TIEMPO ORDINARIO, Domingo XXVIII

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Is 25, 6-10a
2ª lectura: Flp 4,12-14.19-20
3ª: lectura: Mt 22,1-14

 

El primero de los textos bíblicos pertenece al llamado Apocalípsis de Isaías. En el cap. anterior se nos afirma que Yahvé ha puesto su trono en el monte Sión (24,21-23) (primera lectura). Aquí, en la misma montaña, se prepara la fiesta de la coronación del rey con grandes banquetes y vinos generosos (1R 1,19-25). Su señorío universal le permite invitar a todos los pueblos. Todo se convierte en gloria porque Yahvé descorre en velo de las lamentaciones de la faz del mundo. La muerte, que había engullido a los hombres en la sepultura, será también ella absorbida o abolida. Dios enjugará todas las lágrimas y eliminará todos los reproches de su pueblo que tanto ha sufrido.

 

La noción de la abolición de la muerte aparece aquí como novedad en el AT. El lenguaje es muy antiguo; probablemente deriva del mito de la victoria de Baal sobre Mot (= Moth, en hebreo significa “muerte”), el dios de la muerte y del subsuelo o sheol, donde era restaurada anualmente la fertilidad para la tierra. El presente pasaje, sin embargo, no es mitológico. La muerte no es personificada. Se trata de la abolición del curso de la muerte a lo largo de la historia (Gn 3,19.22s). No se habla aquí de la resurrección ni del cielo, pero están dentro de la óptica profética (26,19). Este pasaje se convierte en la infraestructura del NT que describe la victoria presente y futura de Cristo resucitado sobre el “último enemigo” (1Co 15,26.54; Ap 21,4).

 

La imagen del banquete la desarrolla Jesús en el evangelio de hoy (tercera lectura). El banquete mesiánico. La increíble reacción de los invitados. El traje de boda. La decisión violenta del rey. Son los temas mayores de esta parábola desconcertante. La primera de las referencias: el banquete mesiánico es el título que mejor sintetiza el contenido de la misma en sus dos versiones, que nos ofrecen Mateo y Lucas.  Mateo lo pone de manifiesto de forma más explícita al subrayar el aspecto de una boda real, que es un símbolo ya acuñado del banquete mesiánico (Is 25,6-10, primera lectura). Lucas la coloca al final de un festín de boda al que alguien puede ser invitado. Y expresa la alegría de la participación en la mesa, símbolo de los tiempos mesiánicos, con la proclamación de la bienaventuranza que hace uno de los asistentes: “Dichoso el que pueda participar en el banquete del reino de los cielos” (Lc 14,15), que da pie a Jesús para contar esta parábola.

 

Tanto Mateo como Lucas nos cuentan la misma parábola. Sin embargo, las diferencias entre ellos son tan grandes que resulta difícil ofrecer una explicación razonable de las mismas. Debe contarse con distintas tradiciones subyacentes y, además, con una profunda elaboración por parte de los evangelistas, motivada por los distintos destinatarios que tienen delante. Si agrupamos las parábolas en bloques, ésta debería enmarcarse entre aquellas que se cobijarían bajo el denominador común de la Nueva Jerarquía de valores, por las múltiples inverosimilitudes o extravagancias que contiene.

 

La invitación de un rey al banquete de bodas de su hijo (según la versión de Mateo), o del hombre que preparó una gran cena e invitó a muchos (según la versión de Lc 14,16) es una prueba de su magnanimidad. Resulta inverosímil el rechazo unánime por parte de los invitados; las excusas que presentan para no asistir al banquete; la insistencia en la invitación; el comportamiento violento y cruel frente a los enviados del rey para recordarles la fecha de la boda; el cambio de invitados, que son buscados por todas partes, incluso entre aquellos a los que nadie invitaría a un banquete, como son los pobres, los lisiados, los ciegos y los cojos; la posibilidad de otros comensales con tal de llenar la sala del banquete; la reacción violenta del rey, que monta en cólera y manda sus ejércitos para que destruyen la ciudad; la expulsión del que había acudido sin “el traje de boda”.

 

La mención de las irregularidades o extravagancias citadas hablan por sí solas de que la historia narrada no presenta un acontecimiento normal. A ningún lector puede evocarle algo parecido que él haya conocido. La imaginería no está tomada ni de la observación de lo que ocurre en el mundo conocido de la naturaleza ni de la conducta que regula las relaciones humanas. La parábola se sale de estos ámbitos con toda intención. De este modo obliga al lector a buscar la finalidad singular del Parabolista. ¿Cuál es en cada caso?.

 

Para Lucas, el Invitador, el Anfitrión, es Jesús. La invitación, como es lógico, se dirigió al pueblo de Israel. La reacción de los primeros invitados es la que tuvo el antiguo pueblo de Dios ante la predicación-llamada de Jesús. El rechazo y las disculpas reflejan la situación real vivida por Jesús ante su palabra e invitación. La no aceptación del enviado de Dios se convierte dentro de la parábola en la amenaza de un juicio negativo por la decisión tomada. Lucas orienta la parábola desde el punto de vista histórico-salvífico: nos presenta el Evangelio que pasa del particularismo judío al universalismo del paganismo.

 

El evangelista Mateo ha alegorizado la parábola hasta tal extremo que hoy nos parece, más bien, una alegoría que una parábola. Ha hecho en ella una síntesis de la historia de Israel. El rey que invita es Dios. Y lo hace con insistencia. Por tres veces se repite que “todo está preparado” (Mt 22,4, dos veces, y 8). Los siervos enviados son los profetas, que corrieron distinta suerte: fueron desoídos y algunos sufrieron la muerte. El que peor suerte corrió fue su Hijo, aunque no se haga alusión explícita a su muerte.

 

Mediante la presentación de la cena como banquete mesiánico Mateo reviste la parábola con el ropaje estrictamente escatológico. La clave de su interpretación es la escatología. La ira del rey, que manda sus ejércitos para destruir la ciudad, es una adición propia de Mateo. Se refiere a la destrucción de Jerusalén por Roma el año 70, interpretada como un castigo infligido al pueblo rebelde, particularmente a los dirigentes judíos. Los otros dos rasgos de Mateo: el traje de boda y la conclusión: “muchos son los llamados y pocos los escogidos”, los explicaremos en la siguiente “sub-parábola” sobre el traje de boda, que incluimos a continuación.

 

La invitación de Jesús a formar parte de su Reino, a participar en el banquete de los elegidos, implica unas exigencias ineludibles. Los invitados deben asistir al banquete con el traje de boda (Mt 22,11-13), exigido por las circunstancias del momento. Es una “sub-parábola” introducida por Mateo en el contexto del que estamos hablando. Desconocemos por completo la existencia de un traje especial de boda. Es un rasgo parabólico. Por otra parte, resulta apenas imaginable la nota discordante del hombre que entra en la sala del banquete en traje de calle o de trabajo sin cuidarse para nada de las exigencias del momento. La singularidad extravagante de su atuendo impropio resalta hasta el punto de ser advertida inmediatamente por el rey que daba el banquete cuando entró a cumplimentar a sus invitados. La ausencia del rey obedece también a exigencias parabólicas, fundadas, tal vez, en el protocolo de la época. Todavía hoy los cheiks de Oriente no toman parte en los banquetes que dan a sus invitados.

 

La parábola destaca la culpabilidad del que asiste al banquete sin el traje debido. El rey se dirige a él con la palabra ètaire, amigo, indicadora, en los pasajes del NT  donde  aparece,  de confianza y,  al  mismo   tiempo,  de recriminación (Mt 20,13; 22,12; 26,50). El traje de boda es un recurso literario. Indica un traje limpio y digno. En el Apocalipsis nos encontramos dos textos que nos hablan de un traje recién lavado para asistir a las bodas de Cordero (Ap 19,8; 22,14). Presentarse en un banquete preparado por el rey con vestidos sucios o en traje de calle o de trabajo equivale, en la parábola, a un  crimen de lesa majestad. Y el rey se dirige al que así estaba vestido en la sala del festín en términos que suenan a recriminación dura y exacta.: ¿cómo has entrado aquí? Le niega el derecho a sentarse entre sus invitados, precisamente por no haberse presentado cuidadosamente preparado. Ciertamente que él, como los demás asistentes, había sido invitado al banquete. La invitación se pasó a todos por igual. Y todos debían haberse presentado igualmente preparados.

 

Existen parábolas rabínicas semejantes a ésta: El rabino Yohanan ben Zakkei, que murió alrededor del año 80, cuenta la misma parábola poniendo el acento en que el rey no fijó el día del banquete. Quería obligar a sus invitados a que estuvieran siempre preparados, e incluso a la puerta de su palacio, vestidos de fiesta. Así lo hicieron todos, a excepción de un insensato, que despreció la voluntad del rey y, cuando se abrió la puerta, entró en la sala del banquete con ropas indecentes e injuriosas para el que le había enviado. Entonces el rey montó en cólera contra él y mandó que lo echasen  fuera.  Otro rabino de la misma época comentaba la parábola diciendo: “Haced penitencia un día antes de vuestra muerte”.  ¿Y cómo puede el hombre conocer ese día?, le preguntaron. Él respondió: “Precisamente por eso; haced penitencia hoy, porque podéis morir mañana”.

 

No obstante creemos que el substrato más adecuado de que estamos comentando lo tenemos en el AT y, especialmente, en el profeta Isaías: Y yo me  gozaré en Yahvé, y mi alma saltará de júbilo en mi Dios, porque me vistió con vestiduras de salud y me envolvió en manto de justicia, como esposo que se ciñe la frente con diadema y como esposa que se adorna con sus joyas (Is 61,10). Tengamos en cuenta que este capítulo de Isaías es utilizado frecuentemente por Jesús (Mt 5,35; 11,5). Dios viste a los redimidos con el traje de boda de la salud. En esta línea continúan los textos citados del Apocalipsis. Y el libro etiópico de Henoc describe en términos semejantes el vestido de gloria con que son adornados los justos y los elegidos. En todos los textos citados, el traje de boda, el vestido blanco y limpio, significa la justicia de Dios participada por el hombre, la gracia santificante. Llevar este traje de boda es la garantía  de nuestra pertenencia a la comunidad de los redimidos y de los elegidos.

 

La frase desconcertante del final “muchos son los llamados y pocos los escogidos” la afirma Mateo  para establecer la distinción entre la llamada inicial a la salvación y la elección final debida a la perseverancia. La elección final no es automática. Los creyentes son llamados a no dormirse en los laureles pensando en su aceptación inicial del Evangelio. Puede ocurrirles lo mismo que a los judíos, que fueron los primeros llamados. La conducta humana hace que los llamados sean “elegidos”, “dignos” (Mt 22,14).

 

En cuanto al “traje de boda” simboliza la conversión que, por elemental coherencia, debe ir acompañada de obras buenas. Se espera la verdadera conversión de los pecadores invitados. La exigencia del traje de boda es una condición para los paganos y una amonestación seria para los cristianos. El evangelista  lo resalta al hablar de “buenos y malos” dentro de la sala del festín (Mt 22,10) y de la “indignidad” de algunos invitados (v.8-9). Los invitados “dignos” son aquellos que responden con la vida moral exigida por la presencia del Reino.

 

En la parábola del hijo pródigo describe Jesús el perdón de los pecados y la concesión de la vida divina que le es regalada al hombre bajo el símbolo del vestido nuevo, en la más pura línea bíblica (Is 61,10). La consecuencia de no aceptar dicho vestido, es decir, de rechazar la oferta divina de la Vida, de vivir conscientemente despreocupado de la invitación seria a participar en el banquete mesiánico, para el cual es necesario el traje de boda, serían las mismas que alcanzaron al hombre necio de la parábola: Atadle de pies y manos, las cadenas forman parte del castigo, y arrojadle a las tinieblas exteriores, lejos de la luz y de la vida, separado de Dios.

 

El apóstol Pablo (segunda lectura) describe su tarea evangelizadora con independencia de su situación vital (1Co 4,9ss; 2Co 6,4ss). No como un asceta sino como un cristiano libre. La pobreza como la abundancia -esto último equivaldría a nuestra “suficiencia”- constituyen algo marginal en su vida. Resulta sorprendente tanto su desinterés por mejorar su situación económica, como la gratitud con aquellos que “compartieron su tribulación”, ayudándole económicamente. Dios se lo recompensará. Y termina la carta con una elocuente doxología. El pensamiento de la “riqueza en Cristo”, pone este pensamiento en los labios de Pablo como la verdadera alabanza.

 

Felipe F. Ramos

Lectoral