SEMANA SANTA, Lunes Santo


Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Is 42, 1-7
2ª lectura: Jn 12, 1-11

 

La liturgia abre las celebraciones de la Semana Santa con el primer canto o poema sobre el Siervo de Yahvé (Is 42,1-7) (primera lectura). Nos lo presenta Dios mismo a nosotros los creyentes y al mundo entero. El “Siervo” es un personaje singular animado por el Espíritu, que impulsaba a los profetas mediante su palabra y su acción. Su presencia en tiempos de Isaías (ocho siglos a. de C.) es una anticipación del Siervo de Dios, que se manifestará plenamente en Jesús de Nazaret.

 

Para comprender el alcance y significado de este Siervo de Dios tenemos que dirigirnos al AT. Por él sabemos que “el siervo” no era el término aplicado a los esclavos; era un título honorífico que le fue concedido, de forma privilegiada, al antiguo pueblo de Dios, a Israel, pero, normalmente era atribuido a personas singulares, como los profetas: (“Y dijo Yahvé: Como anduvo Isaías, mi siervo, desnudo y descalzo tres años, señal y pronóstico sobre Egipto y sobre Etiopía...” Is 20, 3); a Abrahán, Moisés, David, Elías. Los profetas son los “siervos” de Yahvé (Am 3,7; Jr 44,4). Incluso Nabucodonosor, el rey de Babilonia, es presentado como el delegado o encargado por Dios para emitir un juicio negativo, de castigo, a su pueblo. También los paganos pueden ser considerados como signos de liberación y son designados como profetas o presentados con nombres equivalentes, como ocurre con Ciro (Is 44,28: “Tú eres mi pastor”; en 45,1 es llamado “ungido”

 

El Siervo de Yahvé es el encargado por Dios de establecer el derecho, es decir, un nuevo orden o concepción jurídica que, teóricamente, ya existía en Israel. Teniendo en cuenta que en la antigüedad bíblica la ley divina se identificaba con el derecho, aquí se podía atribuir al Siervo de Yahvé la tarea de establecer la verdadera religión.

 

Las características de este Siervo son las siguientes: se halla en posesión del Espíritu, es decir, Dios se halla presente en él (Is 11,2); su actuación es silenciosa; no utiliza altavoces por las calles; su palabra es consoladora y su acción fortalecedora para los necesitados de su ayuda; su manifestación de Dios, de la verdadera religión, romperá todas las fronteras del particularismo y, por tanto, se caracterizará por el universalismo de su acción; el Dios, creador y dador de la vida, está en él como garante y aval del encargo que le ha encomendado; su tarea y quehacer será doble:establecer con Israel la nueva alianza (Is 49,8), al estilo de Moisés, y comunicar a los paganos el recto conocimiento de Dios. Proyectará la luz de Yahvé sobre los ciegos, sobre los encarcelados y sobre los que han sido privados de ella y viven rodeados de tinieblas.

 

Es la tarea que va a realizar el Siervo de Dios cuando, en la plenitud del  tiempo (Ga 4,4), se haga presente en Jesús de Nazaret (segunda lectura). Jn 12 se abre con una datación cronológica que creemos importante: los seis días signifcan la imperfección hasta que llegue la pascua, el día séptimo. Lo imperfecto, el judaísmo, el AT, que seguía vigente en cuanto a las leyes de purificación (Ex 19,10s; Nm 9,10; 19,12) se resiste a ser sustituido: se intenta eliminar a Lázaro porque es la causa por la que otros creían también en Jesús. Se apunta a la suerte que correrán los discípulos de Jesús, que no será distinta de la del Maestro. Él lo sabe muy bien. Por eso se deja ungir y recrimina a Judas por criticar la acción.

 

El relato de la unción en Betania se encuentra también en los Sinópticos (Mc 14,3-9 y par. de Mt 26,6-13). Junto a las semejanzas, existen diferencias importantes entre ellos. Juan la sitúa en Betania, en casa de Lázaro; Marcos y Mateo también la ubican en Betania, pero en casa de Simón el fariseo. En cuanto a la mujer, se llama María en el evangelio de Juan, mientras que la que servía a la mesa era Marta; Marcos y Mateo hablan de una mujer. Lucas no precisa el lugar; la escena ocurre en “una ciudad”, en casa de Simón el fariseo y afirma que la mujer era pecadora. Según Juan y Lucas la mujer ungió los pies de Jesús; Marcos y Mateo hablan de la unción de la cabeza del Maestro, y ambos añaden el nombre del perfume, nardo. La reacción provocada por la unción es diversa: en Juan es Judas quien protesta; en Lucas es Simón y en Mateo y Marcos son los discípulos. Finalmente, Juan sitúa el episodio la víspera de la pasión¸ para Mateo y Marcos tiene lugar en una fecha próxima  a la pascua. Lucas no precisa el tiempo. Los tres la interpretan en referencia a su muerte próxima (Mc, Mt y Jn).

 

¿Resulta excesivamente sofisticado pensar que María haya tenido delante esta finalidad tan profunda? Así lo creemos. Su acción se halla suscitada por una reacción de respeto, de gratitud y de amor. En un segundo plano, y a la luz de la pascua, fue interpretado el gesto como una anticipación de la gloria de Cristo (Jn 12,28). El gesto de María, objetivamente considerado, tiene un significado que desborda con mucho su intención personal. Inconsciente e involuntariamente anunció la muerte-glorificación de Jesús.

 

La decisión de matar a Lázaro (Jn 12,10s) pone de relieve el rechazo de la fe por parte de los dirigentes judíos y su actitud violenta frente a Jesús. Al mismo tiempo es considerada como una anticipación de la suerte que correrán posteriormente los cristianos.

 

El apóstol Tomás, o el evangelista que pone las palabras en su boca, ya lo había anticipado:vamos también nosotros para morir con él (Jn 11,16). Los discípulos de Jesús deben estar dispuestos a correr la misma suerte que su maestro. Ellos, como Lázaro, al encarnar y promover la causa de Jesús, encontrarán la misma oposición por parte del mundo, entendido en su sentido peyorativo de “realidad antidivina”. La lucha y el intento de eliminar todo aquello que se opone a sus categorías es connatural con él. Lo fue en tiempos de Jesús, después, ahora y siempre. Lo único que puede variar es el nombre de aquel o de aquello que puede servir a otros para la aceptación de la fe cristiana y de los que personifican en cada momento el papel que hicieron los judíos o la autoridad romana.

 

Felipe F. Ramos

Lectoral