El Bautismo del Señor

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Is 42,1-4. 6-7
2ª lectura: Hch 10,34-38
3ª lectura: Mt 3,13-17

 

El siervo del Señor el, ¿es una persona importante del pasado remoto, como Moisés o David, o del tiempo próximo al destierro de Babilonia, como Ciro o Zorobabel?; ¿es una figura colectiva, como el mismo Israel?  (Is 41,8-10), o es una “historificación” de un individuo singular o de una colectividad destacada?. Optamos por la última de las posibilidades apuntadas cuyas características alcanzarían su culminación en Jesús de Nazaret. En ella la realidad utópica de una figura innominada encontró su “historificación”; en él se hizo histórico lo que había sido presentado como añoranza suprema de lo que el pueblo necesitaba y con lo que soñaba (primera lectura).

 

El “Siervo de Yahvé” es como una nueva creación en la que Dios se complace y que sostiene con su poder: “No temas nada, que yo estoy contigo; no desmayes, que yo soy tu Dios. Yo te fortaleceré, yo vendré en tu ayuda, y con la mano de mi justicia te sostendré” (Is 41, 10); Dios ha infundido su Espíritu sobre él. Esto significa que se convertirá en el portador de la salvación, del derecho, de la justicia salvífica de Dios. Cumplirá su misión sin violencia ni algaradas, sin litigios demandantes de la justicia humana y el establecimiento de la misma; manifestará la voluntad del Señor sin dejar que se apague la llama de su espíritu.

 

Él será para su pueblo lo que Dios ha sido para él. Esto es expresado con el recurso a las dos imágenes más importantes: la alianza, que indica aquí el pacto armonioso mutuo entre Dios y el pueblo, y la luz, que hace referencia a la iluminación, para judíos y gentiles, mediante la revelación. Abrirá los ojos a los ciegos para que puedan ver y los cerrojos de las prisiones, concediendo la libertad a los cautivos. Estamos en la época del destierro babilónico.

 

Juan el bautista se halla en la línea del “siervo de Dios” (tercera lectura). El hecho de que Jesús hubiese sido bautizado por Juan creó serios problemas a la primitiva comunidad cristiana. ¿Necesitaba Jesús recibir “el bautismo de penitencia para la remisión de los pecados? Sabemos que el Hijo de Dios se había hecho semejante en todo a nosotros, menos en el pecado. Por otra parte, ¿aquel bautismo no indicaba una superioridad del Bautista sobre Jesús? El presente relato aborda estas dificultades. Se cuida muy bien de no establecer relación alguna entre el bautismo de Jesús y su pecado. Además, afirma, en testimonio directo de Juan, que Jesús es muy superior al Bautista.

 

En todo caso queda sin resolver por qué se dirigió Jesús al Jordán para recibir “el bautismo de penitencia” para el perdón de los pecados”. Tengamos en cuenta que el complejo de culpa moral no es el único ni el principal motivo para buscar a Dios. En el caso de Jesús existía una razón muy especial: él quería oír  de aquel profeta extraordinario su valoración del desvío, de la apostasía y de la idolatría en que había caído el pueblo de Dios, al que él pertenecía y del que no podía considerarse desligado. Jesús consideró como un motivo más que suficiente insertarse todo lo posible en la realidad de su pueblo pecador, aunque personalmente no fuese consciente de ninguna transgresión moral.

 

Y, a fe, que lo que deseaba escuchar de aquel predicador singular lo oyó con mucha claridad. Dios estaba disgustado -–utilizamos este antropomorfismo tan frecuente que, para presentarnos a Dios, tiene que hacerlo utilizando el patrón humano- y su “ira” significaba que había sido conculcada su santidad por la conducta inadecuada de su pueblo. Como es sabido, esta “ira” suele ser descrita mediante las metáforas del fuego o del calor y del viento abrasadores.

 

Estas acusaciones proféticas, que salían de los labios del Bautista como fuego abrasador, deben ser entendidas como procedentes de un buen israelita que intentaba avisar a la comunidad de la alianza de lo que él ve como un peligro para ella. El oyente debe aplicarse a sí mismo aquello que le puede afectar de lo que ha oído al profeta, que habla en nombre de Dios.

 

Finalmente, Jesús había entendido el bautismo de Juan como una invitación al compromiso de una vida nueva y como un acto simbólico que proclamaba, anticipaba y aseguraba la purificación del pecado que, por medio del más fuerte, el Espíritu Santo llevaría a cabo el último día cuando  fuese derramado como agua sobre el pecador arrepentido. La presencia de Jesús en el Jordán y el bautismo recibido fueron y significan una iniciación profunda en la dialéctica de la alianza. De alguna manera el Bautista y su predicación eran algo así como un paradigma, una especie de parábola, como un enigma o una adivinanza.

 

Estamos intentando explicar lo que constituyó un problema para aquellos primeros cristianos, aunque no para todos. De hecho, ni Marcos ni Lucas y, menos aún, Juan, recogen la dificultad planteada a Mateo por el bautismo de Jesús. El texto dice que la réplica de Jesús a la negativa del Bautista tenía como fundamento la necesidad de “cumplir toda justicia”. La expresión bíblica cumplir toda justicia equivale, según nuestro modo de expresarnos, a conformarse con lo que Dios quiere, a aceptar su plan y voluntad. Y lo que Dios quería era que su Mesías, el rey divino, se asemejase a su pueblo, a aquellos que venía a salvar, que fuese su siervo por excelencia, que debería entregarse por todos en la humildad y ocultamiento (Is 53).

 

Mateo acostumbra a presentar la vida de Jesús desde las descripciones que no da el profeta Isaías sobre el siervo de Yahvé (Mt 12,17-21: “Mirad, éste es mi siervo, al que he elegido; mi Amado, en quien me complazco. Yo pondré mi Espíritu sobre él, y él anunciará la justicia a las naciones. No altercará, ni gritará, no se oirá su voz en las plazas. No terminará de romper la caña cascada, ni apagará la mecha humeante hasta que haga triunfar la justicia. En él pondrán su esperanza las naciones”; así se expresa Isaías en 42,1-4.

 

La justicia es el segundo gran tema de Mateo después del “reino de los cielos”, con el que se halla en estrecha relación: “Buscad, pues, primero su Reino y su justicia y todas estas cosas os serán dadas por añadidura” (Mt 6,33). Se hace referencia a la justicia ética o a la conducta adecuada de la vida.

 

La escena del bautismo de Jesús culmina en una teofanía. Se abre el cielo, desciende sobre Jesús el Espíritu y es anunciada su filiación divina y la complacencia del Padre sobre él. La visión o audición de la divinidad son consideradas en muchas religiones como pruebas de que un determinado individuo o es divino o se halla en una peculiar relación con la divinidad. La Biblia piensa de manera distinta. Para ella no son pruebas sino medios por los cuales Dios manifiesta su presencia y acción en el mundo. La presente teofanía pone de relieve que se abrió el cielo, es decir, que el mundo de lo divino ha irrumpido en el mundo de lo humano, en Jesús y a través de él. Y ello porque él es el Hijo de Dios, que debe instaurar su Reino en la tierra. Consiguientemente Dios se complace en él.

 

En la imagen de la “apertura del cielo” se halla subyacente la representación mitológica o precientífica, según la cual Dios vive en el mundo superior, separado del de los hombres por el firmamento. Por encima del firmamento se hallan los palacios de los dioses, los almacenes de la lluvia, del granizo, de los vientos... Para que esto llegase hasta nuestro mundo era necesario, que el firmamento se abriese  o que se rasgasen los cielos.

 

La última expresión tiene sus raíces en el AT: se dice del “siervo de Yavhve”  que Dios lo ha elegido,  que se complace en él  y le infunde su Espíritu (Is 42,1). Todas las expresiones significan la misma realidad: la presencia de Dios en él. Lo que se afirma con ocasión del bautismo de Jesús es lo que se pondrá de relieve a lo largo de todo el NT: Jesús es el portador del Espíritu, quien cumple a la perfección la voluntad de Dios, quien se entrega a los hombres en plena solidaridad con ellos.

 

Pera hacer visible esta profunda realidad de la presencia de Dios en nuestro mundo era necesario utilizar un medio que salvase la distancia entre el cielo y la tierra. Así apareció el vuelo de un ave, de la paloma. Y se recurre a ella porque, frecuentemente, es utilizada como símbolo de Israel. Y, en otras ocasiones, simboliza la sabiduría. En algunas mitologías la paloma es considerada como ave sagrada. Y no se halla tan lejos de esta mentalidad la paloma que regresa al arca con una ramita de olivo en el pico (Gn 8,11), que dio a entender a Noé que había pasado el peligro y que había surgido la esperanza. En el fondo estamos ante una imagen utilizada para poner de relieve la unión de lo alto con lo bajo, de Dios con el hombre.

 

En la segunda lectura, Lucas, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, nos presenta a Dios rompiendo las fronteras de un particularismo absurdo, abriendo el Evangelio a todos aquellos que necesitan la participación de la alianza con Dios y en la luz de su revelación. El discurso de Pedro(Hch 10, 34-43) está centrado en lo esencial del kerigma cristiano. En Dios no existe favoritismo de ningún tipo. Le son aceptos todos los hombres de cualquier nación que, como Cornelio, son honrados. Pedro formula de este modo el universalismo de la salud. En este sentido sería blasfemo afirmar que Dios tiene preferencia por Israel. Pedro insiste, sobre todo, en este aspecto positivo: en toda nación, el que teme a Dios y practica la justicia es acepto a Dios (v.35).

 

Cierto que el mensaje salvífico fue dirigido primero a Israel, pero Jesús ha venido para establecer la paz  (la paz entre Dios y los hombres); Jesús es el Señor de todos, y le son perdonados sus pecados a todo aquel que cree en él. Así resuelve Lucas la dificultad del privilegio “cronológico” de Israel.

 

En el discurso se afirma el paso de Jesús haciendo el bien, en alusión al título frecuente, particularmente en Egipto, dado a los reyes, que eran llamados evergetes, es decir, bienhechores. Y el misterio de su vida se esclarece porque Dios estaba con él. El es el Enmanuel (Is 7,14).

 

Felipe F. Ramos

Lectoral