CUARESMA, DOMINGO I

Evangelio: Mc 1,12-15.

En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el evangelio de Dios; decía: Se ha cumplido el tiempo, está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Nueva.

Comentario: Marcos prescinde de las tres tentaciones clásicas que nos cuentan Mateo y Lucas. El enuncia simplemente el hecho de las mismas y ofrece el esquema fundamental que seguirán los otros Sinópticos: Jesús es conducido por el Espíritu, el desierto, los cuarenta días, tentado por Satanás, las fieras entre las que vivía y los ángeles que le servían. En este esquema se hallan subyacentes diversos significados. Deben buscarse siguiendo los puntos siguientes:

1º) Las tentaciones de Jesús reviven las de Israel en el desierto: “Dios condujo a Israel al desierto”. “El Espíritu condujo a Jesús al desierto”. La respuesta de Jesús a las tres tentaciones que, como hemos dicho, son omitidas por Marcos, están tomadas del libro del Deuteronomio (8,3; 6,16; 6,13). Es una prueba bien elocuente de que la presencia de Cristo en el desierto pretende revivir y reproducir la de Israel. Cristo, el nuevo Israel, sale vencedor allí donde el antiguo Israel había sido vencido. A los textos apuntados hay que añadir el Sal 91 que, para acentuar la protección de Dios sobre el justo, añade lo relativo a la especial protección de la providencia de Dios ante el peligro de las fieras y  el servicio de los ángeles (Sal 91,11-13).

2º) Existe una analogía evidente entre los cuarenta días de las tentaciones de Jesús y los cuarenta años que Israel vivió en el desierto. Analogía que se concreta más todavía con la alusión a Moisés que se halla implícita en el texto. Que Jesús había sido el nuevo Moisés es un pensamiento familiar a los primeros cristianos. También Moisés había ayunado durante cuarenta días y cuarenta noches (Ex 34,28; Dt 9,9.18). En el pensamiento del evangelista es evidente que Jesús es el nuevo Moisés. Un indicio más de su dignidad mesiánica.

3º) El desierto significa fundamentalmente dos cosas: Es lugar del encuentro del hombre con Dios y al mismo tiempo lugar de prueba y de infidelidad para Israel. El tiempo del primer amor más apasionado y de las traiciones e infidelidades más decepcionantes al mismo (Os 1-3).

4º) La mención de las bestias entre las que moraba Jesús no se explica porque por la zona merodeasen animales salvajes. Se trata de una clara referencia al libro del Deuteronomio: “Y te ha conducido a través de un vasto y terrible desierto de serpientes venenosas y escorpiones” (8,15). “Caminarás entre el aspid y el basilisco y pisotearás al león y al dragón” (Sal 91,13). La mención de las bestias no es, por tanto, un dato pintoresco, sino un detalle importantísimo para acentuar la dimensión mesiánica de toda la escena y el carácter mesiánico del Protagonista. Las bestias o las fieras pueden ser reales o ficticias, pero, en todo caso, su significado trasciende el hecho en sí mismo.

5º) Igualmente importante es la presencia de los ángeles que le servían. No se trata de un delicado servicio excepcional en bandeja de plata. Se trata de un servicio más importante que el pintado por los artistas, porque los ángeles simbolizan la especialísima protección de Dios. (Sal 91,11-12). Al mencionar a los ángeles aparece de nuevo la intención mesiánica.

La intención de Marcos, y de los otros dos Sinópticos, es la siguiente: ofrecernos un fragmento esencialmente mesiánico, al que hay que buscar su unión con una catequesis que pretendía definir el carácter mesiánico de Jesús oponiéndolo al mesianismo terreno y político corriente entre los judíos. Se trata, por tanto, de un hecho histórico o historificado que ha sido elegido y elaborado desde un punto de vista esencialmente teológico. En este sentido es preciso conceder una gran libertad al narrador o narradores en cuanto a la forma elegida para su relato.

Afianzado en su conciencia mesiánica Jesús se dirige a Galilea, que es el lugar central de la revelación según el evangelista Marcos: allí comenzó su misión de predicador itinerante, eligió sus discípulos, anuncia la pasión, manda a sus discípulos que se reúnan allí después de la resurrección; es el punto de partida para iniciar la evangelización a los paganos... Lo que hoy nos refiere nuestro texto evangélico sobre las declaraciones de Jesús en Galilea no le hubiesen ocupado más de medio minuto. Esto significa que estamos ante un resumen o síntesis, los llamados sumarios, que declaran no lo que Jesús dijo o hizo en un momento determinado; ponen de relieve, más bien, los centros de interés de su actividad. Y éstos se centran en los puntos siguientes:

1º) Ha llegado el tiempo. Es un pensamiento común en la naciente Iglesia. Lo encontramos a lo largo y a lo ancho de todo el NT.  En Jesús se han cumplido las profecías antiguas. Las viejas promesas se han convertido, en Jesús, en una realidad consoladora. No hay que esperar a otro. Ha llegado el tiempo establecido en los planes de Dios para su última intervención en la historia. Esta realidad se llama “evangelio”, que es el mensaje de Dios para los hombres. Con Jesús, con su misma persona y sus palabras llega a nosotros la palabra de Dios, la última y definitiva. En realidad Dios no tiene más que una palabra: su Hijo. Todas las palabras anteriores fueron únicamente preparación de esta suprema Palabra. Las posteriores, a partir de él, serán simplemente esclarecimiento y profundización de la misma Palabra.

El mensaje de Dios sigue siendo evangelio para los primeros cristianos (1Tes 2,1ss; 1Pe 1,23ss). Y conscientes de la realidad de este mensaje último y definitivo, sabedores de la presencia operante de Cristo resucitado en su evangelio, la expresión “evangelio de Dios” -característica sobre todo del epistolario paulino- fue sustituida por otra que ganaría más terreno cada vez, “evangelio de Cristo”. Siguió siendo “evangelio” y sigue siéndolo para nosotros, sobre todo después que Pablo lo definió como “el poder de Dios para la salvación del hombre” (Rom 1,16). El Apóstol es lo que predica y lo que recuerda constantemente a sus cristianos, el “evangelio” (1Cor 15,1ss).

2º) Otro tema de la predicación habitual de Jesús fue el reino de Dios. El no anuncia una realidad nueva intramundana que resolviese los problemas que tenían agobiados a sus contemporáneos. El Reino o el reino de Dios significa, más bien, un estado, una nueva relación entre el hombre y Dios. El reino de Dios es, fundamentalmente, su soberanía, su ley clavada en el corazón del hombre. El reino de Dios se establece en la medida de la aceptación de la oferta de Dios y en la medida en que el hombre orienta su existencia siguiendo el camino abierto por Dios en Cristo para la salvación del hombre. El evangelio es la justicia de Dios, que equivale, en el lenguaje bíblico, a su actividad salvífica o salvadora del hombre.

3º) La presencia inminente del reino de Dios da a su mensaje un carácter de urgencia inaplazable: Arrepentíos y creed en el evangelio. Si recorremos los discursos del libro de los Hechos de los Apóstoles caeremos en la cuenta de que esta exigencia suena allí casi a modo de estribillo. Y es que no hay otra respuesta. La presencia del Reino habla con evidencia de la dimensión existencial del mismo.

Dimensión existencial. Algo que afecta a la propia existencia. Algo que me coloca ante la decisión ineludible. Necesaria relación entre el anuncio del Reino y la reacción “penitencial” del hombre. La penitencia que, en este pasaje, no significa sólo ni primariamente ruptura con un pasado irregular, arrepentimiento de lo ocurrido, sino vuelta a Dios. Vuelta del hombre a Dios, porque primero Dios se ha dirigido al hombre. ¡Conversión!. De ella había hablado también el Bautista, siguiendo la línea de la predicación profética. La novedad aportada por Jesús es que, al grito sobre la necesidad de la conversión, se añade la presencia del Evangelio. La conversión estimulada, exigida y hasta alegrada por la buena nueva, por el Evangelio.

Felipe F. Ramos

Lectoral