PASCUA, Resurreción

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Hch 10,34ª. 37-43.
2ª lectura: Col 3,1-4.

 

La liturgia de la Palabra la inicia hoy Pedro como representante de los Doce o de la Iglesia original (primera lectura). Su discurso está centrado en lo esencial del kerigma cristiano. En Dios no existe favoritismo de ninguna clase. Le son aceptos todos los hombres de cualquier nación que, como Cornelio, son honrados. Pedro formula de este modo el universalismo de la salud. En este sentido sería blasfemo afirmar que Dios tiene preferencia por Israel. Pedro insiste, sobre todo, en este aspecto positivo: En toda nación, el que teme a Dios y practica la justicia es acepto a Dios (v. 35). Cierto que el mensaje salvífico fue dirigido primero a Israel, pero Jesús ha venido para establecer la paz (la paz entre Dios y los hombres); Jesús es el Señor de todos, y le son perdonados sus pecados a todo aquel que cree en él. Así resuelve Lucas la dificultad del privilegio “cronológico” de Israel.

 

En el discurso se afirma el paso de Jesús haciendo el bien, en alusión al título frecuente, particularmente en Egipto, dado a los reyes, que eran llamados evergetes, es decir, bienhechores. Y el misterio de su vida se esclarece porque Dios estaba con él. El es el Enmanuel (Is 7,14).

 

De la resurrección se habla en forma confesional: es la proclamación de la fe cristiana. Se afirma como un artículo del credo (véase el v.40 en comparación con 1Co 15,3, que también es fórmula confesional). También es presentado el aspecto judicial de Cristo. Y se hace igualmente en forma confesional. Así pasó a los “credos” posteriores.

 

Este kerigma había sido preanunciado por los profetas, cuyo testimonio es aducido como confirmación de la predicación apostólica. Dentro del contenido del evangelio es mencionado tambiénel perdón de los pecados mediante la fe en Jesús. Perdón que está abierto a todos los hombres, no sólo a los judíos.

 

El misterio de la Resurrección (tercera lectura) no lo hemos vinculado a la lectura anunciada del cuarto evangelio. Haremos nuestra reflexión  de forma genérica, aunque, en lo posible, sin salir del evangelio de Juan: “Salí del Padre y vine al mundo, ahora dejo el mundo para volver al Padre” (Jn 16,28). La resurrección es el  retorno de  esús al Padre.  En ella  se dan cita  la preexistencia -la existencia de la Palabra eterna en Dios (Jn 1,1-2)- con la posexistencia -el retorno o vuelta de la Palabra al “lugar” de donde había salido, a la “vida eterna” de Dios-, incorporando la coexistencia, la humanidad de la Palabra cargada con todo el peso que Dios depositó en ella al hacerse presente en Jesús de Nazaret. Hasta ahora sus hechos y palabras, toda su vida y anuncio, habían permanecido ocultos, sin descubrir toda su dimensión, en el misterio. Ello era debido a la “incomprensión” de los discípulos. Ahora, con la Pascua y el Espíritu, su misterio irá desvelándose a los discípulos, que progresarán incesantemente en el conocimiento creyente de Jesús.

 

El texto que ha abierto esta voz menciona solamente los extremos de la cadena. Con salir del Padre y regresar al Padre se describe el trasfondo divino desde el cual hay que entender teológicamente la obra de Jesús en el mundo. Esta obra, la revelación, constituye un testimonio único a favor del Padre, y éste se halla presente en el testimonio de Jesús. Jesús es el Revelador, el único exegeta o intérprete de Dios (Jn 1,18). El evangelio de Juan insiste en que es el enviado del Padre (Jn 5,36-38; 6, 29.57...); en que ha venido del Padre (3,19; 8,14.42; 9,39...); en que ha bajado del cielo (3,13; 6, 33.38. 41ss). Son expresiones sinónimas. Ponen de relieve el amor de Dios (3,16), la oferta de la salvación dirigida al mundo y, en suma, el acontecimiento escatológico por excelencia.

Su venida del Padre y su retorno al Padre implican el juicio sobre un mundo hostil (3,1ss.331ss) y la salvación para los suyos (3,18; 5,24). La misión del Hijo preexistente a este mundo de tinieblas es la clave para la comprensión de la cristología joánica. Quien cree en él tiene la vida (3,36); quien no cree ya está juzgado. Lo que decide la salud o el juicio es el encuentro personal con él. Mas el hecho de que Jesús vuelva a abandonar este mundo no convierte en algo retrospectivo su revelación de Dios.

 

La fórmula con que hemos abierto esta voz (16,28) comprende, en un lenguaje mitológico, toda la venida de Jesús en el sentido del cuarto evangelio, la encarnación del Revelador, el “hacerse carne la Palabra de Dios (1,14), su actividad terrena, así como su pasión y resurrección (glorificación) formando un todo, como un único “camino”. Como acabamos de decir, el presente pasaje menciona solamente los dos extremos de la cadena: con salir del Padre y regresar al Padre se describe el trasfondo divino desde el cual hay que entender teológicamente toda la obra de Jesús en el mundo. Esta obra, la revelación, constituye un testimonio único a favor del Padre, y éste se halla presente en el testimonio de Jesús. Mas el hecho de que Jesús vuelva a abandonar este mundo no convierte en algo retrospectivo su revelación de Dios.

 

Para tener la claridad posible en una cuestión tan compleja es imprescindible resaltar los diversos aspectos  desde donde debe ser enfocada, los puntos sobresalientes del misterio:

a) La resurrección no es la vuelta del cadáver a la vida. Dicho cadáver vuelto a la vida estaría regido por las mismas leyes biológicas y fisiológicas anteriores y, en consecuencia, estaría necesariamente abocado a la muerte. Por eso las resurrecciones narradas en los evangelios no sirven en absoluto para explicar la de Jesús.

 

b) La resurrección de Jesús es el cumplimiento y la plenitud de la vida. En ella había demostrado su poder y jurisdicción en el terreno de la muerte (resurrecciones realizadas, que nos cuentan los evangelios), su anuncio de haber venido a comunicar la vida en toda su plenitud (10,10). La resurrección de Jesús le introduce plenamente en la vida de Dios.

 

c) La resurrección de Jesús es  la participación plena en la vida de Dios, sin ninguna clase de limitación, también en su naturaleza humana. Una verdadera creación. Y ahí está precisamente la dificultad para describirla. ¿Cómo puede ser descrita semejante acción de Dios?.

 

d) La resurrección de Jesús es el fundamento mismo de la predicación y de la fe, de tal manera que sin ella no hay liberación del pecado. La vida “en Cristo” carecería por completo de sentido, y los que edifican su vida sobre él serían dignos de lástima y los más desgraciados de todos los hombres (1Co 15,19).

 

e) La resurrección de Jesús es la gran demostración del poder de Dios, la victoria sobre la muerte (1Co 15,55-57). En este poder confían y se apoyan con razón los creyentes (Rm 4,17). Por tanto, la primera dimensión de la resurrección es teológica, no “cristológica”.

 

f) La resurrección de Cristo es su entronización como Señor. Por ella, Jesucristo, que desde el principio era Hijo de Dios (Rm 1,3s), es constituido en Hijo de Dios según el Espíritu de santificación y se sienta a la derecha de Dios (su humanidad participa plenamente en la vida de Dios y en plano de igualdad con él).

 

g) La resurrección de Cristo es el principio de la nueva creación. Él es  “el primogénito de entre los muertos” (1Co 15,20; Col 1,18). La resurrección de Jesús está así en una particular relación con la nuestra. Nuestra futura resurrección ha sido ya incoada en el bautismo (Rm 6,5.11.22) por la inserción en el misterio de la muerte y resurrección de Jesús.

 

h) La resurrección de Jesucristo y el haber sido comprehendidos por el Resucitado exige del Apóstol una vida al servicio del Señor, ocupando el lugar de Cristo (2Co 5,20; 6,1), como colaborador de Dios (1Co 3,9), abriendo así a otros el acceso al Padre (Flp 1,5; 2,1; 3,10).

 

i) La importancia de la resurrección de Cristo la resume san Pablo con estas palabras: Para mí, la vida es Cristo (Flp 1,21). Este aspecto salvífico-teológico, y no el apologético, es el que puso en la pluma del Apóstol la frase siguiente: Si Cristo no resucitó, nuestra predicación no tiene sentido y vuestra vida tampoco (1Co 15,14).

 

j) El último de los puntos sobresalientes es el de la corporeidad del Resucitado. ¿Qué podemos decir de ella? Prácticamente nada. Nuestra corporeidad, bien sea masculina o femenina, pertenece esencialmente a nuestra humanidad. Consiguientemente, resucitará. ¿Cómo? No lo sabemos. Nos limitamos a repetir lo afirmado por san Pablo: “Se siembra cuerpo animal, se resucitacuerpo espiritual (1Co 15,44). Pero, ¿es imaginable un cuerpo “espiritual”? ¿Podemos imaginar la humanidad resucitada de Jesús?.

 

El encuentro con el Viviente (las apariciones). El relato de las apariciones en Jn 20,19-23 está pensado desde el punto de vista de las promesas de Jesús. He aquí la dialéctica entre promesa y cumplimiento: Jesús había dicho: Volveré a estar con vosotros (14,18); el evangelista constata: Se presentó en medio de ellos (20,19). Jesús había prometido: Dentro de poco volveréis a verme(16,16ss); el evangelista afirma: Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor (20,20). Jesús anunció: Os enviaré el Espíritu (14,26; 15,26; 16,7ss), y tendréis paz (16,33); el evangelista recoge las palabras de Jesús: La paz con vosotros... y recibid el Espíritu Santo (20,21ss). Jesús afirmó: Voy al Padre (14,12), y el evangelista se encarga de recoger otras palabras de Jesús que significan el cumplimiento de lo que había prometido: Voy a mi Padre, que es también vuestro Padre (20,17).

 

Resurrección y vida. La resurrección, también en la mente de Jesús, se halla asociada a la vida: La resurrección y la vida (11,25). La diferencia está en que dicha resurrección es la vida; resurrección y vida son términos intercambiables; se trata de la resurrección que es la vida, o de la vida que es la resurrección. Si se ha añadido el término vida al de resurrección, no ha sido para afirmar que se trata de la vida presente, corregida, mejorada y aumentada. Se trata de la vida misma de Dios, participada en la medida en que un ser humano tiene capacidad para hacerlo.

 

La intervención de Cristo en el terreno de la vida es anticipación del último día. El juicio y la vida que, según la escatología tradicional tendrán lugar al fin de los tiempos (Jn 11,24), se convierten en realidades presentes en Jesucristo (11,25). El creyente entra en posesión de la vida, en la plenificación vital que Dios, autor de la vida, regala a los creyentes, en el momento de aceptar la fe en su Enviado, y la consumación de la misma a partir de la muerte. Esta es la alternativa joánica a la concepción tradicional que hacía esperar dicha consumación hasta el fin de los tiempos “cuando resuciten estos despojos o restos mortales que ahora enterramos”. Juan desconoce ese tiempo intermedio.

 

Debemos destacar en esta trayectoria la preeminencia de la vida, de la gloria... sobre la resurrección. Juan da preferencia, para expresar el contenido y la realidad de la resurrección, a otros términos que designan el mismo acontecimiento. En el cap. 20, el más centrado en la resurrección, sólo emplea este verbo en el v.9: “Los discípulos no habían entendido aún la Escritura, según la cual Jesús tenía que “resucitar” de entre los muertos. Sólo utiliza dicha voz a propósito de la resurrección final (11,25) o en un comentario que añade al episodio de los vendedores del templo (2,22: “cuando Jesús “resucitó” de entre los muertos, los discípulos se acordaron...”, mientras que más adelante lo sustituye por el término glorificación: “Los discípulos no comprendieron entonces estas palabras de la Escritura, pero cuando Jesús fue glorificado las recordaron...” (12,16).

 

El apóstol Pablo (segunda lectura) desarrolla la obra de Cristo estableciendo una nueva forma de escatología. La novedad ofrecida consiste en una concepción espacial: la esperanza cristiana está “arriba” (buscad las cosas de arriba), en el cielo, mientras que en las otras cartas de Pablo se acentúa el aspecto temporal: la esperanza cristiana está más allá, más lejos, al final. La contraposición, por tanto, no es entre presente y futuro, sino entre lo de abajo y lo de arriba.

 

La esperanza  cristiana aparece  como  impulsora  de  la fe  y  del  amor (Col 1,5). Se está afirmando que la fe y el amor de los colosenses no está “en el aire”, sino que se apoya en una esperanza firme. La esperanza cristiana se halla profundamente enraizada en el hecho cristiano, en un acontecimiento histórico controlable, al menos hasta un cierto punto. Esto constituye la mejor respuesta a la acusación de que Colosenses presenta un cristianismo “desencarnado”, empeñado únicamente en buscar las cosas de arriba.

 

El fundamento de la vida  moral y ascética del cristiano lo constituye la unión con Cristo resucitado o la participación personal en el misterio pascual. El bautismo nos hace participar de él: Sed lo que ya sois. A la acusación de un cristianismo “desencarnado”, Colosenses responde: el lugar donde se vive y donde se desarrolla la fe es el mundo; la fe no consiste en una separación-superación espiritual del mundo, sino en la existencia mundana en el amor; la vida cristiana es la misma existencia humana vivida en libertad, pero esta libertad considera al hombre viviendo solidariamente con sus hermanos, no como una isla; es la libertad en el amor y para el amor; el cristiano vive en estado de peregrinación.

 

 

Felipe F. Ramos

Lectoral