Tiempo ORDINARIO, DOMINGO III

Evangelio: Mc 1,14-20.

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el evangelio de Dios. Decía: Se ha cumplido el tiempo; está cerca el reino de Dios: Convertíos y creed la Buena Noticia. Pasando junto al lago de Galilea, vió a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo: Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vió a Santiago, hijo del Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.

 

Comentario: Según la presentación que nos hace el evangelista Marcos la actividad de Jesús comenzó una vez terminada la de su Precursor. ¿Ocurrió así en realidad?.  El evangelista Juan  nos habla de una actividad simultánea (Jn 3,22ss). Y esta afirmación del cuarto evangelio puede ajustarse más a la realidad histórica. ¿Por qué, entonces, afirma  Marcos que la actividad de Jesús comenzó una vez terminada la del Bautista? Indudablemente por razones teológicas. El evangelista Marcos quiere indicarnos que, con Jesús, ha llegado el más fuerte, ha hecho acto de presencia la realidad que el Precursor preparaba; lo que él anunció antes se ha convertido en realidad después, el bautismo del Espíritu sucede al del agua.

Estamos acostumbrados a considerar a Jerusalén como el lugar central, casi único, de la revelación de Jesús. Digamos ahora de plano que el evangelista Marcos no piensa así. El lugar central de la revelación de Jesús, para Marcos, es Galilea. Jesús viene de Galilea, allí comienza su actividad de predicador itinerante, allí elige sus discípulos, anuncia su pasión, manda que se reunan los discípulos para que tenga lugar el encuentro después de la resurrección. Galilea es el lugar de la revelación escatológica de Jesús. También es el punto de partida para la misión a los paganos. Frente a la cerrazón judía se destaca así la apertura del mundo pagano al evangelio.

Jesús anuncia el evangelio de Dios. El evangelio es el mensaje de Dios para los hombres. Con Jesús, con su misma persona y sus palabras, llega a nosotros la palabra de Dios, la última y definitiva. En realidad Dios no tiene más que una palabra: su Hijo. Todas las palabras anteriores fueron en realidad preparación de esta suprema Palabra. Las posteriores, a partir de él, serán simplemente esclarecimiento y profundización de la misma Palabra. El mensaje de Dios sigue siendo “evangelio” para los primeros cristianos (1Tes 2,1ss; 1Te 1,23ss). Esta realidad convirtió frecuentemente la expresión “evangelio de Dios” en “evangelio de Cristo”.

La presencia de Jesús ha cumplido el tiempo. La frase significa que en Jesús se han cumplido las profecías antiguas. Las viejas promesas se han hecho en él una consoladora realidad. No hay que esperar a otro. El apóstol Pablo llama al momento de la aparición de Jesús la plenitud de los tiempos(Gal 4,4). La historia de Israel, la aparición del Bautista -incluso la historia del mundo- ha sido un largo camino ya recorrido y que conducía al verdadero Camino. Ha llegado la hora suprema. Jesús es la personificación de las esperanzas judías que, a pesar de todo, siguen proyectadas al futuro. La personificación de todas las esperanzas.

Lo que ha llegado con Jesús es el Reino de Dios. La expresión nos hace pensar, casi inevitablemente, en un lugar, un país, una organización administrativa, político-militar, al estilo del antiguo pueblo de Dios con su teocracia perfectamente organizada. El evangelista, al ofrecer las palabras de Jesús, piensa en algo distinto. El reino de Dios significa, más bien, un estado, una nueva relación entre el hombre y Dios. El reino de Dios es, fundamentalmente, su soberanía, su ley en el corazón del hombre. Nunca una utopía de bienestar material soñada constantemente por el judaísmo y por el hombre universal.

La única condición impuesta para su establecimiento es la conversión y la fe. La presencia inminente del reino de Dios da al mensaje un carácter de urgencia inaplazable; acentúa por sí misma la dimensión existencial del mismo; se trata de algo que afecta a la propia existencia, de algo que me sitúa ante la decisión inevitable. Lo más probable es que la expresión acentuada no se refiera a dos realidades distintas sino a la misma, que admitiría la traducción siguiente: Convertíos, es decir, creed en el evangelio. La fe lleva en su misma entraña la conversión. Ésta no significa sólo ni primariamente ruptura con un pasado irregular, arrepentimiento de lo ocurrido, sino vuelta a Dios. Vuelta del hombre a Dios, porque primero Dios se ha vuelto al hombre.

La llamada de Jesús a sus seguidores y la respuesta inmediata de éstos, sin ningún tipo de preguntas, que en estos casos son inevitables, se halla también al servicio del Evangelio. Hasta el momento presente todo estaba centrado en el Señor y en su mensaje. Necesita ahora hablarnos de sus testigos, de sus mensajeros, de los ministros de la palabra, que prolonguen  su persona y su obra entre los hombres, que sirvan de puente de unión entre él y el tiempo de la Iglesia, testigos cualificados de los que pudieran fiarse todos aquellos a quienes llegase la Buena Nueva. Les califica de pescadores de hombres. La imagen resulta sorprendente. En las escasas ocasiones en que la hallamos en el mundo antiguo, fuera de la Biblia, tiene siempre un sentido peyorativo. Si el evangelista la utiliza aquí, ello obedece a la situación concreta en que Jesús llama a estos primeros discípulos. Ellos eran pescadores y fueron sorprendidos por la llamada en el momento en que estaban ejerciendo su profesión. Su oficio era sacar peces del mar. En adelante, su misión consistirá en sacar hombres del oscuro mar de la vida para trasladarlos al reino de Dios.

La metáfora-parábola utilizada por Jesús es, pues, una promesa y una razón determinante de la obediencia exigida a aquellos que son llamados. El oficio que ahora se les encomienda tiene mayor categoría que el que habían ejercido hasta aquel momento. Su misión será más ambiciosa, sin límites de fronteras ni de aguas jurisdiccionales. Deberán ejercer su ministerio donde haya “hombres”, prescindiendo de raza, color, lengua, situación social... Misión universalista.

El lenguaje imperativo de Jesús siempre ha llamado la atención. Y hoy más que nunca. Sencillamente porque hoy, más que nunca, se insiste en las motivaciones profundas para que el hombre tome su opción fundamental. Por eso apenas si resulta imaginable el venid en pos de mí, sin las previas motivaciones determinantes de una opción tan fundamental como la que está en juego. La palabra de Jesús, en esta ocasión, se asemeja a una orden militar. No existen los presupuestos necesarios para ella. Ni se concede la posibilidad de reaccionar de otro modo. Toda la escena resulta difícil de imaginar. De ahí que, en nuestros días, se hayan multiplicado los recursos a la sicología para explicar lo inexplicable.

La verdad es que el texto evangélico no da pie para estas explicaciones sicológicas que justificarían, con mayor naturalidad, esta reacción de los llamados. Lo que leemos en el evangelio  es que Jesús no busca ni acepta discípulos al estilo de un rabino cualquiera. La palabra de Jesús se dirige a los llamados con la misma autoridad indiscutible con que Yahvé se dirigía a los profetas en el AT. El Maestro es una figura divina. De ahí que esta palabra del Maestro tenga el poder originario de una revelación divina. Jesús manda como únicamente Dios puede hacerlo.

Si aquel seguimiento incondicional nos sorprende es porque no estamos familiarizados con aquello que era elemental para la primitiva comunidad cristiana, para todos los hombres de fe. Hablamos del milagro de la palabra imperativa de Dios. Cuando existe la experiencia de este milagro de la palabra de Dios oída y recibida en el corazón, se hacen fácilmente compatibles dos cosas que, consideradas superficialmente, son contradictorias: la palabra imperativa de Dios y la libre decisión del hombre. Los enemigos del cristianismo se han burlado, desde siempre, de esta narración que comentamos por lo infundado de este seguimiento. Y la verdad es que no puede entenderse si no tenemos en cuenta que el seguimiento de Cristo no significa solamente aprender de él, servirle, participar en su vida, sino encuadrarse dentro del Reino que él predica y polariza en torno a su persona.

Felipe F. Ramos

Lectoral