TIEMPO ORDINARIO, Domingo XXIX

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Is 45, 1. 4-6
2ª lectura: 1Ts 1,1-5b
3ª lectura: Mt 22,15-21

 

El texto del profeta Isaías es un prodigio de teología de la historia. Yahvé “unge” a un poderoso que debe actuar en su nombre, aunque no pertenece a su pueblo. El “ungido”, el mesías, se llama Ciro (a. 559-529), el fundador del imperio persa. El vocablo “mesías”  aparece  solamente en el AT aplicado a los reyes israelitas, como Saul en 1S 24,7 y al Mesías, en el Sal 2,2. Es la única vez que aparece en Isaías y nunca es aplicado a nadie que no pertenezca a la comunidad de la alianza. Es llamado así a alguien que actúa en nombre de Yahvé y ejerciendo su autoridad, se trate de un rey, sacerdote o profeta.

 

El lenguaje aplicado a Abrahán y a Israel le es atribuido a Ciro, destacando así la relación entre Dios y su agente ungido. La afirmación del monoteísmo estricto, subrayado con esta claridad en Isaías, ha sido presentado como el fundamento sólido para comprender los acontecimientos históricos formando parte del plan de Yahvé. Aquí lo nuevo se une con lo viejo. Ante Ciro se abren las puertas y barreras. Él encarna el triunfo de Yahvé.

 

Son mencionados tres motivos que justifican aparentemente el triunfo de Ciro:

a) Que ha conocido al Dios único. Es una atribución ficticia, porque él adoraba  a  Marduk  y  su actitud  liberal  con  Israel la hizo en nombre de Marduk,  -“aunque no me conocias-“;

b) Que es defensor de la causa de Yahvé. En el fondo se trata de destacar el monoteísmo estricto (Is 43; 25: “Soy yo, soy yo, quien por amor de mí borro  tus pecados, y no me acuerdo más de tus rebeldías”;

c) Que de Oriente a Occidente todo el mundo debe conocer al Dios único.

 

El evangelio de hoy subraya el poder terreno que debe estar subordinado al divino, como en el caso de Ciro (tercera lectura). Desenmascarar al adversario es sinónimo de azuzar a la bestia herida. Y, naturalmente, exponerse peligrosamente a sus zarpazos si ve la oportunidad de clavar sus garras sobre la presa apetecida. Dejando la metáfora y pasando a su significado la traducción sería la siguiente: En tres parábolas, prácticamente yuxtapuestas, Jesús ha puesto de manifiesto la hipocresía malévola y malignante de los dirigentes espirituales de su pueblo: al considerarlos como el hijo “bueno”, obsequioso y obediente a la voluntad de Dios, pero cuya sumisión se quedaban en bellas palabras, la obediencia desobediente, remata la lección parabólica diciéndoles: “Os aseguro que los publicanos y las meretrices os precederán en el reino de los cielos” (Mt 21,31). El silencio, particularmente elocuente en esta ocasión, domina todo el relato parabólico. Y es que esta clase de denuncias no admiten réplica posible. Esto ocurrió a propósito de los dos hijos desiguales (Mt 21,28-32).

 

Inmediatamente después el evangelista Mateo nos sitúa ante la parábola de los viñadores homicidas (Mt 21,33-46). Transcribimos al pie de la letra la valoración explícita y tan clara hecha por Jesús que sus adversarios reconocieron que los viñadores homicidas eran ellos mismos: “Cuando venga el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos colonos?. Le respondieron: “Hará perecer de mala manera a aquellos malvados y arrendará su viña a otros colonos, que le darán los frutos a su debido tiempo” (v.40-41). “Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus  parábolas,  comprendieron  que hablaba  de  ellos, y querían detenerlo” (v.45-46).

 

Otra flor de no menor fragancia les había dedicado en la parábola del banquete mesiánico (Mt 22,1-14). Las referencias que nos interesa acentuar son las siguientes: “Después dijo a sus siervos: “El banquete de boda está preparado, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a las encrucijadas de los caminos e invitad a la boda a cuantos encontréis” (v.8). “Y le preguntó: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda...?” (v.12).

 

El texto evangélico que hoy nos ofrece la liturgia, comienza con la frase acostumbrada de “En aquel tiempo”. En realidad el comienzo debería establecer una conexión con lo anteriormente narrado y comenzar así: “Entonces (a raíz y como consecuencia de las parábolas anteriores) los fariseos se retiraron para deliberar sobre el modo de sorprenderlo en alguna palabra. Le mandaron a sus discípulos junto con algunos herodianos, para que le propusieran esta cuestión...” (v.15-16a).

 

La catadura moral de los adversarios de Jesús raras veces se decidía a atacar de frente. Preferían el rodeo, el intento solapado, los intermediarios revestidos de ingenuidad; de este modo si el contraataque planeado no salía bien ellos podían dar la impresión de estar al margen e intentaban sujetarse más fuertemente la máscara; naturalmente que este método no siempre fue posible. En el caso presente lo intentaron y pretendieron convertirse en observadores neutrales. No obstante, como su verdad era mentira, bastaron pocas palabras para descubrir la trampa tendida al Maestro. Naturalmente que ellos estaban convencidos de haber llevado a Jesús a un callejón sin salida.

 

Le introducen, en primer lugar, en el terreno de la política. Buen campo para que Jesús resbalase y pudiese ser atacado y acusado ante las autoridades. Esta unidad literaria, que podemos definir como revancha, intenta desprestigiar a Aquel que había tenido la osadía de desprestigiarlos. Los diletantes de turno no son los doctores de la Ley ni las autoridades supremas. En lugar de la trilogía clásica: “los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas”: le envían unos de menor peso y menos relevantes: “Entonces los fariseos se retiraron...” -por razón de su mayor compromiso son los primeros en hacerlo- y le mandaron a sus discípulos junto con algunos herodianos”.

 

Son llamados discípulos aquellos a los que les faltaba mucho camino por recorrer para llegar al dominio de la Ley; estudiantes despejados, pero sin el respaldo de la tesis doctoral ya defendida. Si no salían bien parados del contraataque siempre quedaba el recurso a las argucias o especulaciones de Alguien con mayor ciencia y experiencia que ellos. ¡No habían sabido llevar la discusión! Si hubieran sido ellos, la cosa hubiese cambiado.

 

Pues la cosa no hubiese cambiado. Y aquellos que le habían metido entre las cuerdas lo sabían muy bien. Por otra parte, iban bien acompañados de gente competente en el terreno en el que iba a plantearse la discusión. Los herodianos eran una secta política, no religiosa; una facción claramente pro-romana, claros partidarios de la dinastía de Herodes el Grande; en esto no compartían  los sentimientos de los fariseos, que eran contrarios a Roma. No obstante, unos y otros habían aceptado la táctica política transitoria de sumisión a Roma.  No les quedaba otro remedio y se sentían obligados a hacer lo posible para que se mantuviese aquella situación política. Pensaban que intentar provocar el cambio les llevaría a una situación mucho peor. Así lo demostraría la historia posterior.

 

Esta comisión comienza por adular a Jesús, acentuando su gran libertad en la enseñanza y la independencia de su juicio, porque enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas (Mt 7,29), así como su abierta franqueza frente al poder constituido (Lc 23,1). La palabra “tributo” comprendía todos los impuestos que debían ser pagados al poder civil. Además del tema planteado a Jesús, la presencia de los herodianos pone claramente de manifiesto el matiz político de la cuestión que le había sido planteada. La respuesta de Jesús está entretejida de ironía y de poder de convicción. Por un lado pide a los “piadosos” algo que les repugnaba: mirar la efigie del emperador. Esta efigie se hallaba impresa en la moneda del tributo con la correspondiente inscripción. Conocemos la que llevaba la moneda del impuesto en tiempos de Tiberio: divus et pontifex maximus. Era insoportable para el judío piadoso ver la efigie coronada del emperador con la consiguiente inscripción que expresaba su naturaleza divina. Tenemos ya la ironía.

 

Pero la respuesta de Jesús tiene, además, el carácter de argumento irrefutable. Los fariseos, aunque estuviesen en total desacuerdo con los romanos, eran contrarios a todo movimiento de rebelión contra Roma. Esto iría en contra de la confianza en el poder de Yahvé para liberar a Israel. Las acusaciones que podían hacerse contra Jesús de ser rebelde contra el Imperio caían así por su base. Y precisamente eran testigos de ello los herodianos, partidarios decisivos del César.

 

Jesús habla con absoluta libertad. Como quien está por encima de esas cuestiones. Él es el verdadero rey de Israel, de todo hombre; el verdadero Mesías. Sabe muy bien, y lo afirma, que todo poder viene de Dios (Dn 2,21.37-38; Pr 8,15-16; Jn 19,11; Rm 13,1). No tiene el menor inconveniente en conceder a los señores terrenos lo que les pertenece. Pero, en esta cuestión, como en tantas otras, conviene que las cosas queden claras y en su sitio.

 

Con frecuencia se desplaza el verdadero centro de gravedad de los problemas. Como ocurrió en el caso presentado a Jesús. La verdadera cuestión es que los interlocutores de Jesús queríanescaparse de las exigencias de Dios, que Jesús les predicaba. Salir de ellas trasladando el problema al terreno político para acusar a Jesús de enemistad con el César fue calificado entonces de “hipocresía”. Lo fue entonces y lo es siempre. Jesús levanta la máscara y pone de manifiesto aquella hipocresía (v.18): presentan un problema bien distinto a aquel en el que están pensando. Pretenden buscar “el camino de Dios”. cuando, en realidad, rechazan el único camino de Dios: Cristo con su evangelio.

 

Jesús fue un hombre normal; alejado de todo tipo de mojigatería que se escandalizase de ver cosas prohibidas, como la efigie del emperador en la moneda del impuesto; opuesto a aquello que no procediese de sus convicciones fundamentales en la doble vertiente de la auténtica relación con Dios y el trato adecuado con los hombres. Además, a Jesús le gustaban las cosas claras; siempre que podía evitaba los rodeos; prefería la vía recta, el cara a cara. ¿Cuál era, en realidad, la cuestión que sus enemigos le habían planteado?. Lo que ellos pretendían era escapar de las exigencias de Dios, que Él planteaba y cuyo cumplimiento exigía. Su intención era eludir la llamada de Jesús a la penitencia. Pretendían que Jesús resbalase dejando entrever, al menos, sus pretensiones mesiánicas opuestas al régimen establecido. Entonces los romanos se lanzarían inmediatamente contra él. Sólo Mateo utiliza aquí la palabra adecuada “tributo”... Los adversarios preguntan una cosa y piensan en otra: “que enseñas el camino de Dios con sinceridad”. Hablan hipócritamente del camino de Dios cuando, en realidad, rechazan a Dios.

El primer escrito del NT (segunda lectura) se nos acerca con una magnífica introducción. La misión en Tesalónica fue llevada a cabo comunitariamente por tres misioneros. Fue un éxito y en esta lectura de hoy Pablo comienza agradeciendo el profundo enraizamiento que la fe cristiana adquirió en aquella comunidad.

 

Destaca las tres grandes características de la gracia cristiana: la actividad de vuestra fe, se refiere a la fe vivida en el quehacer de cada día; la eficacia de vuestro amor, en probable alusión a la actividad misionera, y  la constancia de vuestra esperanza, en la victoria de Cristo. El éxito de la actividad misionera en Tesalónica sólo puede explicarse por el impulso de Dios. Él eligió  a este pequeño grupo para ser un testimonio eficaz en aquella gran ciudad. El Espíritu estuvo allí presente con todo su poder vivificante.

 

Felipe F. Ramos

Lectoral