OCTAVA DE NAVIDAD, Sagrada Familia

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Si 3,2-6. 12-14
2ª lectura: Col 3,12-21
3ª lectura: Mt 2, 13-15.19-23

 

El Eclesiástico, Predicador o Ben Sirá -de ahí que la sigla utilizada hoy para designarlo sea Si- nos transmite el mensaje típico de la fe en el Dios de la alianza. Esta fe debe reflejarse en las obras, especialmente en el ejercicio de la justicia y la misericordia hacia el prójimo. La piedad de Ben Sirá está en el camino que conduce hacia el NT. El tema de la familia le preocupa seriamente y lo expone con la máxima claridad en su cultura contemporánea.

 

Las relaciones familiares constituye una de esas áreas en las que, según Sirácida, se tiene la ocasión de practicar la devoción a Dios. En 30,1-13 y 42,9-14, trata de los deberes de los padres en la educación de los hijos; aquí en cambio se refiere a la actitud que han de observar los hijos frente a los padres. El cuarto de los diez mandamientos era muy importante en el judaísmo (Pr 19,26; Rt 1,16; Tb 4,3-4).

 

Además de pertenecer a la naturaleza de las cosas, el derecho paterno sobre los hijos está refrendado por Dios; y la Biblia asocia siempre a la madre a la autoridad del Padre: “Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra, que Yahvé tu Dios te va a dar” (Ex 20,12). El anciano Tobías se dirige a su hijo en estos términos: “Honra a tu madre y no le des un disgusto en todos los días de tu vida; haz lo que le agrade y no le causes tristeza por ningún motivo. Acuérdate, hijo, de que ella pasó muchos trabajos por ti cuando te llevaba en el seno” (Tb 4,3-4).

 

Según el Eclesiástico, existen varias maneras de borrar los efectos del  pecado. Por supuesto, los sacrificios del templo, pero también la limosna (3,30), perdonar a los demás (28,2) ayunar (34,26), evitar el mal (35,3) y la  piedad hacia los padres: El que respeta a su madre, acumula tesoros. Tanto aquí como en 1Tm 6,19, el verbo “atesorar” se emplea en sentido metafórico, para designar ese cúmulo de buenas obras y de méritos que son fuente de recompensas

 

Además de recibir el contento de sus propios hijos, el que honra a su padre ve atendidas sus plegarias cuando en momento de necesidad se dirige a Dios. Es como la ley del talión: la conducta observada con sus padres, ésa misma observarán los suyos propios con relación a ellos (cf. Mc 4,24). Finalmente, la piedad hacia los padres se verá compensada con una vida larga...

 

La ambientación de Ben Sirá nos lleva directamente al evangelio. La unidad literaria del evangelio de hoy presupone la inmediatamente anterior: “los Reyes Magos”. Cuando abandonaron Belén, la Sagrada Familia nos es presentada bajo la singular providencia de Dios. Su intervención-revelación, manifestada ahora en sueños, es el comienzo de la misma. Gracias a ella se evita el primer asalto de Herodes para eliminar al Niño: “Y, advertidos en sueños por Dios para que no volviesen a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino” (2,12). La nueva comunicación necesaria para liberar al recién nacido le llega a José a través del ángel del Señor (2,13). El texto nos lleva de una sorpresa a otra mayor. Si cuesta trabajo aceptar  el sueño como medio de revelación, ¿qué decir de los ángeles? Ambos son utilizados frecuentemente por el evangelista Mateo para que Dios entre en contacto con el hombre. La misma sorpresa nos proporciona la estrella que guía a los magos.

 

Los tres elementos mencionados se hallan fuera de la influencia de recursos más o menos semejantes que encontramos en las religiones del entorno bíblico. La singularidad única en nuestro caso pone de relieve el rechazo de cualquier tipo de magia: todos los recursos mencionados se hallan en relación directa con Jesús; son medios, formas o guías que conducen a Jesús.

 

La crueldad de Herodes, particularmente al final de su vida, se hizo proverbial hasta en Roma. En sus últimos años mandó matar a tres de sus hijos y dio un decreto para que fuesen eliminados los principales de entre los judíos (decreto que no fue ejecutado por haber muerto el tirano). Las medidas tomadas en relación con “el recién nacido, rey de los judíos” intentaban no tanto eliminar un pretendiente al trono cuanto evitar posibles disensiones en Judea. Desde este punto de vista la presente perícopa o unidad literaria encaja dentro de la verosimilitud histórica. Pero, junto a los detalles históricos, es necesario acentuar que el relato contiene también rasgos teológicos y apologéticos, que son los principales en la intención del narrador, y un tenor narrativo bastante legendarizado.

 

Nuestro texto refleja no sólo lo ocurrido en el momento del nacimiento de Jesús, sino también la situación que vivía la Iglesia cuando fue puesto por escrito el evangelio de Mateo. Una de las acusaciones judías contra los cristianos consistió en afirmar que Jesús había practicado la magia que aprendiera en Egipto Nuestro relato niega rotundamente esta acusación reconociendo que Jesús sin había estado en Egipto, pero cuando esto ocurrió era un niño recién nacido. La acusación carecía, por tanto, de valor. Estamos ante un motivo apologético.

 

De los grandes hombres de la antigüedad se afirmaban historias parecidas de cruel persecución para ser eliminados. Así ocurrió con Rómulo y Remo, Augusto, Sargón, Ciro... aquí encontraríamos el tenor legendario de nuestra historia. Pero, por encima de él, se levanta nuestro autor recordando el eco no de héroes paganos, sino de Moisés, el fundador del antiguo pueblo de Dios. También un faraón impío quiso eliminarlo. Así cumple Mateo su propósito de presentar a Jesúscomo un nuevo Moisés, cosa que tendrá muy presente en otras ocasiones de su evangelio. Hemos entrado en el fin teológico de nuestra unidad literaria.

 

Jesús es el nuevo Moisés y corre su misma suerte: es perseguido y tiene que huir (Ex 4,19). Pero el contenido teológico no se agota aquí. En el regreso a Palestina se cumple la Escritura que dice “de Egipto llamé a mi hijo”. La cita está tomada del profeta Oseas (11,1) y originariamente se refería al éxodo de Israel de Egipto: ”Israel es mi hijo, mi primogénito” (Ex 4,22). Mateo aplica la cita a Jesús porque, según la creencia generalizada en el judaísmo, el tiempo del Mesías re-actualizaría el tiempo de Moisés. El evangelista, por tanto, está afirmando que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios por excelencia, que corre la misma suerte que el pueblo al que viene a salvar.

La referencia al acontecimiento original de Israel, al Exodo, a la experiencia del paso de la esclavitud a la libertad no puede ser más clara. El “hijo”, en la profecía original, era el pueblo de Dios. El evangelista carga el texto de Oseas de un nuevo contenido: el “éxodo original” con un sentidocolectivo, la liberación del pueblo, se encarna o personifica ahora en una persona, en Jesús, que se convierte en el símbolo, en la representación y en el comienzo de la restauración de Israel:

 

“Jesús le contestó (a Pedro): os aseguro que vosotros, los que me habéis seguido, en el mundo nuevo, cuando el Hijo del hombre se siente sobre el trono de su gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (19,28). “Por eso os digo que se os quitará el reino de Dios y será dado a un pueblo que produzca los frutos del Reino” (21,43). El Hijo del hombre adquiere una doble dimensión, la personal y la colectiva. Jesús simboliza, representa y personifica la historia salvífica, al pueblo y a las instituciones del mismo. El se convierte en el puente que abre el paso a la época de la salvación. La huida de Egipto es un nuevo Exodo guiado por un nuevo Moisés. Este aspecto del  nuevo Moisés liberador se halla latente, unas veces, y patente, otras, a lo largo del evangelio de Mateo. Jesús es personalmente el Éxodo y, consiguientemente, también el realizador del mismo, Moisés.

 

La intervención divina ordena a José que se establezca en Nazaret. A la muerte de Herodes el Grande, su reino quedó dividido entre sus tres hijos: Arquelao heredó Judea, Samaría e Idumea; a Herodes Antipas le correspondió Galilea y Perea y Felipe quedó al frente de la parte oriental y del norte de Galilea. El más cruel entre ellos fue Arquelao. Esta situación se halla perfectamente reflejada en el relato de Mateo. José, por razones de seguridad, va a vivir a Nazaret. Otra razón de su establecimiento en Nazaret fue la profesión que él ejercía y que tenía asegurado el trabajo en la próxima Séforis, reconstruida por Herodes Antipas como una gran ciudad, que requería mucha mano de obra.

 

Al establecerse en Nazaret se cumple, así lo anota el evangelista, otra profecía: “Sería llamado nazareno”. Efectivamente, así fue llamado Jesús y así fueron llamados también los cristianos (Hch 24,5). La dificultad está en que el AT, no contiene ninguna profecía en este sentido. Lo más probable es que Mateo identifique la palabra nossrí, nazareno, con nesser, que significa el brote o vástago de una planta. Según esto, la Escritura cumplida sería la de Isaías (11,1: un renuevo... un vástago sale del tronco de Isaí). También del Siervo de Yahvé se dice: “como un retoño creció ante vosotros...” (Is 53,2). Esta referencia a la Escritura sería un argumento más a favor de la mesianidad de Jesús.

En la presentación de Jesús, Mateo ha seguido una trayectoria muy pedagógica. Hasta ahora, en dos capítulos, le ha presentado como hijo de Abrahán (en la genealogía); como Hijo de Dios y Enmanuel, en el nacimiento (1,18-35): como hijo de David (2,1-12: historia de los Magos); como nuevo Moisés (2,13-15); como nuevo Jeremías (2,16-18: en el grito de las madres por sus hijos en Ramá, que no ha sido mencionado en el evangelio de hoy) y como el nuevo Samsón (2,19-23, en lo relativo anazir; ver Jc 13-16, de donde podía proceder su categoría de “nazareno”, y cuyo significado apuntaría a la figura del héroe salvador).

 

La comparación de Mateo con Lucas nos ofrece muchos puntos de contacto. Destacamos aquí los tres más importantes en los que ambos coinciden: que Jesús es hijo de David, es decir, de la tribu de Judá; que nació en Belén y se estableció en Nazaret; que nació de madre virgen. Históricamente, el más verosímil es el primero; el nacimiento en Belén y su concepción virginal han sufrido una fuerte influencia por las profecías que así lo habían anunciado.

 

Los primeros cristianos aceptaron la filiación divina de Jesús a partir de la resurrección (Pablo); desde la epifanía-teofanía del bautismo (Marcos); desde la concepción virginal (Mateo-Lucas). En esta breve historia original sobre el rechazo de Jesús y el triunfo de Dios se halla sintetizada en miniatura toda la historia evangélica. Los recursos utilizados por Dios para proteger a la Sagrada Familia son el anticipo y garantía de los cuidados amorosos que serán dedicados a lafamilia Dei.

 

La “familia Dei” es constituida por todos aquellos que aceptan como norma de vida la manifestación de su voluntad (segunda lectura). El uniforme que se nos manda utilizar como distintivo de ser miembros del “pueblo sacro y amado” hace referencia al bautismo practicado por inmersión y, al salir del agua, los bautizados debían vestirse. Se hace referencia a su nueva naturaleza o ser nuevo. Entre las características del “uniforme” destacaba la exigencia del perdón mutuo derivada del perdón recibido del Señor. El ceñidor de todo el nuevo atuendo es el amor; el cristianismo con el evangelio del nuevo poder moral debe superar el esfuerzo de imitar un ejemplar perfecto.

 

El código de conducta moral es casi idéntico a las listas de virtudes y de vicios. Dicho código reflejaría las costumbres morales del tiempo, no las características morales de la comunidad de Colosas. La triple referencia concreta: mujeres-maridos, hijos-padres, esclavos-señores, se hallan formulados desde el principio de la “subordinación”: el primer miembro mencionado, es decir: mujeres, hijos, esclavos, está subordinado al segundo y en la mención de los segundos: maridos, padres, señores, se pone de relieve el principio de la responsabilidad. Todo lo afirmado como obligatorio debe realizarse “como conviene en el Señor”, “como es grato al Señor”, “por temor del Señor”,  “como servicio al Señor Cristo” (3, 18.20.22.24).

 

Felipe F. Ramos

Lectoral