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II Adviento

II ADVIENTO

 

(Mc 1,1-8)

 

En el segundo domingo del itinerario del Adviento emerge con fuerza la figura de Juan el Bautista. Tradicionalmente se le ha llamado “el precursor”. Por lo tanto, tiene mucha lógica que nuestra esperanza ante la venida del Mesías se vea todavía más encendida mirando a quien le precedió; a quien dedicó su vida a anunciar que el Señor estaba cerca.

 

Del evangelio de este día nos llaman la atención los detalles que Marcos nos cuenta sobre su peculiar estilo de vida. Nos dice dónde se le podía encontrar normalmente:  en el desierto. Nos dice a qué se dedicaba: predicaba y bautizaba en el Jordán. Nos dice lo que pedía a sus oyentes: que se convirtieran y cambiaran de vida. Nos dice cómo iba vestido: con un sobrio atuendo de piel de camello. Y nos dice, incluso, de qué se alimentaba: de saltamontes y miel silvestre… Sólo con reparar en estos detalles, ya caemos en la cuenta de que Juan el Bautista no podía pasar desapercibido. Era alguien peculiar y llamativo, porque no vivía centrado en si mismo, ni en sus intereses egoístas, ni en las cosas materiales o mundanas. Este estilo peculiar hacía que sus palabras y su mensaje llamasen la atención y resonaran con más fuerza. En este domingo vuelve a hacer lo mismo con nosotros.

 

Juan no pretendía ser el protagonista de ninguna historia. Simplemente se sentía un instrumento. El actor principal era otro. En el Otro era en quien la gente debía poner toda su atención. El Otro era el que venía a cambiar la historia. EL Otro era quien daba sentido a la vida y a la misión del Bautista. Él era como ese dedo que apunta a la luna, aunque, como, señala el dicho, hay algunos necios que sólo se quedan mirando el dedo. Nosotros no queremos estar entre ese grupo de “necios” y por eso intentamos mirar un poco más allá para nos enfocarnos sólo a quien bautizaba en el Jordán, sino mirar al que bautiza con Espíritu Santo.

 

El mensaje que hoy pone ante nosotros el precursor es claro. El salvador, es decir, el Señor Jesús, llega detrás de él y lo que todos debemos hacer es prepararle el camino para que su venida sea el preámbulo de un encuentro: «Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos». La palabra “camino” es una sugerente metáfora que nos habla de la vida. Mientras vivimos, caminamos. Y nuestro camino va tomando forma en función de lo que hacemos, lo que decidimos, lo que descubrimos, lo que nos pasa. ¿Y quién puede decir que el camino que van trazando sus pasos es un camino fácil y perfecto, como si se tratara de la mejor autopista del mundo? Todos sabemos que en nuestro camino hay espacios por los que se hace más difícil transitar: piedras, baches, cuestas empinadas, sendas estrechas, pozos y vacíos de los que resulta difícil salir… Pero la palabra de Dios nos dice hoy que no tenemos por qué resignarnos a la forma y a los obstáculos que hoy tiene nuestro camino. Todo se puede cambiar. Siempre podemos rehacer nuestra vida para que sea mejor. Pero hay que ponerse manos a  la  obra y trabajar por ello, sin dejarlo para mañana.

 

El adviento que estamos viviendo un año más es una extraordinaria oportunidad para que nos revisemos el camino con un espíritu constructivo. Jesús va a venir por él. Pero, si se encuentra más obstáculos de la cuenta, no se va a encontrar con nosotros. Cojamos pico y pala para rebajar los montes y las colinas, porque todos tenemos cosas que quitar:

 

quizá un poco de egoísmo, o pereza, o mal humor, o rencor, o superficialidad, o materialismo… Cojamos pico y pala para rellenar baches, pozos y desniveles, porque todos tenemos cosas de que poner: quizá un poco más de amor, de fe, de alegría, de

 

servicialidad, de humildad, de disponibilidad… Cojamos pico y pala para enderezar la ruta, porque a veces nos perdemos dando rodeos innecesarios que nos separan de la meta verdadera. Este tiempo fuerte previo a la Navidad es una llamada a la esperanza, pero también es una llamada a la conversión. Todos tenemos cosas que cambiar para que Dios nos toque más intensamente el corazón.

 

José Sánchez

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