PASCUA, Pentecostés

 

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Hch 2,1-11.
2ª lectura: 1Cor 12,3b-7. 12-13.
3ª lectura: Jn 20,19-23.

 

La primera lectura bíblica de hoy tiene la finalidad de presentar el acontecimiento más importante después de la partida de Jesús: la venida del Espíritu Santo. Lucas recurre al procedimiento intuitivo para que pueda ser captado por sus lectores. Tomó como punto de partida el soplo, viento o aliento, como gesto utilizado por Jesús para comunicar el Espíritu Santo. No era mucho para comenzar, pero era algo. Con una referencia a la primera creación -que habla del soplo de Yahvé sobre el caos original- intenta describir la segunda, la obra de la redención: el soplo del Espíritu crea el hombre nuevo (primera lectura).

 

Su primera afirmación está centrada en que el Espíritu viene de Dios, del cielo. Lucas describe la presencia del Espíritu mediante el recurso a un viento impetuoso. Esto era fácil de entender para sus lectores, ya que tanto los de formación griega como los de mentalidad semita comprendían que el espíritu, pneuma, y el viento eran conceptos afines. De esta forma Lucas hacía visible el lugar de donde procedía el Espíritu. Pero, ¿cómo sensibilizar el lugar de destino?

 

El viento afectó únicamente a la casa donde estaban reunidos los discípulos. Y lo hace en forma de lenguas de fuego. Lucas está utilizando una tradición o haggada judía según la cual en el Sinaí la llama (imagen de Dios) se convirtió en lengua, en tantas lenguas como eran los pueblos que componían el mundo. Y así todos los pueblos entendían; es decir, se acentúa el destino universal del evangelio a todos los pueblos sin excepción. Según la tradición mencionada, en el Sinaí ocurrieron tres cosas: una aparición de fuego y un soplo celeste que se entremezclaron; en segundo lugar, las llamas celestes se convirtieron en palabras divinas y, en tercer lugar, los setenta pueblos paganos aceptaron el anuncio divino de la Ley en sus propias lenguas.

 

El hablar en “otras lenguas” y entender los oyentes en la “propia lengua” se refiere, muy probablemente, a la presencia del tiempo último anunciado, en el que todos profetizarán (Jl 3,1-5; Hch 2,17). El fenómeno de las lenguas pretendería afirmar la aparición del tiempo escatológico, el tiempo de la salud anunciada por Joél. Esa sería su enseñanza fundamental.

 

La breve unidad literaria del evangelio (tercera lectura) nos exige, para su comprensión, establecer una conexión, por elemental e incompleta que sea, con el texto evocador de la aparición a la Magdalena (Jn 20,10-18; omitimos parte del episodio por considerarlo innecesario). La escena narrada por Juan gira en torno a la preocupación de la Magdalena por la desaparición del cadáver de Jesús. Ella misma lo repite tres veces (20, 2.13.15). Evidentemente, para el lector del evangelio esto es una referencia o afirmación implícita de la resurrección de Jesús. Ella se preocupa porque ha desaparecido lo que buscaba: el cadáver. Sólo la fe puede encontrar al Resucitado. Cuando Jesús pronuncia su nombre, ella lo reconoce. La evocación del pasado une al Cristo de la fe con el Jesús de la historia. Surge entonces en María la fe verdadera.

 

Cuando, en el evangelio de Mateo (28,9) las dos Marías reconocieron a Jesús se echaron a sus pies y le adoraron. El “no me retengas más” del evangelio de Juan (20,17) puede traducirse por “deja ya de tocarme”. Y en la misma línea debe verse la explicación que da Jesús: porque todavía no he subido a mi Padre. Se está diciendo a la Magdalena, y a los lectores del evangelio, que las relaciones con el Maestro, a partir de ahora, no podrán ser como antes. Se excluye el contacto físico, material, espacial, temporal. Comienza un tipo nuevo de relaciones que serán distintas y de mayor intimidad, expresadas en el evangelio de Juan mediante la fórmula de la inmanencia mutua: “Yo en vosotros y vosotros en mí”. En el evangelio de Juan las apariciones son como la escenificación de estas relaciones nuevas que se inician con la pascua.

 

Es esencial a las apariciones del Resucitado el encargo de misión. En nuestro caso, el encargo a la Magdalena consistió en que comunicase a sus hermanos que subía al Padre y al Dios común. La expresión es interesante en sí misma: Voy a mi Padre, que es también vuestro Padre: es el Hijo quien introduce a los discípulos en una relación nueva con el Padre (Jn 1,12). La paternidad de Dios  no  es  un  hecho natural,  sino  un  privilegio  concedido  a  los discípulos (Jn 16,27; 14,21-23; en Mateo la expresión “vuestro” Padre aparece dieciséis veces).

 

Jesús se aparece a los discípulos. Estamos ante la aparición o el encuentro más importante. En su lista de apariciones, también es mencionada por el apóstol Pablo (1Co 15,5: “a los Doce”). Más aún, creemos que es la aparición “oficial”, la que infundía mayor seguridad y certeza; por eso mereció figurar entre las formulaciones pertenecientes a la fe cristiana. Más aún, tiene lugar el primer día de la semana. ¿No se nos ofrece, en esta datación cronológica una referencia directa al domingo en el que, de manera más explícita y solemne, se proclama el gozo de la resurrección del Señor?

 

El contexto pone de relieve la importancia de la aparición: Al atardecer de aquel día, después de la información que la Magdalena había dado a los discípulos de Jesús, éstos, amedrentados por los judíos que habían matado a su Maestro y pensando que intentarían hacer lo mismo con ellos, buscan un búnker seguro con todas las posibilidades de acceso bien cerradas. Jesús se presentó en medio de ellos; se supone que milagrosamente porque no tuvo necesidad de abrir hueco alguno en aquel refugio considerado como seguro. Probablemente allí habían acudido otros discípulos además de los once.

 

El presente relato está pensado desde el cumplimiento de las promesas de Jesús: He aquí la dialéctica entre promesa y cumplimiento: Jesús había dicho: Volveré a estar con vosotros (14,1).- El evangelista constata: Se presentó en medio de ellos (20,19; otros textos similares tenemos en “16,16ss.- 20,20; 14,26; 15,26; 16,7ss.33 .- 20,21ss; 14,12 .- 20,17).

 

En los discípulos de Jesús no solamente no existía predisposición alguna para aceptar la resurrección -se ha dicho muchas veces que el deseo ardiente de volver a ver a Jesús les había hecho caer en la alucinación de verle, inventando todo lo relativo a las apariciones- sino que estaban predispuestos para lo contrario. Como hijos de su tiempo creían únicamente en la resurrección del último día. Así lo expresa María cuando Jesús le habla de la resurrección de Lázaro (Jn 11,24). Cuando se les anuncia que Jesús vive solo no se entusiasman; sino que, no lo creyeron.

 

La presencia de Jesús comunica el Espíritu: Recibid el Espíritu Santo. En los así llamados “discursos de despedida” (Jn 14-16), -aunque el único discurso de despedida sea el cap.14-, esta promesa de Jesús aparece frecuentemente en sus labios. Fue la primera experiencia con que se encontró la Iglesia. El Espíritu se hallaba presente y operante en ella. Si leemos atentamente el libro de los Hechos de los Apóstoles nos daremos cuenta de que el verdadero protagonista a lo largo de la narración es el Espíritu. El Espíritu será entendido de  distintas maneras y sus manifestaciones son múltiples. Podría incluso discutirse el momento en que esta nueva realidad comenzó a vivir en aquellos hombres y mujeres transformándolos. Lo indiscutible era su presencia en la Iglesia, como una realidad viviente y operante desde el principio, como una fuerza personal gracias a la cual el Evangelio se iba abriendo camino e iba derribando fronteras.

 

El intento de descubrir y describir el modo de su venida implicaba necesariamente el recurso al lenguaje metafórico (recuérdese la escenificación de la venida del Espíritu que nos hace Hch 2). El cuarto evangelio utiliza otra metáfora, procedente del AT. El Señor “sopló”, lo mismo que con motivo de la creación del hombre (Gn 2,7: infundió en “sus narices”, el aliento de vida; lo mismo se nos dice a propósito de la recreación del pueblo muerto en Babilonia, Ez 37,7-14: un viento o brisa fresca hizo revivir aquel campo de huesos...). El soplo, el viento, el aliento, pueden ser sinónimos del espíritu, tanto en la lengua hebrea como en la griega. El don Espíritu concedido por Jesús a sus discípulos es descrito de la misma forma que el don de la vida que Dios comunicó al hombre en sus orígenes. Y es que ahora estamos en el origen de una  nueva humanidad, ante una nueva creación.

 

Para que aparezca la vida tiene que ser removida la muerte. El don del Espíritu se comunica como poder contra el pecado. Este fue el poder que Jesús comunicó a la Iglesia, continuadora de su misión, representada entonces en los discípulos y en sus sucesores. Los textos bíblicos que deben ser aducidos como explicativos y aclaratorios nos los ofrece Mateo (16,19; 18,18). Juan reformula las palabras de Jesús (“llaves”, “atar”, “desatar”) para hacerlas más asequibles al mundo griego. Poder de perdonar y decidir si la postura de algún miembro de la Iglesia exigía ser excluido de ella. La autoridad para tomar una decisión tan importante debía venir de Jesús mismo (es particularmente significativo que el cuarto evangelio haya recogido este poder que Jesús dio a sus discípulos sobre el pecado, porque en su evangelio está ausente el concepto del perdón de los pecados).

 

Son carismas las diversas aptitudes del espíritu humano -impulsado por el Espíritu de Dios- para la edificación de la Iglesia. Estos dones o aptitudes especiales son concedidos a determinadas personas para el servicio de los demás. Los carismas se hallan todos bajo el denominador común de la actividad divina y, más en concreto, de la acción del Espíritu en la comunidad cristiana. Los corintios, tan dados al sensacionalismo, deben tener unas normas para su valoración y consiguiente jerarquización (segunda lectura):

 

1º) Deben llevar a la confesión auténtica de la verdadera fe cristiana: “Jesús es el Señor”. Los carismas de profecía y de lenguas tienen que surgir de ese don especial que es la fe y que lleva necesariamente a la afirmación del señorío único  de Cristo. Si el delirio pagano conoce a veces  el anatema de la pitonisa, que se resiste a la posesión de la divinidad, el éxtasis cristiano permanece siempre bajo la luz de la fe. Todo lo que no es conforme al evangelio resulta, al menos, sospechoso

 

2º) Deben contribuir a la edificación de la Iglesia. Los carismas nunca son concedidos para el provecho personal de quien los posee. El único Espíritu los distribuye a cada uno con vistas al bien de la comunidad. De ahí su variedad. Pablo explica este pluralismo en la unidad por medio de su célebre comparación con el cuerpo humano, que es uno solo, a pesar de tener muchos miembros. Al igual que éstos, los carismas deben completarse y controlarse unos a otros. Si prevalece el de la autoridad, que es mencionado en penúltimo lugar, el organismo se anquilosa y muere por asfixia; si prevalecen los más “espirituales” se produce el desequilibrio en el organismo, que cae en la anarquía y muere víctima de su propio desequilibrio histérico.

 

Felipe F. Ramos

Lectoral