TIEMPO ORDINARIO, Domingo XXXI

Lecturas Bíblico-Litúrgicas:

1ª lectura: Ml 1,14b-2,2b. 8-10
2ª lectura: 1Ts 2,7b-9.13
3ª lectura: Mt 23, 1-12

 

Entre la bendición y la maldición existe un árbitro que se autopresenta como el Rey Soberano. Él ha enviado la maldición a las gentes. La maldición es la expresión más fuerte del juicio. En todo caso no es definitiva. Puede cambiarse en bendición, como lo afirma el profeta Jeremías (cap. 18) siempre que el pueblo se convierta. (primera lectura). Tal vez por eso de que “con la Iglesia hemos topado”, Malaquías considera que la tribu de Leví, los sacerdotes, merecen especial consideración. Pero el profeta se dirige también a ellos en tono conminatorio: ¡Ahora os toca a vosotros!,  aunque sobre ellos  exista   una bendición especial (Dt 33,11): “Bendice, ¡oh Yahvé!, sus bienes. Y acepta las obras de sus manos. Hiere el dorso de los que contra él (Se refiere a la bendición dirigida a Leví), y los que le odien que no se levanten”. “Moisés les dijo: “Hoy os habéis consagrado a Yahvé, haciéndole cada uno oblación del hijo y del hermano; por ello recibiréis hoy bendición” (Ex 32,29)

 

Su conducta ha degenerado en una vida y en una enseñanza contrarias a la Ley. Su ejemplo pernicioso se tradujo en el desconocimiento y desprecio de la ley  divina. Se había hecho realidad el adagio latino: corruptio optimi pessima.”Lo que debió ser ejemplo se convirtió en escándalo”. La desconsideración frente a Dios se tradujo en el pueblo, en una especie de “jus talionis” (1,7.12), en la desconsideración y desprecio de los sacerdotes ante el pueblo. La acepción de personas es sinónima de la idolatría de las mismas; algo radicalmente opuesto a Dios. Así es como termina la primera lectura. Dios es Padre de todos y su creador. Esto lleva en su misma entraña la consideración del pueblo como una comunidad religiosa y moral cuyos miembros están obligados a vivir como hermanos, con una fidelidad inquebrantable frente a Dios y ante la alianza que ha pactado con el hombre.

 

El evangelio de hoy (tercera lectura) es una ampliación de lo anunciado por el profeta Malaquías. Lo primero y más significativo que hay que decir de este cap. 23 de Mateo es que si no figurase en su evangelio habría que inventarlo. En él se abre una sección  en la que comienza un ataque durísimo a los escribas y fariseos, que se prolonga a lo largo de todo el capítulo. Mateo ha sistematizado y coleccionado aquí todas las recriminaciones que Jesús dirigió a los dirigentes espirituales de su pueblo.

 

En él se sintetizan las discusiones más virulentas entre Jesús y los dirigentes espirituales de su pueblo. Las invectivas puestas en labios de Jesús le presentan como el auténtico enviado de Dios. Él es, simultáneamente, el revelador del Padre y su revelación. Los adversarios que tiene delante, en lugar de esforzarse por lograr un mejor conocimiento de Dios, lo habían tergiversado; lo habían domesticado trayéndolo a su propio camino y poniéndolo a su servicio; habían promocionado al Dios “financiero” que se veía obligado a pagar las facturas que sus “buenas” obras reclamaban; el Dios de la gracia no les interesaba.

 

En la estructura dada al evangelio, Mateo ha construido en este capítulo un puente, en cuya entrada se adivina la conclusión de las discusiones y las parábolas condenatorias de los dirigentes judíos, que comienzan en 21,23, y en cuya salida se nos da el paso al gran discurso escatológico o a la presentación de la parusía, cap. 24-25. El capítulo en cuestión nos ayuda a descubrir lainfraestructura de la crucifixión y las circunstancias histórico-sociológicas en las que vive la comunidad cristiana reflejada en el evangelio de Mateo, vigilada y excomulgada por la Sinagoga en el concilio de Jamnia o Jabne. Nos interesa un informe elemental de los escribas y fariseos a los que Jesús tiene delante en sus terribles invectivas.

 

Los escribas (según las antiguas versiones) o “letrados” (según las nuevas) eran doctores de la Ley, profesionales de la Ley de Moisés con reconocimiento oficial. Hombres de gran influencia en la sociedad por su tarea específica de formar a los demás, dictar sentencia en los tribunales y determinar  el sentido de las Ley y las normas de conducta. Una clase que estaba desplazando a la antigua aristocracia judía. Normalmente el estudio de la Ley lo hacían compatible con otra profesión que les daba para vivir.

 

Los fariseos no constituían una clase especial. Aunque su origen es oscuro, debe remontarse al tiempo de los Macabeos (siglo segundo antes de Cristo). Sus antecesores fueron los Hasideos, defensores más entusiastas e intransigentes de la Ley, cuando tuvo lugar la helenización de Palestina (1M 2,42). Los fariseos del tiempo de Jesús vivían la misma trayectoria. La Ley era absolutamente válida e intangible para ellos. Vivían bajo la convicción de tener en ella todas las normas reguladoras del orden religioso y civil, tanto a nivel de sociedad como de individuo.

 

Se consideraban a sí mismos como los “puros”, separados de los demás, y constituían un grupo integrado, en general, por laicos piadosos, algunos de los cuales adquirían  una verdadera especialización en la Ley, que interpretaban literalmente, y consideraban válida hasta en sus más mínimos y nimios detalles. Constituían un elemento muy importante en la sociedad judía con gran influencia sobre ella, sobre todo por la administración de la justicia y la formación de los demás. Aquí había un punto de contacto con los escribas. Tanto es así que algunos doctores de la Ley pertenecían a la secta de los escribas.

 

Nosotros hemos unido estas dos sectas “escribas y fariseos” como si se tratase del mismo grupo. Pero, originariamente, eran bien distintos. Nuestra unión obedece a que, frecuentemente, también aparecen unidos en el evangelio. Pero la razón de esta unión en el evangelio es la crítica dura que Jesús hizo de los dos grupos, aunque fuese por razones distintas; ambos eran opresores del pueblo: los escribas aplicando el peso de la Ley a los demás, aunque ellos eran poco escrupulosos y la verdad es que no presumían de ser santos; los fariseos, por su puritanismo exclusivista, que había despojado a la Ley de todo su humanitarismo y prescindía olímpicamente de las necesidades del prójimo. Por eso Jesús les llama “hipócritas”.

 

Al estilo de Moisés, los escribas y fariseos interpretaban la Ley y juzgaban a los transgresores. Eran, en este sentido, continuadores de Moisés (por eso se dice que se sentaban en la cátedra de Moisés; ¿había también una cátedra en los lugares de reunión desde la que impartían su enseñanza? Probablemente sí). En cualquier caso la cátedra de Moisés es una metáfora indicadora de su autoridad. La autoridad de los escribas había caducado; estaba tan pasada como la figura de Moisés; al decir esto no estamos juzgando a la persona del fundador del antiguo pueblo de Dios ni su conducta personal; eran continuadores “momificados” de Moisés y se sentaban en su cátedra en Jamnia.

 

Estos jueces oficiales no eran precisamente modelos de conducta a seguir. Se les echa en cara lo siguiente:

 

a) Habían   hecho   de  la Ley  un  yugo  “insoportable”   para  los  demás (Hch 15,10); pero los escribas, especialistas en ella, siempre encontraban alguna excusa para no cumplirla; algo así como nuestros “moralistas”. Su doctrina era como “bronce que suena o címbalo que retiñe” (1Co 13,1), aunque, al tocarlo, lo presentaban como manifestación del celo debido a Dios y como cumplimiento del AT. Estos aspectos aparentes, en lugar de estar respaldados por el cumplimiento de la voluntad de Dios, se veían desautorizados por una conducta que desdecía lo que afirmaban sus palabras.

b) Actuaban siempre de cara a la galería, para ser vistos y alabados, sin un principio interior verdaderamente determinante de la conducta humana y que sitúa al hombre frente a Dios y el prójimo en auténtica profundidad.

 

c) Las filacterias eran cajitas en las que llevaban escritos pasajes cortos de la Ley (Dt 6,11; Ex 13). Estaba mandado en la Ley hacerlo así para inculcar la obediencia de la misma y para que no se olvidasen sus preceptos. La misma finalidad tenían  los flecos del manto (Nm 15, 38ss; y sabemos que Jesús mismo se adaptó a esta costumbre de su época (Mt 9,20).

 

d) Tenían una ambición desmedida de figurar y ser respetados. Soberbia y vanagloria por razón de su influencia y prestigio social.

 

e) Les gustaba que les llamasen Rabbi. Como título oficial de doctor no aparece hasta después del 70. En tiempos de Cristo era un título honorífico dado espontáneamente a maestros cualificados. Si Jesús prohibe esto a sus discípulos, la prohibición debe entenderse desde el texto de  Jeremías (31,34): cuando llegue la plenitud de los tiempos, todos serán enseñados por Dios. De ahí que el único maestro sea Dios. Porque todos vosotros sois hermanos. Por la ley del paralelismo, lo lógico sería esperar: todos vosotros sois discípulos. Los discípulos de Jesús son hermanos, porque son hijos del Padre celestial.

 

f) ¿A quién llamaban “padre”?. Aquí se ataca el privilegio del que tanto se gloriaban los judíos: llamaban “padres” a los patriarcas, especialmente a Abrahán (Mt 3,9; Jn 8,33)  Desde la aparición de Jesús vivimos un nuevo orden de cosas, con la revelación de la paternidad de Dios y de nuestra filiación. El primer sabio judío al que fue aplicado el título de Abba fue Saúl ben Batnitn (entre el 80 y el 120). La prohibición no se refiere en absoluto a los padres terrenos, sino a los que hoy llamaríamos “padres conciliares”, que, después del concilio de Jamnia (cerca de la actual Tell Aviv) en torno al año 70 se constituyeron en asamblea y comisión permanente que manipulaba la Ley y las conciencias a su antojo. Entre otros principios, para la restauración del judaísmo deshecho a partir de la guerra con Roma, no permitían que nadie se independizase de los principios establecidos en Jamnia. Evidentemente que los más perjudicados por este principio eran los cristianos. Este fue el principio de la prohibición. A pesar de ella se enraizó en el cristianismo monástico para designar al ”director espiritual”.

 

g) ¿A qué se refiere el otro título de “maestro-preceptor”, prohibido también a los discípulos de Jesús?. Alguna diferencia tiene que haber con el título de “Rabbi” ya mencionado. Probablemente el título al que nos estamos refiriendo aluda más que a la categoría de “maestro” a la de dirigente. Aquí, el único dirigente es Cristo. Nótese que no es mencionado Dios en el contrapunto sino Cristo. Y ello para destacar que el único camino hacia Dios es Cristo. El único maestro-preceptor y dirigente es Cristo. Su discipulado  es permanente. Nadie debe hacerse discípulo de Jesús para dejar de serlo y constituirse en maestro-preceptor-jefe.

 

Entre los discípulos de Jesús (así termina nuestra unidad literaria) la máxima dignidad es el servicio: a mayor servicio prestado mayor dignidad y a mayor dignidad  mayor  debe ser el servicio que debe ser prestado. El que se ensalza  o enorgullece será humillado por Dios y el que se humilla ante él será por él exaltado.

 

El pequeño grupo que evangelizó Tesalónica (segunda lectura) no fue egoísta ni presuntuoso; no presumía de su dignidad; fueron amigables con ellos. Como una madre que acaricia a sus hijos en su seno así había sido  su amor por ellos. Y como “obras sin amores...” les recuerda los trabajos constantes que él y su pequeño grupo realizaron para no serles gravosos.

 

Pablo se cree obligado a mencionar no sólo los trabajos de los misioneros sino también la acogida generosa de la Palabra de Dios que había sido recibida por los destinatarios de la misma. No la recibieron como palabra humana, sino, como lo que es, como palabra de Dios que permanece en ellos como creyentes.

 

 

Felipe F. Ramos

Lectoral