TRIDUO PASCUAL, Sábado Santo

Diversión macabra: Mc 15,16-26). “Como una piltrafa humana”.

La flagelación. Pilato cedió fácilmente a las pretensiones judías. Y de la sentencia se pasa a la ejecución, que tuvo lugar a la usanza romana (Mc 15,15-20). La flagelación romana era un tormento bárbaro. El delincuente era desnudado, atado a un poste o a una columna y así era azotado por varios esbirros hasta que se cansaban. En las provincias romanas realizaban este castigo los soldados. Se servían para ello de tres instrumentos de castigo: con los hombres libres empleaban las varas; con los militares, los bastones y con los esclavos, látigos o fustas, cuyas correas estaban provistas a menudo de pedazos de hueso o de plomo, entreverados a todo lo largo. En contraposición al derecho judío, en el derecho romano no se habla de que hubiese un número limitado de golpes. No es de extrañar que, a veces, los delincuentes se desplomasen muertos durante la flagelación.

La flagelación de Jesús no debe considerarse como un recurso último al que acudió Pilato para liberar a Jesús, puesto que la flagelación era una parte esencial e inseparable de la sentencia de crucifixión, según expertos judíos en el tema.

La amnistía. El recurso a la amnistía, protagonizado por Barrabás, está también en función de la teología, en la línea del pensamiento vicario o representativo: dejan libre al asesino y carga con las culpas el Hijo de Dios. La escena, sin embargo, no es pura invención. Muy probablemente había tenido lugar un pequeño levantamiento contra Roma al frente del cual, o como uno de sus dirigente había estado Barrabás. Su caso se hizo famoso y el pueblo lo apoyaba considerándolo como un héroe nacional. De hecho Marcos (15,7) no lo llama asesino. Casos similares no sólo son posibles, sino hasta frecuentes. Pero el derecho de la amnistía, tal como nosotros lo entendemos, no era contemplado en la legislación romana.

La púrpura y el cetro. La “diversión” de los soldados romanos a costa de Jesús, ya condenado a muerte, era una costumbre admitida. La escena debe catalogarse como mimus, que nuestros diccionarios traducen  por “mimo”. Entre los griegos y romanos significaba una farsa teatral. En representaciones teatrales eran ridiculizadas las pretensiones desmesuradas de aquellas personas sin fundamento alguno para conseguir aquello a lo que aspiraban. Cuando el rey judío Agripa visitó Egipto fue ridiculizado y mofado por la desmesura de su aparente dignidad y de su ridícula arrogancia. Los judíos tuvieron frecuentemente la experiencia dolorosa del ridículo y de la mofa a la que eran sometidos por parte de Roma.

La mofa protagonizada por nuestro rey lleva implícita una contraposición entre el Rey de reyes y el César.  En el nivel y ámbito humanos lleva siempre las de perder el Rey de reyes. Gana siempre el César. EL Rey de reyes es  ridiculizado y mofado. El César será respetado y sublimado. La Iglesia no tiene nada que esperar del Imperio. Los romanos son enemigos del cristianismo, lo mismo que lo fueron los judíos. Junto a estos pensamientos esenciales no debe descartarse, en las mofas de los soldados, la descripción que nos ofrece la Escritura sobre el siervo de Yahvé: “El Señor, Yahvé, me ha socorrido, y por eso no cedí ante la ignominia e hice mi rostro como de pedernal, sabiendo que no sería confundido... No temas las afrentas de los hombres, no te asusten los ultrajes...” (Is 50, 7; 51,7).

Camino del Calvario. Después de la “diversión”, el condenado era conducido al lugar de la crucifixión llevando sobre sus hombros el palo transversal de la cruz, cuyo palo vertical estaba previamente fijado en el lugar de la crucifixión. El reparto de los vestidos del ajusticiado, que era sin duda uno de los derechos de los que ejecutaban la sentencia, no es contado por sí mismo, sino porque también este detalle cumple la Escritura (Sal 22,19). La sencillez del relato es impresionante. Los hechos ocurridos son contados con una naturalidad escalofriante. Como si el narrador estuviese preocupado sólo por referirlos uno tras otro con el único esfuerzo literario de yuxtaponerlos mediante la partida copulativa.

La reticencia sobre Simón de Cirene (localidad al norte de Africa) fue recogida por el evangelista porque eran conocidos dos de sus hijos en la comunidad para la que escribe; muy probablemente eran miembros destacados de ella (Rom 16,13,menciona a Rufo). Las palabras de la narración han sido elegidas muy intencionadamente. Según Marcos, Simón debió “llevar” la cruz, y da al verbo utilizado no sólo el sentido de transportar un objeto, sino el de aceptar la conducta que deben observar los discípulos de Jesús (Mc 8,31). Este gesto fue interpretado por la comunidad y por el evangelista Marcos como una parábola en acción: define al discipulado cristiano como un “llevar la cruz” en el seguimiento de Jesús.

Para la ejecución Jesús fue sacado al lugar llamado Gólgota, hoy dentro de la ciudad de Jerusalén, pero entonces fuera de sus muros. La leyenda posterior afirma que allí estaba el cráneo de Adán. Una leyenda que surgió para acentuar el paralelismo Adán-Cristo o primer y segundo Adán (Rom 5,12ss; 1Cor 15, 21-22.45ss). No debe descartarse la intención de presentar al Responsable de los delitos ajenos padeciendo, al estilo del macho cabrío antiguo (Lev 16,20ss), padeciendo fuera de la puerta, alejando lo más posible el peso del pecado que abrumaba al pueblo de la ciudad santa: “Los cuerpos de aquellos animales cuya sangre, ofrecida por los pecados, es introducido en el santuario por el pontífice, son quemados fuera del campamento. Por lo cual también Jesús, a fin de santificar con su propia sangre al pueblo, “padeció fuera de la puerta” (Hebr 13,11-12).

La bebida inebriante dada a Jesús, según la costumbre judía, ha sido contemplada desde la óptica del cumplimiento de la Escritura en todos sus detalles (Prov 31,6; Sal 69,22). No olvidemos que la primitiva comunidad cristiana leía y meditaba la pasión del Señor desde la clave del AT.  Jesús rechazó dicha bebida porque quería ser plenamente consciente de lo que estaba sucediendo.

El colgado en la cruz, bien fuese atado o clavado en ella, como hacen suponer nuestros textos (Lc 24,39; Jn 25,25), moría desangrado, por agotamiento, paro cardíaco... Notemos, una vez más, la impresionante sobriedad de nuestro relato, que no ha hecho concesión alguna al sentimentalismo, ni suscitando la compasión por el crucificado ni el odio por sus enemigos. Intencionadamente  ha reservado toda la elocuencia para los textos mismos. El sufrimiento más doloroso fue, sin duda, el rechazo de Jesús que, iniciado en Nazaret (Mc 3,6) alcanza su punto culminante en la negación de Pedro (Mc 14,72). A partir de este momento ni un solo discípulo se deja ver en torno a Jesús.

Los compañeros de suplicio. La ejecución, simultáneamente con Jesús, de dos bandidos, es un dato histórico absolutamente fiable. Se nos cuenta así porque así ocurrió. Se trataba de dos agitadores, sicarios o zelotas, hombres de la espada, verdaderos guerrilleros (Mc 15,7). Puesto que sobre ellos había caido la pena de muerte fueron ejecutados con Jesús, sencillamente para ahorrar tiempo. Hay una segunda razón, de tipo bíblico-teológico: Jesús muere como un malhechor y entre los malhechores (Is 53,12).

Burlas sobre la salvación. ¿Una salvación ultramundana? Este sería el interrogante del hombre moderno ante el mensaje cristiano. Es el mismo que nos ofrece nuestro texto: sálvate, bajando de la cruz; a otros salvó, pero no pudo salvarse a sí mismo. Jesús es descalificado en su misión salvadora, porque no ha sido capaz de salvarse a sí mismo. Este es el juicio ofrecido por el baremo humano. El utilizado por Jesús sólo se entiende desde un nivel superior: La autoafirmación humana que excluye a Dios, lleva a la perdición; por el contrario, la renuncia a la vida -en sus apetencias inmediatas- lleva a la verdadera vida. Según el plan de Dios creador, la vida verdadera comienza en la entrega de la vida, en la salida de uno mismo iniciando un éxodo permanente que posibilita el encuentro con Dios, con el prójimo y el encuentro verdadero del hombre consigo mismo. En su inserción definitiva en la Vida, que se vive en la Casa del Padre.

Felipe F. Ramos

Lectoral