TIEMPO ORDINARIO, Domingo XXI

Evangelio: Jn 6,61-70

En aquel tiempo muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?. Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban les dijo: ¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?. El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Y con todo, alguno de vosotros no creen. Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.

Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.

Comentario: Los interlocutores de Jesús a lo largo de todo el cap. 6 de Juan: la gente (6,22), los judíos (6,41) y los discípulos, que después le abandonan, son las mismas personas con distintos nombres. Los distintos nombres designan a aquellos que se entusiasmaron con Jesús en un primer momento, considerándole como un profeta de Nazaret, hijo de José (1,45; 6,42), pero que no se decidieron a dar el paso requerido por la fe cristiana: la aceptación de Jesús como el Hijo de Dios, el que ha venido de arriba, el pan de vida, el Revelador.

El cuarto evangelio no se interesa en absoluto por los Doce (los menciona únicamente aquí y en 20,24). ¿Por qué les da en este texto tanta importancia? La comunidad joánica estaba discriminada, era perseguida, se habían producido en ella rupturas y abandonos. En esta situación, era lógico que surgiera el interrogante inevitable: ¿no seremos nosotros los equivocados? La respuesta a este interrogante únicamente podía darla la Iglesia oficial, representada por los Doce, a cuya cabeza está Pedro. Esta fue la razón de añadir aquí algo muy importante, pero que, en el contexto de Jn 6, es un apéndice.

La “dureza de las palabras” o la inadmisibilidad de la doctrina, sobre la que se pronuncianmuchos de sus discípulos (Jn 6,60), no se refiere a lo inmediatamente anterior, a lo afirmado sobre la eucaristía. Después de lo dicho sobre ella no podría afirmarse que la carne no sirve para nada (6,63). ¿No es precisamente la “comida de su carne” lo que concede al hombre la vida eterna? En toda esta pequeña sección no se hace referencia a la eucaristía, sino al misterio mismo de Jesús. La murmuración y deserción de judíos-discípulos se halla suscitada por la pretensión manifestada por Jesús de ser el Revelador, el pan vivo bajado del cielo (6,41-42).

El autotestimonio de los que murmuran no deja lugar a duda: Decían: Éste es Jesús, el hijo de José. Conocemos a su padre y a su madre. ¿ Cómo se atreve a decir que ha bajado del cielo? (6,42). Quien acepta a Jesús como el Revelador, como el enviado del Padre, como el que ha venido de arriba, no tiene por qué escandalizarse por las palabras sobre la eucaristía. Quien no lo acepta así, “también” las afirmaciones eucarísticas son duras, es decir, sencillamente inadmisibles.

Este mismo punto de vista se halla confirmado por las palabras de Jesús a propósito del escándalo mencionado o de la inadmisibilidad de la doctrina: ¿Os resulta difícil aceptar esto? ¿Qué ocurriría si vieseis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? ( 6,61-62). ¿Aumentaría el escándalo o disminuiría? La deducción inmediata parecería orientarnos en el sentido del aumento del escándalo. Creemos más probable que el escándalo desaparecería, porque supondría haber admitido el misterio de Jesús, que es el que vino de arriba, el enviado de Dios, no sólo el hijo de José, como ellos pensaban. El misterio de Jesús se expresa mediante la fórmula subir adonde estaba antes. Y esto es lo duro e inadmisible. Esto demuestra que la presente unidad literaria no era continuación del discurso sobre la eucaristía, sino que seguía al discurso sobre el pan de la vida, que terminaba en 6,51, antes de comenzar el discurso eucarístico.

La manifestación de Pedro, en cuanto representante de los Doce, es la versión “joánica” de lo que conocemos como “la confesión de Cesarea de Filipo” (Mc 8,27-30 y par.). Pedro no confiesa a Jesús como el Mesías, ni como el Hijo del hombre o Hijo de Dios; en este pasaje de Juan presenta a Jesús como el Santo de Dios. Es una designación singular y antiquísima que expresa la suprema dignidad de aquella persona a la que es atribuida. Literariamente se remonta al AT: historias de Sansón (Jue 13); también es aplicada a los sacerdotes y, en particular, a Aarón (Lev 21,6-7; Eclo 45,7). Son “santos de Dios o para Dios”. La expresión la pone el evangelista Marcos en boca de los posesos (Mc 1,24). En cualquier caso, no es un título corriente dado al Mesías. Juan lo considera como un importantísimo título profético-carismático. ¿Pretende poner de relieve la presencia del tres veces santo, del Dios Santísimo, en Jesús? En tal sentido Jesús sería la encarnación y personificación de la santidad divina.

 

Apéndice: ¿Es Jn 6 un capítulo eucarístico? Desde lo dicho hasta aquí la respuesta resulta fácil: lo estrictamente eucarístico es Jn 6,51b-58. Esta es la razón por la que lo hemos calificado como el discurso eucarístico.  Al que quiera consultar más en serio este tema lo remitimos al comentario que hicimos el evangelio del Domingo XIX. El discurso estrictamente eucarístico  está colocado a continuación del discurso sobre el pan de la vida. Esta es la razón por la que este discurso sobre el pan de la vida tiene el aspecto, se halla teñido, utiliza expresiones que casi siempre han sido consideradas como eucarísticas. Pero, repetimos, ha sido por la influencia del discurso estrictamente eucarístico. Aunque originariamente no había sido eucarístico fue casi siempre considerado como tal. La insistencia en la fe  ilumina algo que es fundamental: la eucaristía sin la fe no es nada. Del mismo tinte eucarístico se halla teñido el relato de la multiplicación de los panes, que, como dijimos en el comentario al mismo, en el v. 9 la acción de gracias dada por Jesús antes de realizar el “signo” se describe con  el verbo eujaristéo, lo mismo que ocurrirá en el v.23.

Desde la descomposición de Jn 6 en las distintas secuencias que lo componen hay que concluir que la única eucarística fue Jn 6,51b-58. Queremos, no obstante, añadir algo importante. El arte del evangelista y su finalidad hizo que hoy nos encontremos ante un capítulo que puede ser considerado como eucarístico en su totalidad. Es comparable a un retablo compuesto con piezas maravillosas que se transmitieron sueltas, con verdadera autonomía, en las comunidades joánicas. La unión mediante la yuxtaposición y otros recursos de las distintas tablas convirtieron al evangelista-redactor en un artista que fue capaz de ofrecernos, en su conjunto, un admirable capítulo eucarístico. Esto le obligó a colocar el v.58: “Este es el pan que ha venido del cielo; no como el pan que comieron vuestros padres. Ellos murieron; sin embargo, el que come este pan  vivirá eternamente”, donde está. En su lugar estaba el v.59 y, como consecuencia del cambio hecho por el evangelista-redactor,  nos obliga a pensar que todo lo que antecede fue expuesto por Jesús en la sinagoga de Cafarnaún: “Todo lo anterior lo expuso Jesús enseñando en una sinagoga de Cafarnaún” (Jn 6,59).

Felipe F. Ramos

Lectoral