Evangelio: Mc 2,1-12
Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. El les proponía la palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico, y como no podían meterlo por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: Hijo, tus pecados quedan perdonados. Unos doctores de la Ley que estaban allí pensaron para sus adentros: ¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?
Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo: ¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico “tus pecados quedan perdonados” o decirle “levántate, coge la camilla y echa a andar”? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados... entonces le dijo al paralítico: Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa. Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos; se quedaron atónitos y daban gloria a Dios diciendo: Nunca hemos visto una cosa igual.
Comentario: La curación del paralítico nos es contada por los tres evangelios sinópticos. Como habitualmente ocurre, también aquí es Marcos quien está tras la presentación de Mateo y de Lucas. La descripción de Marcos es mucho más amplia, anecdótica, cargada de detalles. Nos cuenta cómo los portadores de la camilla en la que yacía el enfermo, al no poder acercarse a Jesús a causa de la muchedumbre, desmontaron parte del tejado para poder presentarlo ante él. A Mateo le pareció innecesario y excesivamente inverosímil recurrir a levantar el tejado... a pesar de tener delante a Marcos del que depende literariamente. Si Lucas nos lo cuenta es porque se sintió más obligado a la fidelidad a su fuente que Mateo. También Lucas depende del relato de Marcos.
El ropaje literario de nuestro relato pertenece al género literario llamado por unos (Dibelius)paradigma y por otros (Bultmann) apotegma. Es éste el nombre que ha prevalecido y, entre los intérpretes bíblicos de nuestros días, va imponiéndose la traducción de palabras enmarcadas. No es una expresión muy bella, pero sí lo suficientemente significativa para expresar el pensamiento que se quiere reflejar con ella. Se trata de palabras, sentencias, o frases de Jesús que se hallan “enmarcadas” dentro de una narración histórica. Ésta es funcional; se halla al servicio de aquellas. Esto nos obliga a distinguir entre lo que realmente ocurrió y la forma elegida, por la comunidad cristiana y por el mismo evangelista, para presentar el suceso.
En muchas ocasiones para expresar el pensamiento de Jesús se recurre a una historia o historieta real o ficticia. Pudo haber tenido lugar o haber nacido en la imaginación o en la pluma del evangelista. Lo importante es que se convierta en el “marco” para colocar el “cuadro”. Evidentemente en un cuadro, por bello que sea el marco en el que ha sido colocado, lo importante será siempre el cuadro. Lo demás, el marco, le sirve de soporte y de adorno. Pues bien, en los “apotegmas” lo esencial es la palabra de Jesús, “la palabra enmarcada”.
En nuestro caso la escena contada tiene mucho de ficticio. ¿Cómo entender que ante el ruido producido al desmontar el tejado, la polvareda levantada, la invasión de la estancia donde se hallaba Jesús, no se produzca ni la más mínima reacción de protesta? ¿Existe en el mundo alguna clase de alumnos y de profesores que sigan su quehacer académico si en la clase ocurre algo remotamente parecido a lo que nos cuenta Marcos? Una escena como ésta requiere otra ambientación. Algo así como la insonorización del aula o de la clase, el silencio para que puedan desarrollarse con normalidad las discusiones, la atención a las palabras de Jesús y a la reacción de aquellos que lo observaban. Mateo renunció a todo lo inverosímil. Ni le hacía falta ni le iban a creer lo relativo al tejado desmontado. Por eso lo suprime. Sin embargo continúa “copiando” a Marcos a partir de lo que considera esencial: “Viendo Jesús la fe de aquellos hombres”. Expresión que va a lo esencial, pero que, por otra parte, se halla justificada en Marcos por la acción de desmontar el tejado, pero no se halla justificada en Mateo. De lo contrario la frase sería aplicable a cualquier gesto o acción de Jesús.
La curación del paralítico podía justificar la pretensión manifestada por Jesús en relación con su poder de perdonar los pecados. Por si no bastase, se añade un argumento más fuerte: Jesús descubre lo que aquellos escribas pensaban. Nadie se lo había dicho. Jesús, por tanto, posee un conocimiento sobrehumano, sobrenatural, facilitado por el Espíritu. Este conocimiento sobrenatural de Jesús es otra razón que habla de su dignidad única y que justifica su poder, único también, de perdonar los pecados.
Cuando Jesús se decide a intervenir para confirmar la afirmación de su poder sobre el pecado, el enfermo pasa a un segundo plano, como si en aquel instante no interesase la persona que ha protagonizado la escena: “Para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra de perdonar los pecados...” Ésta parece ser la única razón de la curación del enfermo. Demostrar que la salud eterna -el perdón de los pecados- es más importante que la salud corporal.
Al llegar a este punto la historieta nos exige otra aclaración. Jesús concede lo que no le habían pedido. Los portadores del paralítico en su camilla quieren que cure su enfermedad y lo que dice y hace es perdonarle los pecados. Ellos no había llevado al enfermo ante Jesús para eso... El evangelista quiere que el lector se dé cuenta de que el perdón de los pecados y la curación del paralítico se hallan al mismo nivel. No es que el segundo, la curación del paralítico, demuestre el poder de Jesús sobre los pecados. Tal vez los testigos del acontecimiento pensasen que era más difícil curar la enfermedad que perdonar los pecados. El relato afirma que sólo desde el mundo de Dios podían ser superadas ambas cosas. De este modo Jesús, y el evangelista en su relato, hablan de la reintegración del hombre en la existencia tal como Dios la ha querido.
Esto significa que el don ofrecido por Jesús, sin que nadie se lo hubiese pedido, el perdón de los pecados, no se refiere a la condonación o absolución de algún o muchos actos desordenados y pecaminosos. El perdón de los pecados tiene resonancias más profundas. Significa la reinserción en la vida que Dios ha querido para el hombre. La dimensión espiritual del relato es tan importante como la corporal. La acción salvadora, presente o futura, de Jesús pretende instaurar la unidad del ser humano para que alcance la plenitud de su realización sin divisiones ni desgarrones, llegando a ser lo que san Pablo llama nueva criatura (2Cor 5,17).
Junto al poder de Jesús, intenta el evangelista poner de relieve la fe de aquellos hombres que se acercaron a él atraídos precisamente por su poder. Una fe tan grande que venció todos los obstáculos y dificultades. Una fe que es confianza ilimitada en el poder de Jesús, puesto a disposición del hombre. Para justificar dicho poder nada mejor que presentar a Jesús en toda su dignidad: conocimiento de los pensamientos de sus adversarios, su argumentación que les dejó sin palabra, la curación plena del hombre, su palabra reveladora: El Hijo del hombre tiene poder en la tierra de perdonar los pecados...
Finalmente, una lección no menos importante encontramos en la admiración de la gente ante un hecho tan extraordinario: “glorificaban a Dios por haber dado tal poder a los hombres”. Es el “certificado” de la realidad asombrosa que habían presenciado. El poder que tiene Jesús de perdonar los pecados fue comunicado a la Iglesia. El poder de perdonar los pecados, en el sentido en que lo hemos explicado, es inseparable de la persona de Jesús y de la Iglesia que él quiso.
Felipe F. Ramos
Lectoral