TIEMPO ORDINARIO, Domingo XIV

Evangelio: Mc 6,1-6:

 

En aquel tiempo fue Jesús a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que le oía se preguntaba asombrada: ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judás y Simón? ¿Y sus hermanas no viven con nosotros aquí? Y desconfiaban de él.

Jesús les decía: No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa. No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe.

Comentario: La aparente sencillez de esta pequeña unidad literaria se halla contrapesada por la profundidad real de la misma. Que Jesús no tuviese éxito en la presentación “oficial” en su pueblo nos parece normal. Nadie es profeta en su patria. Incluso la filosofía popular admite como lógico el fracaso inevitable de cualquiera que destaque en medio de los suyos. Pero si Marcos, al igual que Mateo y Lucas, han aceptado esta noticia tienen que haber tenido alguna razón más profunda que la simple intención de relatar el fracaso de Jesús en su propio pueblo. ¿Cuál es la  verdadera razón por la cual el evangelista nos cuenta esta anécdota  sin importancia? Al acercarnos al texto del evangelio la pregunta fundamental debe centrarse siempre en  descubrir cuál es la enseñanza que el evangelista ha querido comunicar a sus lectores a través del relato correspondiente.

 

No basta constatar el rechazo de Jesús por parte de los suyos; se debe llegar hasta las causas del mismo. Y el presente relato las menciona con mayor claridad de la que, a primera vista , pudiera parece. La pretensión de Jesús. Es la primera pista que nos ofrece la narración evangélica para comprender la finalidad del evangelista al contarnos este breve relato: al mencionar el asombro del los nazarenos, lo hace interrogándose por la causa: De dónde le viene a éste todo esto? La pregunta, tal como aparece en el contexto, deja de ser un interrogante curioso para convertirse en una auténtica descripción de la situación  ante la que se encuentra: se hallan ante algo radicalmente nuevo, algo totalmente diferente, ante algo tan poderoso y sobrecogedor que resulta sencillamente inadmisible. Téngase en cuenta que el asombro se halla provocado por la sabiduría que le  ha sido dada y los milagros que hace.

 

Esta primera pista nos lleva a concluir que aquellos oyentes de Jesús habían captado sus pretensiones: la de ser el enviado de Dios, con la patente divina de los milagros. Los nazaretanos se encontraban ante el mismo Jesús con quien se encuentra el lector del evangelio: el Jesús de la buena nueva ante la cual y ante el cual -ya que, en este caso, al menos, no pueden separarse la persona y el mensaje- no cabe la neutralidad; la única postura posible se resuelve en la opción por la aceptación o el rechazo.

 

La segunda flecha indicadora de la intención del evangelista nos la ofrecen sus palabras: Se escandalizaban de él. Escándalo explicable desde lo anteriormente dicho. Escándalo lógico desde la innata tendencia humana a medir todas las cosas según el propio rasero. Era incomprensible que un carpintero, cuya familia era bien conocida de todos, tuviese tales pretensiones. ¿Cómo puede un hombre de nuestro pueblo hablarnos de Dios y, sobre todo,hablarnos en su nombre. Ellos se habían fabricado un Dios desde la sublimidad y magnificencia, desde la grandiosidad y la sensacionalidad, desde la disponibilidad para que se ajustase a sus planes y deseos. ¿Cómo podía Jesús de Nazaret tener la pretensión de ser el revelador del Padre; el desvelador del misterio de Dios y del hombre; el acarreador de la lluvia cuando hiciese falta para el campo; el promotor de las buenas cosechas; el realizador de todo aquello de lo que tiene necesidad el hombre y que él no puede alcanzar?  El verdadero problema es que, en muchas ocasiones, nos encontramos ante mucha gente que se fabrica a su Dios a la medida de las necesidades que hemos mencionado. El escándalo de  los nazaretanos sólo podía y puede ser superado aceptando sus pretensiones desde las condiciones plenamente humanas a través de las cuales Dios quiere encontrar al hombre y comunicarse con él.

 

La verdadera personalidad existente en Jesús. La capacidad bienhechora de Jesús se vio limitada en Nazaret -y en todas partes- por la falta de fe. El poder divino se hace voluntariamente dependiente del querer humano. Jesús no quiso, no quiere, que su poder actúe mágicamente. Siempre quiere provocar la relación personal, la comunicación interpersonal. La voluntad y el poder divinos no se imponen por la fuerza cuando falta la adecuada respuesta humana. Lo ocurrido en Nazaret es un claro paradigma del modo como Dios actúa. Dios respeta al máximo la libertad humana. Jesús no pudo hacer allí (en Nazaret) milagro alguno, fuera de curar unos pocos enfermos imponiéndoles las manos. Se ha enunciado, desde una ocasión concreta, un principio universalmente válido. La falta de fe y de obediencia levanta fronteras infranqueables. Naturalmente, en perjuicio de quienes las levantan. Ocurrió entonces en Nazaret y ocurre siempre en todas partes.

 

En otras ocasiones se expone incluso con mayor claridad que la consideración de la humanidad de Jesús fue un obstáculo y una dificultad insalvable para  aceptarlo en toda su dimensión: “Los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo”, y decían: “¿No es éste Jesús, el hijo de José?  Conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo se atreve a decir que ha bajado del cielo?” (Jn 6,41-42).

 

El centro de gravedad de toda la escena está sin duda en la invitación a aceptar a Jesús como quien es, sin juzgarlo según las apariencias y raseros humanos. Para ello es necesaria la fe. Sólo desde ella puede ser experimentado el poder bienhechor de Jesús. Las versiones paralelas de Mateo y Lucas confirman este punto de vista de Marcos, y el aducido texto de Juan. Mateo y Lucas acentúan más este pensamiento de que Jesús no puede ser valorado simplemente por el rasero humano. En ellos la dificultad de los nazarenos ha sido ya solucionada desde el principio de sus evangelios respectivos al referir el misterio del nacimiento virginal de Jesús. Y no es que en el texto se aborde este misterio.  Lo único que se puede deducir de él es que el “carpintero” tenía una familia “numerosa” compuesta por otros cuatro “hermanos” y, al menos, “dos hermanas” contando, por supuesto, que el concepto de “hermano” tenía mayor extensión que el  vinculado al nacido de los mismo padres.

 

La cuestión no se centra, por tanto, únicamente en que el desprecio o rechazo estuviese causado porque Jesús era el carpintero o el hijo del carpintero o el hijo de José, como se dice en otros textos. El evangelista quiere afirmar que la identidad de Jesús no se agota en lo que las apariencias externas pudieran indicar. Teniendo en cuenta la verdadera identidad de Jesús no debieran existir esas dificultades para admitir sus pretensiones.

 

El fracaso de Jesús, a todos los niveles, fue objeto de preocupación ya en la primitiva comunidad cristiana. No podían comprenderlo. ¿Cómo era posible que hubiese sido rechazado por sus contemporáneos e incluso por los de su propio pueblo y por sus mismos hermanos? ¿Cómo podía tener el hombre un poder tan condicionante de la acción de Dios sobre él?  Los mismos evangelistas han intentado mitigar el fracaso de Jesús recurriendo al enorme poder condicionante que el hombre tiene. Probablemente la frase originaria de Marcos sonaría así: Y no pudo hacer allí ningún milagro. Esto parecía inadmisible; era demasiado duro. Entonces la frase se completó, para que el fracaso de Jesús no apareciese tan rotundo, con la adición siguiente: fuera de curar unos pocos enfermos imponiéndoles las manos. Mateo ha mejorado notablemente el texto en esta línea que apuntamos. Basta leerlo para convencernos de ellos: “Y no pudo hacer allí muchos milagros por su incredulidad” (Mt 13,58).

 

Felipe F. Ramos

Lectoral