Tiempo ORDINARIO, DOMINGO II

Evangelio: Jn 1,35-42.

En aquel tiempo estaba Juan con dos de sus discípulos y fijándose en Jesús, que pasaba, dijo: Este es el cordero de Dios. Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y al ver que lo seguían, les preguntó: ¿Qué buscáis? Ellos le contestaron: Rabí (que significa maestro): ¿dónde vives?  El les dijo: Venid y lo veréis. Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.

Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: Tú eres Simón el hijo de Juan, tú te llamarás Cefas (que significa Pedro).

Comentario: Esta pequeña unidad literaria se abre con la repetición del testimonio dado por el Bautista a favor de Jesús, a quien presenta como el cordero de Dios. Repetición con una variante. En su testimonio anterior (Jn 1,29-34) el Bautista prescindió de todos los “condicionamientos” de las personas que le rodeaban. En esta ocasión hay testigos: dos de los discípulos de Juan. ¿Qué aspecto o significado de Jesús pretende acentuar el evangelista al repetir la presentación de Jesús como el cordero de Dios? Enumeramos a continuación las diversas posibilidades que el título tiene:

> Referencia al cordero pascual (Ex 12), sacrificado con motivo de la fiesta judía de la pascua y que tenía aspecto o carácter expiatorio. Evocaba la gran liberación que Yahvé había llevado a cabo sacando a su pueblo de la esclavitud. Designaría, por tanto, a Jesús como el gran Liberador de todas las esclavitudes humanas.

> Alusión a los corderos que diariamente eran sacrificados en el templo de Jerusalén (Ex 29,38-46). Jesús como único culto agradable a Dios.

> Indicación del macho cabrío sobre el que, mediante la imposición de las manos, se descargaban los pecados del pueblo para ser llevado al desierto y ser allí despeñado (Lev 16,21-22).

> Mención del siervo de Yahvé sobre el que había sido previsto que recaerían las características del máximo servicio humilde y silencioso.

> Recuerdo del Cordero, que juega un papel importante en la imaginería del Apocalipsis (por ejemplo en 14,1) y que designaría al Mesías, que purifica a su pueblo.

Ante esta gama de posibilidades, ¿por cuál decidirse? Resulta difícil la elección. Desde el contexto general del cuarto evangelio -que se interesa particularmente por la fiesta de la pascua y por presentar a Jesús como el verdadero cordero pascual- la primera de las posibilidades apuntadas sería la que más probabilidad tendría.. Pero sin excluir las otras, particularmente la del  cordero mencionado en la descripción del Siervo de Yahvé.

En todo caso, descubrir la procedencia de la imagen no tiene tanta importancia como para condicionar el significado de la misma. Porque se trata del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El título implica el significado escatológico decisivo de quien lo lleva y a quien presenta como portador de la salud-salvación. Jesús es el portador de la salud porque quita el pecado del mundo. Con ello se piensa en el poder expiatorio -eliminador del pecado o de la enemistad frente a Dios- de la entrega de la vida de Jesús hasta su muerte. Un cordero que es cordero sacrificial. Estamos ante un título “existencial”: dice y ofrece al hombre algo que éste necesita. Presenta a Jesús respondiendo a una profunda necesidad humana.

La variante a la que aludimos más arriba consiste en que el título dado a Jesús desciende al terreno de lo concreto. La acentuación del evangelista en esta ocasión se centra preferentemente en la eficacia del testimonio y las consecuencias del mismo. Aquellos dos discípulos de Juan personifican esta eficacia y las consecuencias del testimonio dado por su maestro. Ellos entienden que deben abandonar al que, hasta entonces, había sido su maestro para seguir a Jesús. ¿Qué les decidió a ello? Aquí parecen faltar los presupuestos sicológicos a los que hoy damos tanta importancia. Estamos sencillamente ante la convicción profunda de la fe. Ellos han captado todo el significado que en el título “cordero de Dios” va implicado.

El testimonio del Bautista alcanza así su punto culminante; nos orienta hacia la creación del discipulado de Jesús. La mención de los dos discípulos anónimos que siguieron a Jesús como consecuencia de la presentación que había hecho de él Juan, se clarifica con  la identificación de los mismos, Andrés y Simón. El primero comunica al segundo que han encontrado al Mesías. En esta comunicación se halla implícito el pensamiento de la conversión. Andrés utiliza el plural: “hemos encontrado...” Literariamente puede referirse al “otro” discípulo que acompañó a Andrés como consecuencia del testimonio del Bautista, y cuyo nombre es silenciado. Teológicamente expresa el testimonio de la comunidad cristiana original. ¿No es sorprendente que sean únicamente Mateo (16,16-18) y Juan, en esta ocasión, los únicos que aplican a Simón el sobrenombre de Pedro que le ha impuesto Jesús? El nuevo nombre “Pedro”, ·Kephas”, “Roca”, expresa con absoluta claridad el quehacer específico de Simón en la comunidad futura. El evangelio de Juan designa la misma realidad mediante el oficio de “Pastor”, que le es asignado (Jn 21,15-17).

Por primera vez oímos hablar a Jesús en el evangelio de Juan. Una voz que es interrogante para el hombre: ¿qué buscáis? ¿Simbolizan estos dos discípulos la búsqueda incesante que constituye el vivir de cada hombre? De hecho, la escena parece carecer de sentido interpretándola, sin más, como suena. ¿Para qué querían saber aquellos hombres dónde vivía Jesús?. En todo caso siguieron la invitación-mandato de Jesús y permanecieron con él aquel día. Se da por supuesto que comprobaron o, al menos, se convencieron de que la presentación de Jesús, que les había hecho su maestro anterior, respondía a la realidad de lo que era Jesús. Lo reconocieron como el Mesías.

La narración del evangelista puede ser un velo tras el cual se esconde su intención más profunda. ¿Cuál podría ser esta intención? Porque quedarse en el “exterior” de la narración podría empobrecerla radicalmente. Son las primeras palabras pronunciadas por Jesús: ¿qué buscáis? Es el primer interrogante de todo aquel que quiere conocer y seguir a Jesús. De ahí la pregunta de aquellos dos discípulos: ¿dónde vives?. Porque donde vive Jesús, deben vivir sus discípulos (ver Jn 14,2: en la casa de mi Padre hay lugar para todos). Los verbos “vivir, quedarse, permanecer” expresan en el evangelio de Juan la esencia más pura del discipulado cristiano (15,4-7). Se quedaron con él aquel día, es decir, comenzaron a disfrutar del día de Dios, de su presencia.

En esta misma dirección debe descubrirse la intención del evangelista al decir que “era la hora décima” (que nosotros, por equivalencia dinámica, traducimos “eran como las cuatro de la tarde”). La mención del momento cronológico del encuentro no se justificaría, como se ha dicho tantas veces, recurriendo a la fuerte impresión que les causó su encuentro con Jesús. La clave en la que escribe el cuarto evangelio nos obliga a buscar algo más profundo. La hora décima es la hora de la plenitud, del cumplimiento. Es el número diez, que tanta importancia tiene en el AT, en el judaísmo, entre los pitagóricos y en la gnosis. Número perfecto, según Filón de Alejandría. Jesús es la plenitud. Quien busca, encontrará en él la respuesta plena a su búsqueda. Jesús es la plenitud de la revelación. El único Revelador.

También resulta sorprendente que los dos desconocidos, al dirigirse a Jesús por primera vez, le llamen Rabbi. En tiempos de Jesús todavía no era utilizado como designación de un “maestro afamado”. Le es aplicado a Jesús en señal de respeto y como anticipación de su profundo significado, que se aclarará en ocasiones sucesivas: Rabí = Hijo de Dios, rey de Israel, Hijo del hombre (Jn 1,49-50); Rabí = el enviado de Dios (Jn 3,2); Rabí = clarificación de la relación entre Jesús y el Bautista (Jn 3,26); Rabí = el que se alimenta con un manjar especial, que es la voluntad del Padre; Rabí = el pan bajado del cielo (Jn 6,25); Rabí = el que es la luz y da la vista a los ciegos (Jn 9, 2); Rabí = el que puede dar la vida (Jn 11,8).

Nada se nos dice en el relato de la impresión que este encuentro produjo en Pedro. Pero es evidente que Pedro quedó ganado por esta revelación. Y se adhirió a Jesús. En los evangelios sinópticos la vocación de estos dos discípulos tiene lugar en  circunstancias bien diversas. Se hallaban junto al lago de Galilea cuando fueron llamados por Jesús. Pero la narración de Juan incluye uno de los datos más ciertos de todo el NT: Jesús cambió el nombre a Simón, sustituyéndolo por el de Cefás.

Felipe F. Ramos

Lectoral