Sala Capitular

Ascendiendo hacia ella encontramos en el primer descanso de la escalera una Piedad de] siglo XIV-XV, gótico-flamenca. Responde a un momento de gran interés, desde el punto de vista iconográfico. Hemos dicho que con el gótico se dio entrada en el arte cristiano de occidente al dolor, a lo patético; se rompe la serenidad trascendente de las figuras. Ahora junto con la pasión de Cristo, se vitaliza la pasión de María. Cuando se esculpe esta obra por primera vez en el centro de Europa hay una gran consternación por las pestes que hacia 1347 asolaron pueblos y ciudades, transportada por los barcos venecianos desde el oriente; las madres, que veían morir a sus hijos, alimentaban su esperanza contemplando a María con Cristo muerto sobre sus rodillas; es entonces cuando los artistas sacan a la luz esta representación que tanto caló en la cristiandad occidental.

En el siguiente descanso hay un sagrario del siglo XVI, atribuído a Juan de Juni, en sus primeros tiempos, procedente de Toldanos. Se completa esta estancia con una vitrina donde se recogen varios portapaces, de distintas épocas y procedencias, interesantes para ver en ellos la evolución de temas y formas plasmadas en los objetos sacramentales, reflejo de lo que se hacía en las artes mayores. El portapaz, como su nombre indica, servía para repartir dicho don antes de la comunión de los fieles. Una vez besado por el sacerdote, lo besaban todos.

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La sala capitular o del tesoro guarda lo poco que queda de éste, tras las execrables circunstancias históricas que lo hicieron desaparecer de la Catedral. Aquí debiera figurar la magnífica custodia del Corpus, fabricada por Enrique de Arfe, que para ello vino expresamente a León el año 1501. 0 la cruz de Argüello, con sus andas; o el "lignum crucis", cubierto de pedrería y engastes... Todo ello salió de León el año 1809, para ser convertido en moneda y pagar a los que luchaban contra los franceses. De ello nunca más se supo. No obstante, las piezas que aquí se albergan, aún la hacen merecedora de ser llamada Sala del Tesoro.

Enumerando las más importantes, encontramos un grupo de la Virgen con el Niño, de terracota policromada y estofada, certeramente atribuído a Torrigiano, del siglo XVI.

Una Inmaculada de marfil, de principios del XVIII, auténtica joya, llena de primor y delicadeza. María aparece como Inmaculada y Asunta, a la vez. El Ecce Horno, del siglo XVII, atribuido a Gregorio Fernández, que fue donado a la Catedral por el canónigo Isidro Fuentes, el año 1752: el artista se sirve de todos los recursos pictóricos y anatómicos, dentro de una belleza inusitada para hacer más conmovedora la figura, cargada de sentimiento barroco. Dos tallas de San Sebastián, de escuela flamenca del siglo XV, aunque con rasgos aún goticistas. Una curiosa representación de santa Ana, transformada en santa Lucía, del siglo XV; iconográficamente responde a modelos burgaleses, de tipo cortesano y de importación nórdica. Un tríptico con la Virgen y el Niño en terracota, muy cercano al taller la Robbia, donado a la Catedral por el canónigo Juan Gómez, el año 1536; muestra gran delicadeza la grisalla de sus portezuelas.

Hay además cuatro pinturas sobre tabla atribuidas a Juan de Borgoña, que recogen escenas no relacionadas entre sí: La Anunciación, san Rafael y Tobías, san Gregorio a las puertas de Roma, y otra referente al milagro de san Miguel en el monte Gárgano.

De finales del XVI o principios del XVII es el tríptico enmarcado por un retablito que data de 1769. Representa la escena de la Adoración de los Reyes en la tabla central, con la Anunciación y la Circuncisión en las laterales. Es una obra importante de la escuela de Amberes. Con seguridad estamos ante el retrato de un personaje que quiso identificarse con el rey Melchor: mientras presenta sus dones al Niño, éste, no haciéndole caso, hace el ademán de dirigirse a san José, que le prepara la papilla; lo mismo que la Virgen, éste baja la mirada ante el imprevisto gesto de su Hijo. El lienzo del ático está firmado por A.G. Orcajeda, el año 1867. En una colección particular madrileña existe un tríptico muy similar, atribuído a Quentin Metsys (1465-1530).

En el muro de la izquierda hay otras cuatro de escuela castellana del siglo XV-XVI, representando el martirio de santa Eulalia, san Roque, san Fabián y san Sebastián; proceden de Tapia de la Ribera. Encima, dos tableros de medio punto, del taller escurialense del siglo XVI, con san Jerónimo penitente y la imposición de la Casulla a san lldefonso.

En las vitrinas que hay a sus lados se guardan dos crucificados de marfil: uno de gran tamaño, aunque de poca finura, procede de Villademor de la Vega; el siguiente, también de principios del siglo XVIII, pertenece a la Catedral y es una obra que durante mucho tiempo se ha atribuído a seguidores de Pedro de Mena. Se trata de una obra excepcional.

Volviendo a la orfebrería, expuesta en las dos grandes vitrinas del muro de la derecha, destacamos un calderillo de cristal de roca, de tipo toledano, y un templete en plata sobredorada de la escuela de Arfe; ambos son del siglo XVI. Además de dos cruces, una con el punzón de Andrés Rodríguez y otra de platero anónimo con hermosos medallones, se muestran dos ricas custodias, modernas ambas, donadas a la Catedral por Octavio Carvallo y José Sánchez Chicarro. La primera es de oro macizo, con excelente pedrería; en los esmaltes de sus brazos aparece la tetramorfos.

Mas adelante hay un fino Calvario de marfil, de estilo filipino, en el que Cristo, vivo aún, habla con la Virgen encomendándole la maternidad sobre los hombres, representados en san Juan.

Desde el punto de vista histórico tiene gran importancia el fresco que aparece debajo de la escalera, descubierto cuando se procedía a limpiar los muros; parece del siglo XIII o XIV.