánicos.

 

El vaticinio u oráculo de Isaías anticipa las características del Mesías que, en su tiempo, esperaban del enviado de Dios, y que se realizarían plenamente a la luz de su aparición en Cristo. Esto nos da paso al NT, (tercera lectura). Lucas (1,5) y también Mateo (2,1) presuponen el nacimiento de Jesús en tiempos del rey Herodes. El año exacto lo desconocemos. La datación de Lucas (2,1), haciéndolo coincidir con el censo o empadronamiento ordenado por Augusto y realizado por su legado en Siria, Quirino, ofrece no pequeñas dificultades desde el punto de vista histórico. No obstante no es imposible, aunque sea poco probable, que el censo mencionado por Lucas haya tenido lugar el año 7 en Siria (a la que pertenecía también Palestina), ya que no se realizó en todas partes el mismo año. Las noticias de Egipto confirman algunos aspectos del relato lucano, por ejemplo, que debían acudir al lugar de origen con su mujer... Recuérdese que, según los cálculos astronómicos de Kepler, tomando como punto de partida a Mateo (2,1ss), el nacimiento de Jesús tuvo lugar el año 7. La dificultad mayor es que el año 7 a. de C. Quirino ya no era legado de Roma. ¿Pudo haber sido enviado como legado extraordinario para realizar el censo?

 

En los evangelios de la infancia, tanto en Lucas como en Mateo, los ángeles juegan un papel importante. ¿Puede el hombre “moderno” aceptar, sin más, estas historias en las que intervienen los ángeles? Lo importante, desde el punto de vista bíblico, es lo siguiente, ¿en qué se conoce a los ángeles? Los relatos en los que aparecen renuncian a su descripción; insisten únicamente en lo que dicen o en lo que hacen; su figura desaparece tras de su misión. Su mención e intervenciones son siempre flechas indicadoras del mundo de lo divino y de la revelación que se comunica a los hombres, Bien puede tratarse de figuras puramente funcionales.

 

Nació como el más pobre. Nos resulta casi imposible imaginarlo así. La ausencia lacerante de los medios más elementales para aterrizar en nuestra historia necesita ser suplida por el amparo de la naturaleza que le prestó un hueco, una cueva utilizada a veces como establo. Esto justifica que hubiese allí un pesebre clavado fuertemente o adosado con firmeza a la pared. Allí buscaron la seguridad para el Niño recién nacido, que no la hubiese tenido ni en la posada ni en una casa particular, compuesta por una única estancia donde hacía su vida toda la familia e incluso los animales que les proporcionaban el sustento. El trasiego existente en estas estancias no ofrecía la mínima seguridad para un recién nacido.

 

A fuer de ser sincero Lucas resulta despiadado: no concede la mínima cabida ni al sentimentalismo ni a los rasgos poéticos de ningún tipo. El rostro sonrosado del Niño y sus preciosos cabellos ensortijados, su boquita sonriente haciendo gracias y comunicando amor pertenecen a la leyenda piadosa, no a la seriedad del evangelio. Lo que no se le ha olvidado es que aquel Niño necesitaba pañales, como cualquier niño; su única seguridad eran sus padres que, a pesar de todas las dificultades, tenían la alegría extraordinaria de extasiarse ante el Niño, como todos los padres primerizos, y la que le daba aquel pesebre vacío y bien seguro.

 

Posiblemente en aquellas noches no hubiese ganado encerrado en aquella cueva, que servía a veces de establo. Las pretensiones de la realeza chocan violentamente con las circunstancias de los comienzos: Cristo, el Mesías, traía a oídos judíos los ecos del Rey ideal. ¿Un Rey que ni siquiera podía ser acunado cuando lloraba porque su cuna “regia” era un pesebre inmóvil? (Jn 18,37; Mt 21,1ss y par.). ¿Cómo es imaginable que el Sol que viene de lo alto para iluminarnos (L 1,78), el hijo de David (Lc 1,36), necesite ser envuelto en pañales? Lucas ha querido cortar en su misma raíz todo posible brote de docetismo: no es la idea de un Dios lejano lo que nos presenta, sino al Dios tan cercano a nosotros que se hizo y es uno de nosotros.

 

Lucas ha sabido coordinar dos ideas fundamentales: la presentación de la patria de Jesús, que es Nazaret (Lc 2,4; 4,16ss.34; 18,37; 24,19), con las  promesas hechas a David que le vinculan a Belén mediante su nacimiento. Además, como el acontecimiento tuvo lugar durante el gobierno del imperio romano Lucas quiere poner de relieve el mesianismo davídico de Jesús a través de la línea de José. El tercer evangelista subraya fuertemente dos aspectos: que Jesús fue un rey davídico, el hijo de David, y al mismo tiempo, que fue un rey absolutamente alejado de toda ambición política.

 

Hasta aquí todo había ocurrido en secreto. Pero no existe un rey sin su corte. Y, por orden divina, la primera epifanía concedida a los pastores tiene el significado de agrupar al pueblo en torno a su Rey. Esta primera epifanía ha sido vista desde distintos puntos de vista. El primer enfoque del acontecimiento -que no el más importante- centraría esta epifanía en el aspecto histórico. Al este de Belén, en el desierto de Judá, en la zona que hoy conocemos como “el campo de los pastores”, donde raras veces hace su aparición la nieve, podían encontrarse algunos pastores para proteger a sus rebaños de los ataques de las alimañas. Estos se convirtieron en el primer pueblo en torno a su Rey, por estar vigilando durante la noche. Es un motivo a tener en cuenta. No obstante vigilantes nocturnos había en el templo y en el palacio real de Jerusalén. No fueron ellos los elegidos para esta primera epifanía del Niño recién nacido.

 

Más importante nos parece el aspecto teológico: el ancestro más importante de Jesús fue David que, de pastor, se convirtió en rey, en el mejor rey de Israel (1S 16,11ss; 2S 7,3). “Y eligió a David, su siervo, y lo tomó de la majada de las ovejas; de detrás de las ovejas que cría le tomó, para que apacentase a Jacob, su pueblo, a Israel, su heredad” (Sal 78,70-71). No puede negarse la evocación de David con los pastores y su vinculación con Belén elevada de categoría por el profeta Miqueas: “Y tú, torre de rebaño, fortaleza de la hija de Sión, volverá a ti tu antiguo poderío y la realeza que es propia de la hija de Jerusalén” (Mi 4,8).

 

Otra razón no menos importante la tiene Lucas porque ve en ellos la personificación de su pensamiento teológico más destacado: el Rey recién nacido es aceptado por los humildes, incluso por los marginados, por la gente sencilla y sin relieve social alguno, como eran los pastores en aquel tiempo. Los dirigentes de Israel no hicieron caso alguno a la revelación de Dios. ¡No era serio que Dios hubiese utilizado como profeta a un artesano sin haber pasado por la universidad y sin título alguno justificativo de su dignidad.

 

El Infante es la manifestación de la gloria. Es sabido que “la gloria de Dios” es Dios mismo en cuanto se manifiesta de forma perceptible, de alguna manera. Las palabras dirigidas a los pastores son similares a las transmitidas en las “anunciaciones” a Zacarías y a María. Su anuncio es un evangelio de buenas noticias y de alegría (que se hallan frecuentemente unidas en Lucas).

 

En la palabra “evangelio”, tan preferida de Lucas (1,19; 3,18; 4,18,43... y frecuentemente utilizada también en el libro de los Hechos) se halla incluida la presentación de Jesús como el Salvador (= sotér, una palabra típicamente griega, que es poco utilizada en el NT por su asociación al culto imperial). Cuando Lucas la utiliza lo hace contraponiendo a Jesús, el verdadero Salvador, al emperador romano que se había apropiado indebidamente dicho título (Hch 5,31;12,23). El título de Salvador le corresponde a Jesús desde su nacimiento; en este momento le es aplicado de forma anticipativa, porque únicamente lo será en plenitud cuando entre en su gloria a partir de la resurrección: “Sepa, pues, toda la casa de Israel, que Dios ha constituido Señor y Mesías a este mismo Jesús a quien vosotros habéis crucificado” (Hch 2,36).

 

El acontecimiento ha tendido lugar “hoy”. Esta acentuación del tiempo pone de relieve el cumplimiento de la salud esperada (Lc 4,21; 19,5.8; 23,43). El reconocimiento de la mesianidad del Niño recién nacido alcanza su punto culminante en la apertura del cielo, sin la cual Dios no podía comunicarse con el hombre según la mentalidad antigua, y la aparición del ejército celestial, que es el símbolo del mundo de lo divino. La gloria manifestada llega a todos aquellos que son capaces de aceptarlo con los rasgos esenciales de la revelación. Su aceptación significa “dar gloria a Dios”.

 

La carta a Tito (segunda lectura) nos recuerda lo que hemos afirmado en la tercera lectura: El Infante es la manifestación de la gloria. La manifestación de Dios, la presencia de su gloria, la revelación definitiva impone al hombre la respuesta moral adecuada a la acción soberana de Dios. Le obliga a una reacción motivada por la previa acción de la Realidad Suprema. De la vida sin religión debe pasar a la búsqueda de su verdadera dimensión, que es la Infinitud. Ella se hizo presente en un Infante sin palabras y se manifestará en toda la categoría de Palabra salvadora. Lo específico del Dios que vino y del Dios que vendrá gloriosamente como el Salvador del mundo es la creación de una comunidad en la que se volverá a unir lo pequeño y lo grande entre todos aquellos que acepten sus venidas.

 

Felipe F. Ramos

Lectoral