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CUARESMA, DOMINGO II

Evangelio: Mc 9,1-9.

En aquel tiempo Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron  Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: Maestro, ¡qué bien se está aquí!. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: Este es mi Hijo amado; escuchadlo. De pronto, al mirar alrededor, no vieron  a nadie más que a Jesús, solo con ellos.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.

Comentario: La historia presente, conocida como la transfiguración de Jesús, está abierta a una doble consideración: primera, lo que el relato dice. Desde este punto de vista no ofrecería especiales dificultades. Desearíamos limitarnos a precisar la cronología -datando los seis días a partir de otra fecha fija, aunque estos “seis días después” figuran en el relato original y el evangelista Marcos, o la Comisión Litúrgica, ha prescindido de este dato- y la topografía, intentando descubrir el monte en el que la escena tuvo lugar. El resto del relato sería suficientemente claro, dando por supuesto, naturalmente, que la historieta narrada puede ser un relato ficticio. La segunda, lo que el relato quiere decir. Este segundo aspecto nos crea afortunadamente más problemas. El adverbio “afortunadamente” ha sido elegido intencionadamente porque nos acentúa la obligación de investigar la intención del evangelista al ofrecernos una historieta cargada con tantos detalles inverosímiiles.

Comencemos por la apariencia del relato. La metamorfosis experimentada por Jesús ha hecho pensar que su transfiguración en un monte alto ante la presencia de testigos cualificados debería ser encuadrada entre los relatos de aparición del Resucitado. Y eso porque la nueva “figura” (Mc 16,12) adquirida por Jesús no corresponde al mundo humano sino al divino. Se nos describiría sencillamente el estado que llamamos “glorioso”. La blancura excepcional de sus vestidos evocaría la gloria del mundo celeste. El apóstol Pablo describe la esperanza cristiana de participar plenamente en el mundo divino colocando un vestido nuevo sobre el antiguo: “anhelamos sobrevestirnos... no queremos ser desnudados sino sobrevestirnos... (2Cor 5,2-3).

Realidad del relato. En contra de la apariencia mencionada existen razones muy serias que nos obligan a seguir encuadrando el acontecimiento en el marco de la vida terrena de Jesús:

> Los relatos de aparición del Resucitado se caracterizan por un encuentro directo e inmediato de Jesús con los suyos. No intervienen otras personas. Las únicas figuras del “otro mundo” que se hacen presentes son los ángeles, pero, aún así, nunca intervienen con Jesús. Son un mero símbolo del mundo de lo divino. Frente a esta constatación uniforme la presencia de Moisés y Elías constituye un argumento definitivo para situar la escena dentro del ministerio terreno  de Jesús. Por otra parte, no es la única vez que los evangelios se refieren a Moisés y Elías en relación con Jesús. Y esto sucede siempre en el cuadro de su vida pública.

> Los relatos de aparición nunca mencionan la voz de Dios, como ocurre aquí. Este detalle nos hace pensar que se trata de una escena muy parecida, paralela, a la del bautismo de Jesús. Estamos ante una teofanía reveladora del misterio de Jesús.

> En los relatos de aparición Jesús se dirige a los suyos, les garantiza su presencia y confirma su misión. Aquí guarda silencio. Es Otro el que habla de él y por él.

> Finalmente, no conocemos ninguna aparición del Resucitado que haya tenido como testigos únicos a los tres discípulos mencionados en esta ocasión.

Pedro y las tiendas. Hemos situado la transfiguración de Jesús dentro de la escenificación de las teofanías del AT. Nada de particular, por tanto, que Pedro lo describa con los rasgos característicos de estas manifestaciones de Dios. Las tiendas mencionadas hacen referencia, de forma necesaria, a la historia de las manifestaciones y presencia de Dios en medio de su pueblo. En los mismos orígenes del pueblo, Dios mandó a Moisés que le construyese una tienda, “la tienda de la reunión”, para encontrarse en ella con los suyos (Ex 33,7-11). A partir de ese momento la imagen de la tienda sirvió para designar tanto el templo de Jerusalén como el santuario de Dios en los cielos (Heb 9,1-14).

Este significado de la tienda es el que hace comprensible la sugerencia de Pedro. Y únicamente desde él se hacen igualmente comprensibles una serie de detalles que mencionamos a continuación: “se formó una nube que los cubrió con su sombra”. La nube fue el signo tradicional, también desde los orígenes, de la presencia de Dios (Ex 16,10; 19,9, entre otros múltiples pasajes que pudieran citarse); “ y se dejó oír desde la nube una voz...” Desde que se apagó el espíritu profético (Sal 74,9), a raíz de la muerte del último profeta, según se interpretó por entonces el silencio de Dios,la voz del cielo fue el medio más frecuente por el que Dios se revelaba a los hombres. Era ésta una convicción generalizada.

Este es mi Hijo amado. Estas palabras coinciden con las pronunciadas con ocasión del bautismo de Jesús. La única diferencia es que, en esta ocasión, van dirigidas a los discípulos. Esta diferencia es muy significativa. Quiere decir que los discípulos, y sólo ellos -gracias a la revelación de Dios- tienen la  clave adecuada para penetrar en la verdadera naturaleza de Jesús. La voz reveladora ordena la audición creyente del Hijo: Escuchadlo. Aquí llega el eco del AT: “Yahvé, tu Dios, suscitará en medio de ti, de entre tus hermanos, un profeta como yo; debéis escucharlo” (Deut 18,15). Ahora, en el relato de la transfiguración, se nos está diciendo que Jesús es dicho profeta. Más aún. El imperativo que manda a los discípulos escuchar a Jesús quiere apartar a la comunidad cristiana de especulaciones y curiosidades innecesarias para que se centre en lo esencial. Y lo esencial es que se confronte constantemente con la Palabra, con el Evangelio. Esta finalidad es la que hace que el relato termine de forma tan abrupta. Las visiones pasan. La palabra de Jesús, el Evangelio, permanece.

Pedro no sabía lo que decía. Su error consistió en creer que, con la manifestación de Dios en la tienda, ha comenzado el descanso último, cuando, en realidad, esta manifestación inaugura el tiempo del trabajo por el reino de Dios. El descanso último comenzará cuando la manifestación y comunicación de Dios tenga lugar no en una tienda, sino de forma directa, cuando ya no será ni siquiera necesario el templo, porque Dios mismo será el templo (Apoc 21,22).

Elías y Moisés. Elías ostenta la representación profética y Moisés la legislativa. Ambos encuadran la figura de Jesús para afirmar, con sólo su presencia, que Jesús es el verdadero profeta y legislador. El orden en que aparecen, Elías antes que Moisés, no es el cronológico. Tal vez se pretenda afirmar, al cambiar el orden, que la profecía supera a la Ley. También ha podido influir la creencia de que Elías aparecería de nuevo en la tierra como precursor del Mesías (Mal 4,5; Mc 9,11-12; Mt 17,10-13).

Los vestidos blancos. El texto insiste en la blancura excepcional de los vestidos de Jesús. Dentro del mundo de la Biblia no encontramos simbolismo alguno a este blancura. Tampoco lo conoce el judaísmo. Pero en la mitología griega, los dioses, cuando aparecen en forma humana, adquieren frecuentemente una claridad deslumbrante. Así manifiestan su verdadera naturaleza. La transfiguración de Jesús debe entenderse en un contexto en el que los vestidos blancos simbolizan el mundo sobrenatural y divino (Apoc 4,4; 7,9).

Felipe F. Ramos

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